Lelia comentó que a lo largo de la historia de China
los intelectuales mantuvieron una relación particular con el poder. Mencionó a
cierto sinólogo quien, para definir a un funcionario imperial, echó mano al
término “letrado”. Notable pirueta traductora, notable Lelia Gándara, que
encuentra siempre la aguja que da sentido al pajar.
“Jean Claude Pastor, explicó Lelia, dice que con la desacralización
de la escritura, los que en la antigüedad se habían encargado del arte adivinatorio
se transformaron en funcionarios letrados. Esta figura del «letrado» tiene que
ver también con la instauración de los exámenes imperiales, que tuvieron
vigencia en China durante muchos siglos. Quienes aspiraban a ser funcionarios debían
rendir un examen muy exigente. Además de su probidad moral, los candidatos
debían mostrar su dominio de los cinco textos clásicos: los Documentos
Históricos, el Yi Jing, los Clásicos de la Poesía, los Clásicos de los Ritos y
los Anales de Primavera y Otoño, que se suelen atribuir a Confucio, aunque no
hay evidencia de que él los haya escrito o recopilado."
A partir de la filosofía confuciana, se consideraba
que el gobernante tenía que ser un erudito. El aspirante a funcionario del
Imperio también debía ser capaz de recitar y escribir poemas y debía demostrar
su calidad como calígrafo —la estética es inherente a la escritura china-, como
músico o pintor.
El Imperio, así, estaba gobernado por funcionarios
que al mismo tiempo eran eruditos poetas y artistas. “El sinólogo Étienne Balazs los llamó la burocracia
celeste”.
En un momento de la clase se mencionó que, en su
origen, la escritura china estuvo relacionada con la adivinación. Se habló
también del origen mítico de los caracteres chinos y de la figura legendaria de Cang Jie, a quien el Emperador Amarillo habría encargado la invención de un sistema de escritura. Durante
sus largas cavilaciones para cumplir la orden, Cang Jie —que tenía cuatro ojos—
un día encontró en una playa unas huellas que le llamaron la atención. Le
preguntó a un pescador qué animal las había dejado y éste le dijo sin dudar que
eran de un pájaro mitológico, el pixiu. Cang Jie comprendió que así como aquellas
marcas permitían identificar sencillamente al animal que las había producido,
se podía pensar en un sistema de signos que reprodujera las características de
las cosas del mundo, y así concibió un lenguaje hecho de signos cuya
interpretación permitiera identificar aquello a lo que remitían por similitud.
Ese desciframiento contendría un poder enorme, el de
conocer la realidad, y por tanto, dominarla.
Luego, se perpetuaría el conocimiento de los
caracteres, una potestad sobre su belleza y el trabajo del pensamiento y el
arte sobre ellos, desde los grandes sabios como Confucio, Mencio, Laozi y Zhuangzi
hasta los letrados funcionarios. Era necesario ese dominio de la escritura para
gobernar.
Con erudición, belleza y también con magia se erigió
una civilización basada en un imperio de cinco mil años.
Cinco mil años en los que el mundo fue representado
mediante los mismos signos.
“Quienes rendían un examen en una dinastía en el
siglo XVI d.C., dijo Rubén Pose, el compañero de Lelia al frente del curso,
conocían como propios los textos que Confucio había elaborado 2.000 años antes,
escritos con los mismos sinogramas con que eran leídos —y con que son leídos
aún hoy”. Agregó que “no era una prueba fácil. Se preparaban una vida entera
rendirla. Algunos la daban cuando se aproximaban a los 50 años”, en una época
en que pocos vivían más allá de los 50 años.
