domingo, 29 de septiembre de 2013

Fox terriers


Hace unos días me apenó ver en una plaza un fox terrier viejo, irremediablemente arruinado, sin fuerzas, ciego, con desagradables problemas neurológicos que prácticamente le impedían moverse. Era lo mismo que le pasó a nuestra fox terrier y a muchos otros que vi viejos. Es un rasgo de la raza, que es muy homogénea. A quien los ama le duele verlos así porque resulta injusto; los fox terriers son perros entregados a lo que hacen con tanta pasión y nobleza, con tanta energía, vibrantes, idealistas, jugándose la vida en cada carrera, en cada gato que corren, cada vez que se alegran cuando ven a su dueño, cada vez que van a la guerra por una dama, cada vez que miran, que encaran un hueso, o saltan para alcanzar algo, que al verlos medio destartalados,  minusválidos, indefensos, con la enfermedad y los achaques más ensañados, se siente que son atacados miserablemente por la venganza de todas las cosas que ellos vencieron triunfalmente en su trepidante vida. Sólo es deseable, llegado este caso, un fin temprano. No se merecen la asquerosa vida indigna de no poder ser un foxterrier, un perro siempre atento, concentrado, tenso por la acción y por la felicidad que le da la acción. Brillan mucho en su vida y luego sufren el despiadado e injusto castigo de apagarse de modo repugnante, de corromperse en  vida.