Cerca de donde hacemos el taller de cuentos, en el mismo
gran comedor, alrededor de dos mesas varios viejos miran la televisión. Ven un
canal en el que están pasando Hijitus.
Hoy volvió el boxeador. No tiene la mirada perdida, pero
pasa un tiempo, pequeño y a la vez muy difícil de soportar porque parece
eterno, entre que resuelve qué decir y cuando finalmente lo dice. En el
encuentro anterior hizo un repaso despiadado de los nocauts que tuvo.
Escuchándolo, nos resultaba inconcebible que siguiera vivo.
Hoy eludió sentarse a la misma mesa con los demás escritores
de la tercera edad que viven aquí luego de haber sido recogidos de la calle, y
se ubicó en otra. Vi que frente a él, pegado en la mesa, donde se apoya el
plato, había un papelito que decía HIPOLITO. Era su lugar.
Por primera vez estuvo Silvia, que llegó al Refugio hace dos
semanas. Con excelente disposición Silvia hizo y rehizo su historia, como si
hubiese empezado la historia corrigiéndola.
Silvia tenía la cabellera de una chica de 20 años, la cara
típica de las intervenidas con cirugía plástica y unos lentes elegantes, aunque
les faltaba una patilla. Escribió una historia de amor en la que María Delia
perdía los zapatos, desesperaba porque tenía que volver a su casa a las once de
la noche y al fin aparecía un príncipe Luis que los encontraba en un pozo.
Luis también era el nombre de otro nuevo integrante, que
escribió casi la misma historia que Silvia. Había llegado en silla de ruedas,
vestido con una prolijidad extraña al lugar —camisa clara, bléiser de impecable
azul y pañuelo rojo que asomaba del bolsillo. Se presentó como un hombre culto;
posó sobre la mesa un libro de logosofía y un cuaderno en el que dijo guardar
sus escritos.
Estuvo Isabel, que está siempre. "Te estaba
esperando", me dijo al verme, con una sonrisa que emerge desde el fondo de
ella, un fondo que no alcanzo a ver. Isabel está en una realidad diferente,
imposible de sintonizar, salvo cuando escribe. En sus relatos, su mundo de allá
dentro, sus seres, sus lugares, aparecen en una trama que le permite
compartirlos. Las consignas que dicté hoy
fueron: "En la milonga, María Delia no podía encontrar sus
zapatos" y "Una nube de mariposas blancas cubría el pozo de
agua". Los participantes debían integrarlas en una historia. El cuento de
Isabel comenzaba con María Delia perdiendo los zapatos, luego viendo el reflejo
de una nube de mariposas en la superficie del agua del pozo, y luego en la
blancura de las mariposas emergía Jesucristo, hasta que se instalaba
definitivamente un mundo divino, el formado por los "colores en torno de
la vida humana' y poblado de "mariposas en el infinito".
Los ancianos que miraban Hijitus en el televisor parecían
estar en una sala de espera eterna. El barullo de un televisor perturbaba el
taller, de modo que me acerqué, les expliqué por qué era necesario que bajara
el volumen y los invité al taller. Nadie dijo nada, y cuando bajé el volumen
siguieron mirando la pantalla con la misma expresión de antes.
La Boca, septiembre de 2013
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