Voy en un colectivo en el
que viajan también dos sordomudos que habla entre sí mucho. Feliz, o más,
exaltadamente. Se me ocurre que la alegría se debe a que pueden comunicarse
pese a que son sordos. En parte los envidio. Yo también me estoy quedando sordo
y sólo genero irritación en los demás. Me hablan, no escucho y pregunto
“¿qué?”. Me hablan de nuevo y otra vez tengo que preguntar “¿qué?”, y empiezo a
sufrir porque sé que cuando me digan lo mismo por tercera vez aún no escucharé,
pero no quiero ser culpable de interrumpir la comunicación y allá va otra vez,
“¿qué?” Me dicen y no hay modo. Me quedo pensativo, intentando desesperadamente
inteligir lo poco que escuché y frustrándome. Entonces pido mil disculpas y
explico que tengo graves problemas de hipoacusia, y entonces me gritan. Cuando
esto se repite por dos o tres veces, ya mi interlocutor está francamente
molesto y en sus gritos va connotada la pregunta “¿así te tengo que gritar para
que me escuches, sordo de mierda?” Las charlas se desnaturalizan, la
comunicación se corrompe, mi interlocutor no me soporta, yo me deprimo y tengo
ganas de mandar todo a la mierda y quedarme solo. Y todo porque tengo un
defecto físico. Otras discapacidades mueven a la lástima, como la ceguera. Ante
un cieguito, la gente se pone solidaria, pero ante un sordo se pone rabiosa. No
sospecha que el ciego no quiere ver, pero sospecha que el sordo no quiere
escuchar. Peor aún, si yo fuera completamente sordo, si perteneciera a la
categoría sordomudo, entonces sí se
me dispensarían las atenciones y el comportamiento civilizado con que debe
tratarse a un discapacitado. Pero si uno es medio sordo, ahí cagó. Entonces no
hay ni buena onda, ni consideración, ni INADI.
Escribo esto para rogarles
que me tengan paciencia si les pregunto “¿qué?”
Y si no, vayansé a la puta
que los parió.