viernes, 21 de junio de 2024

Una cuerda

 Vivo solo.

Salgo poco. 

Estoy lejos y no tengo muchos amigos.

Si voy a encontrarme con alguien o si recibo a alguien, espero que nos toquemos una cuerda de adentro.

Me horroriza verme seco cuando salgo del mar.

Me hace saber que mientras me creía vivo, he estado muerto.

Para salir seco luego de estar con otra persona, mejor no la veo.

Quizás por eso es que estoy solo.



miércoles, 12 de junio de 2024

Sentado en el parque

Caminando sin rumbo por los senderos del Parque Saavedra, usando los senderos como laberinto, encontré a un viejo sentado en un banco. 

El viejo no hacía nada. Tenía las manos en los bolsillos de su sobretodo. Se veía que tenía frío.

No usaba celular, ni leía el diario, ni miraba en alguna dirección.

No hacía nada.

Me senté al lado, me presenté sucintamente —“soy un vecino”—, me dio la mano. Su actitud me movió a que le dijera lo que iba pensando, algo que dijo Kierkegaard sobre la alienación que viene después de que uno se atreve a hacer una movida y el vacío que corroe a quien no se atreve.

No le mencioné “Kierkegaard”, y pensé que el viejo tal vez sólo hablaba de la yegua de Cristina o de la jubilación o de sus achaques, y entonces mi comentario era una desubicación total, incluso grosera. Pero el día estaba tan desapacible, tan arrasado por la soledad, que no me importó. Si me salía con una boludez, me iba.

Pero en cambio me dijo: “lo que dijo Kierkegaard es que atreverse produce un desbalance, no una alienación”.

Y se puso a hablar de Kierkegaard. Pausada, largamente. Como si pudiera hablar de Kierkegaard eternamente. Podría entretener a la Muerte hablándole de Kierkegaard y postergar su muerte para siempre, en ese banco frío, en medio de los grandes árboles del parque.

Lo escuché. No era fascinante, pero era preciso y hablaba honestamente. No hablaba para otra cosa que para masticar los pensamientos de Kierkegaard que repasaba.

No sé cuánto tiempo pasó.

Al final me dijo “bueno, me voy. Disculpe si lo agarré de cliente. Mi boca es una caja de Pandora, si la abre, aténgase a las consecuencias”.

Me quedé en el banco, con las manos en los bolsillos de su sobretodo.

No saqué el celular.


viernes, 7 de junio de 2024

“Semillas que caen lejos de sus raíces”



Una maestra de horticultura que llegó de niña y vio a su padre crear un parque de bambúes chinos. 

Sus hijos. 


Una psiquiatra que asiste a las parturientas chinas que no pueden decirle a los médicos qué sienten. 

Y su mamá y su hija. 


Un pibe futbolista que podría jugar en la selección de China. 

Y su familia. 

Una psicoanalista que dedica su vida a difundir el psicoanálisis en China. 

Una profesora que llegó a los 13 años y hoy dirige una instituto para enseñar chino. 

Una joven que intrépida que vino porque Argentina es el lugar más alejado. 


Un periodista que va al país de sus ancestros para traer historias que contarle a los argentinos. 



La última película de Tomás Lipgot cuenta historias cotidianas de chinos y descendientes de chinos que construyeron su vida en Argentina. Como un cactus crece entre plantas tropicales, como un pato es adoptado por una mamá gata. 


El documental se llama “Semillas que caen lejos de sus raíces” y fue estrenado en el Cine Gaumont. 


El documental dirigido por Tomás Lipgot, de una calidad técnica y humana extraordinaria, es una reflexión sobre los chinos que llegaron al otro lado del mundo, sobre el fundamento migrante de los argentinos, sobre el fundante hecho humano de la migración.

También ofrece una visión muy elaborada sobre las infinitas posibilidades de construir una identidad en el proceso de integración en una sociedad de orígenes múltiples. 



Fue realizado con el apoyo del INCAA, es una muestra del talento cinematográfico argentino que debería alentarse en lugar de ser destruido.



jueves, 6 de junio de 2024

Un presidente fascinante

La palabra “casta” es genial. Un pedacito de muchos votos a Milei fue a su genialidad.

Muchos lo votaron en parte, apenas, pero lo votaron —también— por su genialidad.

Por esa genialidad.

Es la genialidad de los psicóticos.

“Si no llegan a fin de mes estarían muertos”.

Esa literalidad.

No es que esté captado por la literalidad, sabe que está engañando, pero se anima a esa literalidad.

