domingo, 16 de febrero de 2025

La mecedora

 La Serpiente es el signo que encarna la Sabiduría.


La Sabiduría es distinguir lo que es importante de lo que no lo es. 


Cuando era muy jovencito, quizás tenía 20 o 21, yo estaba tomado entero por el enamoramiento de Laura.

Era como un perrito, tenía ese tezón insoportable y que avergüenza del insistente hasta la pesadez más densa. Creo que algunos días yo llegaba a levantar fiebre.

Obvio que ella no me pasaba bola.

Pero no me resignaba nada, ni un átomo.

Si me viera hoy le diría a mi yo de ese momento: “no les vas a tocar nada ni aunque pasen 10.000 años”

Pero un día ocurrió algo completamente inesperado.

Anduvimos por no sé a dónde —yo siempre siguiéndola con la lengua afuera y la baba— y al final fuimos a su casa.

No sé cómo fue que terminamos recostados medio cerca. De repente mi mano estaba en el aire y noté que su pierna estaba muy cerca. 

Muy cerca.

Estaba como a dos centímetros de mi mano.

Y estábamos hablando diferente, porque ella había empezado a hablar un poco diferente.

Mi corazón comenzó a bombear con una fuerza brutal. Cada latido era como una bomba.

Mi respiración se aceleró, mis ojos no sabían qué mirar y en un momento tomé consciencia de que podía mover dos centímetros mi mano. 

Dos centímetros.

Dos centímetros y la tocaría.

Dos centímetros y dejaría el reverso de un dedo apoyado en la piel hermosa de su pierna divina.

Luego la miraría a los ojos.

Y ¿qué hice?

Lo que ya se adivina, dejé la mano estática. 

La mano de una estatua.

Quizás entré en pánico.

O no sé.

Ustedes sabrán decirme.


Segunda historia.

Por esa época mi querida amiga Julita, posiblemente la persona más intensa que conozco, estaba más porfiada que yo, pero para conseguir trabajar como productora de cine. 

Cuando consiguió un puesto, enloqueció.

Trabajaba las 24 horas, estaba desaforada, todo lo que el director decía, aunque no pidiera directamente, ella lo interpretaba como pedido y salía disparada a conseguirlo.

Una mañana, el director pidió directamente una silla mecedora, y dijo “una usada, no una de mueblería; de las de maderas redondeadas, y de las que tienen esterilla”.

Agregó: “podríamos hacer las tomas esta tarde, con esa silla”.

La mente de Julita giró tan frenéticamente como un trompo, “dónde, dónde, dónde, dónde, dónde, dónde, dónde hay una silla como esa”.

A los tres segundos encontró la solución. Se tomó un taxi, le gritó al taxista “tenemos ¡MUCHO! ¡APUROOOOOOOOOOOOOOO! ¡Si no podés ir rápido tomo otro taxi!”. 

Iban a su casa.

Donde vivía con sus hermanas, su mamá y su abuelo Jorge.

Ya entienden ustedes.

Ya entienden ustedes dónde pasaba el día el abuelo Jorge, de 91 años. 

Era exactamente “una usada, no una de mueblería; de las de maderas redondeadas, y de las que tienen esterilla”.

Bueno, esa tarde, cuando la mamá de Julita llegó del trabajo, ¿adónde encontró a su padre? En la cama.

Y había un espacio vacío.

Julita carecía por completo de refrenos.

Era capaz de cualquier cosa.

Pagaba cualquier precio.

Pagaba hasta con lo que no tenía ni podría tener, con tal de conseguir lo que quería.


Entonces, la sabiduría de la Serpiente consiste en distinguir lo que es importante de lo que no es importante.

Quien sabe que algo no es importante, puede abandonarlo, no hacerle caso, desecharlo y tomar lo importante, que es muy probable que esté al alcance de tu mano.






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