Hoy es el sábado en que Dios en el Mundo está muerto.
Lo crucificaron ayer y resucitará mañana.
Hoy los diablos juegan libres.
Parece ser que antiguamente, unos indios que vivían en lo que después fue Paraguay, Argentina y Bolivia, vivían en permanente circunspección, salvo los tres días que seguían al florecimiento de la algarroba.
Esos tres días eran de libertad total.
Vivían con dicha infinita no respetar ninguna regla.
La fiesta empezaba con un brindis de una bebida alcohólica que fabricaban, con lo cual perdían toda inhibición desde los más ancianos hasta los niños.
Cuando llegaron a la zona, “pacificada” por los militares, los misioneros anglicanos prohibieron la fiesta.
Nuestra civilización Occidental, Civilizada y Cristiana, no tiene muchas fiestas de liberación.
La pornografía, Lollapalooza, la droga, el alcohol y otros estupefacientes, el hiperconsumismo y otras instancias parecen farsas de la libertad.
Incluso el arte está casi completamente atrapado por la maquinaria represiva del capitalismo, con su propiedad privada, su lucro y su burocracia.
Sólo en algunas pocas manifestaciones sociales de resistencia asoma la libertad, como se siente cuando se anda por la avenida de Mayo liberada por el feminismo o por una marcha por el 24 de marzo.
Una fiesta del beso, ponele, sería revolucionaria.