jueves, 5 de noviembre de 2020

Ni uno solo

Muchos años después de terminada la revolución, el hijo de uno de los revolucionarios, ya líder prominente, visitó una zona montañosa donde vivía una etnia medio perdida. 

El líder agradeció a un grupo de nativos el modo en que primero habían apoyado a los revolucionarios y luego se habían hecho revolucionarios ellos mismos.

“Un veterano me dijo una vez”, les dijo mirando a cada uno de los ojos, “que no hubo ni un solo traidor de la comunidad de ustedes en toda la guerra. Un hecho extraordinario”.

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Hoy algunos acusan al líder de despótico. 

En aquel momento fue a visitar a aquella gente porque había resultado elegido gobernador del lugar. 

Mientras la plaza de Tiananmen estaba poblada de fantasmas frescos, el líder, un joven de 35 años, anduvo pueblo por pueblo de la provincia remota que gobernaría, anunciando que iban a trabajar duro todos juntos y así en unos años ya nadie sería pobre.

Ni uno solo.





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