Fascina como fascinan los locos. Fascina alguien que viva sabiendo que lo están buscando unos agentes de Putin para matarlo. Fascina que otro viva en otra realidad. Y fascina más aún si no está sometido a eso, sino que puede decidirlo. Esa persona tiene poder.

De allí sale la palabra “casta”. La primera “casta” es un concepto elemental, ordinario, pero enseguida empieza a largar un jugo corrosivo, luego penetra, finalmente le da sentido a las cosas, crea realidad.

Como la realidad de los agentes de Putin.

“Casta” empiezan siendo los parásitos de la política (no los delincuentes privados) y luego es cualquiera que tiene un trabajo en el Estado, estable, luego cualquiera que tiene trabajo estable, luego cualquiera que tiene algo que un “nosotros”, no tiene, o sea, un privilegiado. Un profesor es “casta” porque tiene autoridad, alguien que pertenece a algo que lo contiene —una religión, un sindicato una escuela— es “casta”. Para odiar a alguien basta encontrar que tiene algo que yo no tengo: se lo siente “casta”. 

“Casta” es algo religioso. Se dice de alguien “es casta” y es como cuando en una aldea se señalaba a una mujer y se le decía: “es una bruja”. No importaban las razones, lo que importaba era que hubiera brujas. Lo que importaba era que existiera esa otra realidad que fascinaba.

Esa es una genialidad de Milei. Como dijo “casta” dice cosas todos los días. Un poco se votó esa genialidad y el atrevimiento de ponerla en juego, además jugándose, porque se juega a que lo tratan de loco, lo encierren, lo maten.

Además de votárselo por genio, entonces, se lo votó por valiente. Pero ese es otro asunto.




martes, 4 de junio de 2024

Un Hamlet Chino

Cierta vez, mi amigo Javi, al estacionar, golpeó con su auto a otro. Desde la puerta del edificio de enfrente se oyeron los gritos de alguien que se acercaba rápidamente.

— ¿Pero qué hacés, boludo? ¡Me chocaste el auto! ¿Dónde aprendiste a manejar? ¡Puta madre!

Estábamos en Bariloche y aquella era la voz de un porteño inconfundiblemente porteño. Mi atención se fijó tanto en las puteadas, quizás un poco exageradas, como en el acento y la voz de porteño.

Fue todo en un instante. Me doy vuelta para mirar a Javi y veo que no puede contener la risa. ¿Qué le pasaba? 

Recién entonces vi al tipo: era un perfecto japonés. 

Javi se bajó del auto para pedirle disculpas, pero estaba demasiado tentado. Cada vez que miraba al tipo a la cara largaba una carcajada.

— ¿Qué te pasa? ¿De qué te reís, idiota? —lo increpaba el japonés, y Javi cada vez se reía más y más y le pedía perdón todo el tiempo.




Resulta difícil encontrar una queja más razonable que la del actor Nacho Huang cuando me explicó que dedicaba toda su vida actuar, que se venía formando desde muy joven, que invertía en sus obras todo lo que ganaba, todo su tiempo en los ensayos, en escribir y en ver teatro y cine, pero que aún grande jamás había conseguido otro papel que el de chino.

"Los otros días un productor me dijo: 'sos el más talentoso de los que se presentaron en el casting, pero… sos chino'”.

Cuando Nacho aparece en una escena, aunque sea Hamlet, la gente ve, ante todo, un chino.

Lo mismo sucedería si fuera negro o indio —y lo mismo sucedería si fuera caucásico y actuara en China.

A lo sumo, la mente de los espectadores pensaría “mirá, un Hamlet chino”.

No hay modo de obviar ser chino. Y sucede en el cine, sucede en la vida real: un negro que es una eminencia en psiquiatría, presidente de la más importante sociedad de psiquiatras, millonario, golfista, profesor destacado de una universidad muy prestigiosa, si está en el lugar incorrecto con la ropa incorrecta, es candidato cantado a ser considerado un delincuente. Corre el riesgo de Floyd.

De modo que Nacho Huang ha debido hacer algo con sus rasgos de chino. No puede ser simplemente Hamlet. Debe hacer algo con ese “chino” del “Hamlet chino”.

Puede usarlo a su favor, pero a condición de no tratar de disimularlo.


lunes, 3 de junio de 2024

Lo que sea que tengo por delante

 Yo podría detenerme cuando marcho como un robot

Cuando la rutina me arrastra como el viento arrastra una hoja

Y permitir que me llegue la inspiración

Tomar envión 


Y lanzarme a hacer que el día haya valido la pena ser vivido.

El día

La hora

El año

La semana 

Lo que sea que tengo por delante.