Ciudad planificada antes de ser construida. No hay otra que
tenga más aspecto de maqueta. Toda entera parece un museo arquitectónico, el
más fantástico y colosal del planeta.
No prima la publicidad, sino la arquitectura.
Las avenidas son tan anchas que pueden ser usadas como
pistas de aviación.
Un nuevo ícono de la ciudad es la Flor de la Sabana, torre
de la televisión digital, inaugurada en 2012, que puede verse desde cualquier
lugar de Brasilia. Fue diseñada por el prócer de la arquitectura brasileña,
Oscar Niemayer en los últimos meses de su larga vida, cuando ya había pasado el
siglo.
Brasilia es la primacía de la arquitectura. El baldío
geográfico de la sabana fue constituido en espacio por los arquitectos.
El jardín del Palacio da Alvorada es un regalo de un
Emperador del Japón. Lo separa de la calle una larga fosa por la que nadan con
pereza las carpas salidas de la pintura oriental. Por una planicie de césped
deambulan, como en nuestros parques lo hacen los teros, enormes ñandúes.
Su ser maqueta le da a Brasilia una condición de nueva
eterna. Sin embargo, tiene historia. Vemos en el lecho del lago escombros,
restos de algo. Nos cuentan que en 1958 el lago creció y dejó bajo el agua
barrios enteros.
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