Lelia hizo ver que a partir de aquella tradición, no
es extraño que los autores más destacados de la literatura china hayan sido también
funcionarios del Imperio. “Inclusive muchos de quienes desaprobaban el examen imperial
también se convertían luego en grandes literatos—que a veces producían una
literatura resentida y cuestionadora. Cuando los eruditos-funcionarios entraban
en conflicto con el poder —por ejemplo al cambiar un emperador por otro— solían
plantearse dos posibilidades: o bien se retiraban a una vida de eremitas, a
veces adoptando la filosofía zen (chan,
en chino), y se dedicaban, naturalmente, a escribir; o bien —quienes no eran expulsados
pero sí relegados a cargos menos importantes — adoptaban una actitud crítica
frente a la sociedad y a los gobernantes, pero como la crítica directa les
costaría la vida, realizaban una crítica que era oblicua, indirecta, mediante
la literatura. Esta última es una de las claves de lectura posibles, por
ejemplo, de El sueño en el Pabellón Rojo,
que según algunas interpretaciones retrata la decadencia de la dinastía Qing”.
Lelia Gándara, Rubén Pose y Florencia Sartori, los
tres profesionales de las Letras, ofrecen este curso abierto en el IES Nº 2
Mariano Acosta (Urquiza 277). Están entre las personas que más saben de
literatura china en Argentina.
Hablaron sobre los mandarines eruditos artitas en la
primera clase del Curso Introducción a la Literatura China, el sábado 31 de
mayo a la mañana, ante una concurrencia inusitadamente suculenta para un evento
académico relacionado con la cultura china.
Entre los asistentes, de toda heterogeneidad, uno
recordó que al ser agasajado por la colectividad china en Argentina, un alto
funcionario de la República Popular China fue invitado a pintar su caligrafía
en un mensaje; otra mencionó al inspector Chen de las novelas de Qiu Xiaolong,
un policía —y por tanto un funcionario gubernamental— que es aficionado a la
poesía e incluso poeta (“esa figura del policía-erudito de las letras que, por
las razones que explicamos, no parece tan rara en China, en nuestro país resulta
extremadamente infrecuente”, observó Lelia); uno más trazó el paralelo entre la
leyenda de Cang Jie y una propuesta del historiador italiano Carlo Ginzburg,
quien especuló con que el seguimiento de las marcas que dejaba la presa
perseguida enseñó a los hombres, cazadores, el camino de la escritura.
El curso seguirá durante otros nueve sábados hasta
el 15 de noviembre, asumiendo los tres desafíos planteados por los docentes: la
escasez de antecedentes en Argentina de enseñanza de la Literatura China, la
pobre cantidad de obras traducidas —y entre ellas, la paupérrima disponibilidad
en el mercado— y la necesidad de acotar una literatura cuyos inicios pueden
remontarse a antes del siglo X a.C. y que ha mantenido una continuidad desde
entonces.
Anunciaron que durante el curso se revisará la
literatura de las Dinastías Tang (618-903 d.C.), de la Época Moderna, abarcando
las dinastías Yuan (1279-1368), Ming (1368-1644) y Qing (1644-1911), durante
las cuales se escribieron las cuatro novelas clásicas (Los tres reinos, A
orillas del agua, Viaje al Oeste, El sueño del Pabellón Rojo), y finalmente la
literatura del siglo XX, incluyendo el movimiento de protesta del 4 de mayo de
1919, que planteó abandonar el lenguaje literario clásico para acercar a la
lengua escrita la hablada, el papel de Lu Xun ("Diario de un loco"), la
literatura de la época maoísta y los autores contemporáneos (Lin Yutang, Chang
Jung, Dai Sijie y Mo Yan, entre otros).
Al salir de la clase vi inmediatamente un local
comercial que tenía en su cartel, inexplicablemente, los dos perros que
custodian la entrada de las casas en China. Una cuadra más adelante equipos de
televisión competían por reportar la noticia de un tiroteo frente a un
supermercado chino. Se especulaba que había sido ocasionado por la mafia china.
Y ahora que estoy escribiendo esta crónica enamorada de la clase, frente a este
bar (Bar de Cao, en el barrio porteño de San Cristóbal) veo una “Casa de
Belleza” con un mural en el frente de un paisaje dominado por una pagoda.
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