lunes, 13 de mayo de 2013

Gatos embalsamados



El estante más alto de mi biblioteca se venció. Se fue venciendo, lentamente, como escuché que gotea imperceptiblemente la brea —una gota cada 16 años. Un día vi los libros inclinándose hacia adelante como un niño gordo que quiere mirarse, debajo de la panza, el pito. Cuestión que para reparar el estante bajé los libros y encontré una cantidad enorme de carpetas y papeles desordenados. Tenía una vaga idea de qué contenían esas carpetas, pero recién cuando las fui revisando una a una tomé conciencia de que allí estaba todo lo que he escrito en mi vida. Sentí que debía atesorar aquello —después de todo no he hecho otra cosa en toda mi vida que escribir, y esos escritos equivalen a las casas, empresas, automóviles, dinero que otros han acumulado. Sentí eso, pero también pensé que aquel acervo no tiene valor. Cómo dijo hace poco una amiga, "Chinito, si no nos descubrieron a esta altura, podemos ir dedicándonos a otra cosa que a esperar". También pensé en el tesoro de Lo Yuao que heredé, cientos de dibujos suyos, miles de imágenes que recortaba porque las encontraba valiosísimas, una multitud de pinceles y pinturas, decenas de libros de arte. Curiosamente, estos días estuve disponiendo para ese legado familiar una suerte de destino final, de donde no volveré a sacarlo: lo dejaré para las próximas generaciones. Que hagan lo que quieran con todo ello.
En fin, un convergencia. Miro las carpetas con mis escritos sobre la mesa, me pregunto si tirarlos a la basura, dado que creo que no valen nada, o conservarlos porque quizás yo no sea en este momento el jurado mejor autorizado para sentenciar, y segundo, porque aunque sea una porquería, le pertenece a mis hijos antes que a mí.
Me encuentro de repente embalando las carpetas herméticamente, para disponerlas en un lugar inaccesible. ¿Algún día haré algo con esos papeles? Contienen ocurrencias anotadas, y si quisiera divulgarlas debería escribirlas.
Voy embalando las carpetas y me sube como sube el agua en una inundación, el sentimiento de que estoy preparando objetos que me acompañarán en la tumba, como los gatos momificados a los faraones, las monjas esposas al Señor de Sipán o la camisetita de Boca al nene que murió de leucemia a los nueve años.