martes, 3 de septiembre de 2013

Fragmentos de El abanico de seda, de Lisa See

El abanico de seda, Lisa See
Ed. Salamandra, febrero de 2010


“Yo únicamente sabía que aquel proceso facilitaría mi boda y, por lo tanto, me ayudaría a alcanzar el máximo logro de toda mujer: un hijo”. (p. 35)

“El tamaño de mis pies determinaría mis posibilidades de contraer un buen matrimonio. Mis diminutos pies serían ofrecidos a mis futuros suegros como prueba de mi disciplina personal u de mi capacidad para soportar los dolores del parto y cualquier desgracia que pudiera sobrevenirme. Mis diminutos pies demostrarían a todo el mundo la obediencia que guardaba a mi familia natal, y sobre todo a mi madre, lo cual también causaría una buena impresión en mi futura suegra. Los zapatos que bordaba simbolizarían para mis futuros suegros mi habilidad para la costura y, por extensión, para el resto de las tareas domésticas. Y aunque en aquella época yo no lo sabía, mis pies serían algo que fascinaría a mi esposo durante los momentos más íntimos y privados entre un hombre y una mujer. Su deseo de verlos y tenerlos en las manos no dismin uyó nunca en los años que vivimos juntos, ni siquiera después de que yo hubiera parido cinco hijos, ni siquiera después de que el resto de mi cuerpo hubiera dejado de ser un estímulo para el trato carnal.” (pp. 46-47)

“Se espera que las mujeres amen a sus hijos tan pronto éstos salen de su vientre, pero ¿qué madre no se ha sentido decepcionada al ver por primera vez a su hija o no ha experimentado la oscura melancolía que se apodera de la mente, incluso sosteniendo en brazos a un valioso varón, si éste no hace otra cosa que llorar y su suegra la mira como si tuviera la leche agria? Puede que amemos a nuestros hijos de todo corazón, pero debemos enseñarles a soportar el dolor. Amamos a nuestros hijos más que a nada, pero nunca podremos formar parte de su mundo, el reino exterior de los hombres. Se espera que amemos a nuestro esposo desde el día del rito de la Elección de Pretendiente, aunque no vayamos a ver su rostro hasta pasados seis años. Nos enseñan a amar a nuestra familia política, pero, cuando entramos en ella, somos unas extrañas sin más privilegios que los criados. Nos ordenan que amemos y honremos a los antepasados de nuestros esposos, y nosotras cumplimos con nuestras obligaciones, aunque en el fondo estemos agradecidas a los antepasados de nuestra familia natal. Amamos a nuestros padres porque cuidan de nosotras, pero ellos nos consideran ramas inútiles del árbol familiar. Consumimos los recursos de nuestra familia. Una familia nos cría para entregarnos a otra familia. Pese a ser felices en el seno de nuestra familia natal, todas sabemos que la separación es inevitable. Así pues, la amamos, pero sabemos que ese amor terminará con una triste separación. Todas estas clases de amor surgen del deber, el respeto y la gratitud, y las mujeres de mi condado saben que son fuente de tristeza, desazón y crueldad.” (pp. 79-80)

“ —Soy fea y no muy inteligente, pero siempre he procurado tener buen humor. He amado a mi esposo y él me ha amado a mí. Somos un par de patos mandarines feos y no muy inteligentes. Lo hemos pasado muy bien en la cama, Espero que tú también lo pases bien.” (p. 99)

“ —Tengo treinta y ocho años —dijo mi tía, no con pena sino con resignación—. La suerte no me ha acompañado. Tengo una buena familia, pero mis pies y mi cara marcaron mi destino. Cualquier mujer, aunque no sea muy inteligente ni muy hermosa, puede encontrar esposo, porque hasta los hombres más tarados pueden engendrar un hijo. Ellos sólo necesitan un recipiente. Mi padre me casó con la mejor familia que encontró dispuesta a acogerme. ¿Crees que no lloré entonces como tú lloras ahora? Pero el destino aún fue más cruel conmigo. No concebí ningún hijo varón. Me convertí en una carga para mis suegros. Ojalá tuviera un hijo varón y una vida feliz. Me gustaría que mi hija no se casara, porque así la tendría a ella para aliviar mis penas. Pero la vida de las mujeres es así. No puedes escapar de tu destino. Estás predestinada.” (pp. 101-102)


