martes, 12 de mayo de 2015

Saluden, che

Cuando a uno no lo saludan, en un sentido uno puede sentirse indigno del saludo, o sea, indigno, y puede preguntarse qué tiene, que no merece ser tenido en cuenta, por qué es ignorado. Puede sospechar que hay algo desagradable en él.
Los otros días la China contaba que había estado en un pueblo donde toda la gente se saludaba. Muchos se conocían, pero otros no, y se saludaban lo mismo. A ella le gustó tanto que cuando volvió a Buenos Aires se puso a saludar a todo el mundo, y ahora, cada tanto se acuerda y empieza a saludar a cualquiera, a la señora junto a la que se va a sentar en el colectivo, a un tipo que está en un banco de una plaza, a todos los presentes cuando entra al cajero automático y hay cola. 
La China está medio chiflada, pero yo les digo: saluden.
En la ciudad grande la gente soporta no ser saludada porque está como en guerra. La gente piensa "no me saludan, ¿y qué?, problema del otro. Que se vayan a la mierda. Yo valgo muchísimo, si no me saludan es porque son unos idiotas", etc. Se tiene razón al pensar así, pero el tema es la agresividad de esos pensamientos.
Saludando se rompe con ese estado de hostilidad con todo el mundo. A lo mejor no se consigue que nadie salude ni salga del estado violento, pero al menos uno ha salido. Y no es poco, porque como decía Unamuno, yo puedo ser insignificante para el Universo, pero para mí soy todo.
Saluden.
Es más saludable y más feliz quedar como un bobo saludando demás que siendo un sensato amargado.
Saluden demás, a todos, a cualquiera, más de una vez, equivocando el saludo, dándole el asiento a una gordita creyendo que está embarazada pero nada más es gordita, dándole un beso a alguien que extiende la mano, dándole un abrazo a alguien que se queda tieso, medio espantado. 
Hagan el ridículo de ser buena gente y no vuelvan de ese ridículo.






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