Ya están aquí.
Ya están aquí de nuevo.
No: nunca se fueron.
Son los millones que hicieron silencio durante la dictadura
militar.
Los millones que, sabiendo las atrocidades que hacían los
militares, miraron para otro lado. Cómplices por omisión. Le dieron un cheque
en blanco a los militares con tal de estar tranquilos.
Y están los millones que vivaron a los militares, que
festejaron el golpe de Estado, que celebraron que deshicieran a la gente a
balazos y que torturaran y robaran bebés.
Millones contentos con la violencia y el autoritarismo.
Esos no fueron pasivos.
Todos cerraron el pico, se escondieron en la sombra cuando
se conocieron los crímenes de la dictadura que apoyaron y cuando las juntas
militares fueron enjuiciadas.
Se escondieron con la cobardía natural de los entusiastas
del autoritarismo, esperando el momento de volver a aparecer.
El espacio político del PRO que surgió con el 2001,
apuntalado por un radicalismo rebajado a la vileza, le dio cauce político a esa
fuerza fascista y mayoritaria.
A los dos Fernández les cabe una montaña de reproches, pero
no se les puede reprochar que mantienen en pie lo que los políticos y
sindicalistas más combativos levantaron durante la dictadura: la lucha por el estado
de derecho.
Puede reprochársele a los Fernández no ir más allá de la
democracia formal, pero no que no la defiendan.
Sin embargo, hay que ir más allá.
La Argentina que se entusiasma con un gobierno violento y
opresor de la sociedad es el mar en el que nadamos.
Estamos en completa desventaja.
¿Y qué?
¿Nos quedamos llorando indignación?
Habrá que resistir más.
Habrá que tener más fe.
Habrá que tener más ambición.
Habrá que soñar más fuerte.
Aunque sea para que nuestros hijos vean que entregarse no es
la única opción.
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