viernes, 7 de marzo de 2014

Paolo y la Marquesa di Bianco


De puño y letra de Marcel Schwob se encontraron apuntes que claramente prepararon sus Vidas Imaginarias. Entre las anotaciones hay una historia referida a Paolo di Dono, antes de que lo llamaran Uccelli, muchos años antes de que conociera a la Selvaggia mencionada en el libro. La historia refiere la separación de Paolo Dono de la Marquesa di Bianco. Expansiva socialité de la corte, ella dedicaba su vida a complacerse en su círculo noble, brillando y seduciendo. Sabía cultivar alianzas, crear intrigas, sembrar discordia, hacer de celestina, conseguir arrepentimientos y perdones, tejer redes hechas de emoción, poder, lujuria y también de verdadero amor. Todo aquello era lo que encendía a la Marquesa y la hacía sentir viva. En cambio, los caballos y los guerreros cruzados de una infinidad de rayas que superpoblaban y hacían vivir el estudio, el ojo y el alma de su marido, la dejaban impávida. No tenía sentido para ella, ni la alimentaba, la pasión de Paolo por reunir, combinar y fundir las formas buscando su transmutación en la forma simple de la cual dependen todas las otras. Lo dejaba allí con sus pinturas y partía al mundo cortesano.
Paolo, en tanto, que tenía el alma cruda y desnuda de protección, necesitaba estar todo el tiempo con ella. La amaba con locura y nada más le importaba del mundo que ella, y cuando le faltaba ya no se reconocía a sí mismo, y la realidad toda se le volvía extraña.
Un día la Marquesa viajó a Venecia y allí olvidó por completo a Paolo. Él no sintió simplemente que ella hubiera desaparecido, sino que vio llegar a los hermanos y primos de su esposa, quienes lo ataron a una columna de la iglesia donde trabajaba, le abrieron el costado con un cuchillo de matar cerdos, metieron sus manos en el tajo, asieron una costilla y tiraron de ella hasta que la arrancaron.
Habría de quedar, desde entonces, maltrecho, enfermizo, traumatizado entero. Pintar fue la única manera de seguir vivo. No lo hacía con voluntad, sino de puro instinto. No pudo parar de pintar, con su cabeza en blanco, sin consciencia, hasta muchos años después, cuando llegó Selvaggia. Lo demás está en Vidas Imaginarias.

No hay lugar, en el tiempo que se nos da de vida, para estar con otras personas que no sean aquellas con quienes se nos produce un encendido mutuo.





Paolo Uccello, Chalice,1450

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