Le llevamos el auto para que fuera a San Esteban a buscar a
dos periodistas. En el camino Antonio, nuestro guía, nos habla de él. Que es un
hombre de 62 o 63 años, que tiene seis hijos, una ponchada de nietos y hasta
bisnietos. Además, con su mujer adoptaron hace años un chico, y hace poco
adoptaron dos nenas. Dos hermanas, una de ella con problemas de conducta.
Llegamos a su casa, en un barrio pobre. Es una casa chica.
En el frente hay una obra de ampliación. Debajo de la copa de un árbol hay un
coche viejo, medio comido por el óxido.
El hombre sale con una nena, la despide, sube al auto. Es un
hombre común, de pantalón y camisa. Antonio le pregunta cómo anda y él dice que
bien, que estuvo trabajando en la obra de su casa.
Andamos y en el trayecto Antonio le comenta que nos había
contado de la adopción de las nenas. Hablan del tema, él con mucha frontalidad
—sufrieron "abuso", dice Antonio, y él, "las violaron". Cuenta
que la más chica tiene problemas porque de bebé la madre no la alimentó.
También que tenía un estrabismo grave y la operaron. "Tiene menos
vergüenza ahora. Cuando recién vinieron con nosotros tenían mucha hambre.
Después se pusieron bien. Crecieron, la más grande se desarrolló".
Es casi bruto. Yo pienso en la casa humilde, pienso que es
viejo, pienso en la tragedia eterna que sería para mí, casi para cualquiera de
las personas que conozco, tener un hijo con un problema, pienso en lo contento
que está, pienso que la nena que lo abrazaba cuando salió de la casa debía ser
una de las hermanas, y se me hace un nudo insoportable en la garganta.
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