Mi papá, 84 años, está en su casa de Nueva York, la
metrópoli planetaria hoy sumergida en la oscuridad de una distopía amarga.
Desde el cielo se ve en el mar la Estatua de la Libertad y, cerca, el barco
hospital abarrotado de enfermos. Descendientes de quienes llegaban en barcos y
lloraban al ver la estatua, que les daba la bienvenida a la Tierra del Mañana.
Hace unos días, antes de la época de la cuarentena, mi papá
me mandó un mensaje retándome porque estuve mucho tiempo sin comunicarme con él.
Le pedí disculpas y lo empecé a llamar seguido. Al
principio, me cortaba medio rápido. El hombre siempre es un chico. Ahora me
llama un par de veces al día. Hace un
rato me preguntó si yo conocía Pampa de los Guanacos.
Era una pregunta un poco desconcertante. Le dije que conocía
una chacarera con el mismo nombre y quise saber por qué me preguntaba por ese
lugar.
Me dijo que buscara un video turístico de Pampa de los
Guanacos en YouTube.
Entonces, miramos el mismo video en YouTube, él en Nueva
York y yo en Buenos Aires.
Pero ¿por qué estábamos viendo Pampa de los Guanacos?
“Me puse a mirar YouTube y me pareció interesante”, me
respondió.
Estábamos viendo un episodio de un programa de turismo,
bastante humilde. El conductor había viajado en su auto (una escena transcurría
en de la gomería “Rodar”, donde el auto se proveía de neumáticos) a Pampa de
los Guanacos, un pueblo en la frontera de Santiago del Estero con Chaco. Un
pueblo que tiene sólo una iglesia. Menos de 5.000 habitantes. Ningún hotel.
Pero tiene una comunidad menonita.
Mi papá me empezó a contar de los menonitas, porque ya
había visto el programa. Me extrañó aún más, porque no le interesa la gente
rara.
“Son alemanes, o no sé de dónde. Se hace la ropa entre
ellos. Los chicos no van a la escuela. No usan celular, ni nada de la
tecnología”, me relataba.
Estaba interesadísimo. Era la primera vez que sabía de la
existencia de aquella gente.
Y yo tenía mucha intriga. No podía adivinar qué estaba
viendo que le llamaba tanto la atención.
Tuve la sensación de que quizás mirar a los menonitas le hizo
pensar que nos podríamos arreglar sin máquinas, dinero, electricidad y Estado.
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