sábado, 14 de noviembre de 2020

La deuda del Conductor Serpiente



Ungido ya como el Gran Líder del Imperio de Oriente, el más poblado del planeta; ya conduciéndolo hacia la Grandeza Esplendorosa, el Conductor Serpiente no podría sacarse de la mente los dos años de su juventud en que tuvo a su cargo la provincia pobre.

“No alcancé mis aspiraciones”, se decía cuando el fragor del día se aplacaba y emergía la mayor intimidad, las horas a solas consigo mismo.

“La sensación de que aún tengo una deuda pesa en mi corazón”.

Por eso rescató los borradores de los discursos que en aquel momento había pronunciado a su equipo y a sus partidarios, a las multitudes, o a pequeños grupos de campesinos descalzos que lo escuchaban junto a los magros cultivos, con las herramientas en la mano. 

Rescató los viejos borradores, garabateados en papeles sueltos, con frases tachadas, reescritas, vueltas a tachar y nuevamente escritas, y les dio nueva forma. Los escribió para que los funcionarios actuales pudieran sacar provecho de su experiencia, en aquel tiempo remoto y aquel lugar lejano, en el que él había hecho todo lo que pudo para sacar a la gente de la pobreza.

Con los nuevos textos, mandó editar un libro. 

En el epílogo escribió: “En este libro me he atrevido humildemente a ofrecer al público discursos del momento en que goberné el lugar. Es, en parte, un intento de saldar mi vieja deuda”.

En la soledad, se confesaría que el tiempo es como un potro blanco que se ve pasar a través de una grieta en la pared: no volverá.


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