En la mesa de luz de Victoria encontré un libro que había
buscado hace dos años, El abanico de seda,
de Lisa See. Trata sobre las mujeres de una región remota de China, que
inventaron un idioma para que los hombres no pudieran entenderlas. Le pregunté
dónde lo había conseguido y me dijo que se lo había prestado su psicóloga.
— No será porque salís con un chino...
— Sí. Hablamos de que los criterios son muy diferentes entre
occidentales y chinos, y por eso las relaciones son complicadas.
— Parece un chiste. Armo mi vida para encontrar, recuperar,
hasta secuestrar mi lado chino porque mi padre no me lo pasó, y es justamente a
ese agujero al que los demás le atribuyen casi todo de mí. Tuve un
psicoanalista que se la pasaba explicando mis comportamientos, estructuras, por
mi lado chino. Creo que a mucha gente le fascina tocar algo de China, cómo en
la fiesta del Año Nuevo la gente se agolpa para poder tocarle la cola al dragón
que baila en las calles. Supongo que a algunos le puede llamar la atención algo
de mí, algo como lo mal que juego al tenis, el temor a andar a caballo o la
habilidad para imaginar diálogos, se preguntarán de dónde sale eso, y se
responderán que eso proviene de mi lado chino. Luego inferirán que los chinos
juegan mal al tenis, etc., y así se harán una imagen de los chinos. Si la
imagen es fuerte terminaré yo mismo creyendo que es verdad, y acabará diciéndome quien
soy.