Nacho Sánchez refiere una genial obra de teatro de la que no
tuve noticia. El lugar: una clínica.
Los personajes: los típicos de una
clínica, médicos, pacientes, camilleros, administrativas, personal de maestranza,
familiares, kiosquero, visitadores médicos. La ocasión: el día que muere Sandro. Sucede que el espíritu de
Sandro va tomando a los diferentes personajes, que impostan la voz como él,
caminan agitando las caderas como lo hacía él cuando cantaba, hablan moviendo
las manos como Sandro, se miran entre sí fijo como miraba Sandro y, por
supuesto, ante cada situación responden cantando.
Nacho no contó la trama, y no fue necesario, porque el
planteo es tan imbatible que casi cualquier historia que se desarrolle en esa
escena básica se hace eficiente.
Recordé la bochornosa tarde que cubrí el velorio de Sandro
en el Congreso de la Nación. Durante mucho tiempo hubo una fila de seis o siete
cuadras de fans que desfilaban frente al cadáver. El calor era feroz. En la
puerta había un enjambre de gente que había hecho la cola, mezclada con
periodistas, policías, vendedores de medallitas, fotos y afiches de Sandro y
organizadores. En un pequeño claro se erigía, altísimo, Roberto, un doble de
Sandro, cargadamente maquillado, con la ropa de Sandro, su peinado, su
micrófono y su mirada. La gente lo saludaba y él respondía como si fuera una
celebridad.
Una tras otra las cámaras de televisión se plantaban frente
a él y él cantaba una canción de Sandro y hacia un breve discurso que terminaba
con una sonrisa de Sandro congelada.
Me gustó mucho. Y de pronto recordé cuando un 25 de diciembre me mandaron a hablar con Gladys nomeacuerdocuánto, en San Nicolás, que hablaba con la virgen. El bochorno era tal qu8e casi me desmayo, beso chinito
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