“Me lamí el dedo y contemplé su piel blanca. Cuando le acaricié el vientre por encima del ombligo con el dedo húmedo, noté cómo ella inspiraba. Sus pechos ascendieron, su estómago se hundió y se le puso carne de gallina.
“ —Yo —dijo. Había acertado. Escribí el siguiente carácter debajo de su ombligo—. Creer —dijo. Entonces la imité y escribí junto al hueso derecho de su cadera—. Ligera. —A continuación junto al hueso izquierdo—: Nieve”. (p. 108)
(…)
“Después recitamos juntas el poema entero:
La luz de la luna ilumina mi cama
“Yo creo que es la ligera nevada de una mañana de principios
“de invierno.
Miro hacia arriba y contemplo la luna llena en el cielo nocturno.
Me inclino. Echo de menos mi hogar.
Como es bien sabido, el poema habla de un funcionario que siente nostalgia de su hogar, pero aquella noche, y siempre a partir de entonces, yo creí que hablaba de nosotras. Flor de Nieve era mi hogar, y yo el suyo.” (p. 110)



“Con todo, esa tela de algodón no era nada comparada con las sedas que me mandaron más tarde, de excelente calidad y perfectamente teñidas. Rojo para la boda, pero también para los aniversarios, las celebraciones de Año Nuevo y otras fiestas. Morado y verde, apropiados para una joven esposa. Un gris azulado como el cielo antes de una tormenta y un verde azulado como el estanque del pueblo en verano, para mis años de madurez y, por último, de viudedad” (p. 112)


“En mis años de hija, cuando todavía me dejaban jugar en la calle, había visto muchos animales aparearse. Sabía que tendría que hacer algo parecido, pero no entendía cómo iba a pasar ni qué se esperaba de mí, y Flor de Nieve, que generalmente sabía mucho más que yo, no podía ayudarme. Ambas esperábamos que nuestras madres, hermanas mayores, mi tía o incluso la casamentera, nos explicaran cómo realizar aquella tarea, igual que nos habían enseñado a hacer tantas cosas.” (p. 130)



“Y en nuestro dialecto local la palabra «esposa» se pronuncia igual que «huésped».” (p. 138)

“Comprendí que no se refería al trato carnal con mi esposo, sino a eso. Flor de Nieve era mi alma general para toda la vida. Yo le profesaba un amor mayor y más profundo que el que jamás sentiría por mi esposo. Ése era el verdadero significado de la relación de dos laotong.” (p. 147)

“Esa noche, en la posada, después de ponernos las camisas de dormir, Flor de Nieve y yo nos tumbamos en la cama, cara a cara. (…) Flor de Nieve me puso las manos en el vientre. Yo puse las mías sobre el suyo. Estaba acostumbrada a notar las patadas de mi hijo contra mi piel, sobre todo por la noche. Ahora sentí cómo el bebé de Flor de Nieve se movía dentro de ella. No habríamos podido estar más cerca la una de la otra.
“— Me alegro de estar contigo —dijo, y pasó un dedo por el sitio donde mi bebé empujaba con un codo o con una rodilla.
“— Yo también me alegro.
“— Siento a tu hijo. Es fuerte como su madre.
“Sus palabras me hicieron sentir llena de orgullo y de vida. Su dedo se detuvo, y una vez más posó sus tibias manos sobre mi vientre.
“— Lo querré tanto como te quiero a ti —agregó. Entonces, como solía hacer desde que éramos niñas, me puso una mano en la mejilla y la dejó descansar allí hasta que ambas nos quedamos dormidas.
“Faltaban dos semanas para que yo cumpliera veinte años, mi hijo no tardaría en nacer y la vida real estaba a punto de empezar.” (pp. 180-181)

“«Cuando seas niña, obedece a tu padre; cuando seas esposa, obedece a tu esposo; cuando seas viuda, obedece a tu hijo.»” (p. 195)

“Era un niñito muy gracioso y nos divertía observarlo cuando ayudaba a su padre. Parecían dos cerdos: husmeaban, hurgaban, se frotaban el uno contra el otro; iban manchados de barro y mugre y se deleitaban con su mutua compañía.” (p. 253)

“Esa noche, el carnicero no la golpeó. Quería tener trato carnal con su esposa, y lo tuvo. Luego ella vino a mi lado de la hoguera, se deslizó bajo la colcha, se acurrucó junto a mí y apoyó la palma de la mano sobre mi mejilla. Estaba cansada después de tantas noches sin dormir, y noté cómo su cuerpo se relajaba rápidamente. Poco antes de quedarse dormida me susurró:
“— Él me quiere, a su manera. Ahora todo irá mejor. Ya lo verás. Mi esposo ha cambiado.” (p. 261)

“— Lo peor que puede hacer una mujer es abandonar a su esposo —repuso—. Ya lo sabes.
En efecto, lo sabía. Era una ofensa por la que el esposo podía castigar a la mujer con la muerte.” (p. 268)

“Empecé a reaccionar no como la niña pequeña que se había enamorado de Flor de Nieve, sino como la señora Lu, la mujer que creía que las reglas y convenciones podían proporcionar la paz mental. Me resultaba más fácil empezar a enumerar los defectos de Flor de Nieve que enfrentarme a las emociones que estaban surgiendo en mi interior.” (p. 272)






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