Her trata sobre
varios temas. Uno de ellos es el enamoramiento. En el caso puntual de esta
historia, ubicada en un futuro creo que muy próximo, entre un hombre y un OS,
un sistema operativo.
Samantha se presenta como una mujercita como cualquier otra.
No por ser un OS es superior o especial o monstruosa de cualquier forma. Sufre
emotivamente como cualquier chica de barrio cuando Theodore la somete a la
confusión espiritual a la que ha sometido a mujeres reales.
En eso se parece a la Khari de Solaris, quien no tiene
conciencia de que es un ser creado por el planeta más misterioso con el que
entró en contacto la Humanidad.
Las dos en algún momento están preguntándose “¿qué me pasa?”
Samantha incluso parece una chica enchapada a la antigua.
Está al servicio de su hombre, existe para arreglarle la vida. Como decía una
de mis tías: “las muchachas de ahora ya no saben servir al hombre. El marido
llega de trabajar, necesita que la casa esté hermosa, que la mujer esté
hermosa, que los chicos estén bien: demasiados problemas tiene en el trabajo
para además tener problemas en su casa. La mujer debe armarlo, apoyarlo en
todo, darle seguridad en sí mismo, estar orgullosa de él”. Todo eso es lo que
Samantha hace por Theodore.
A Kris, el psicólogo de Solaris,
al fin no le importa en absoluto que Khari no sea “real”, aquella que murió y
en la que fue inspirada quien tiene al lado. La relación de ellos es más
importante que la condición de real de ella. Se ha visto a un hombre que podría
elegir casi cualquier mujer del mundo, comprometido con una mujer contrahecha,
casi fuera de los límites de lo humano. La mujer, además, lo destrata, lo
tortura. Pudiendo simplemente darse vuelta y alejarse de ella, ¿por qué él se
queda? ¿Qué pasa entre ellos?
El tema es ese: qué pasa entre ellos. Todas las reglas del
amor entre humanos funcionan perfectamente entre el galán y su adefesio, y
también entre Samantha y Theodore. El que ella sea un OS es un accidente menor,
fácilmente superable, como lo sería para una mujer quien siempre salió con
caucásicos, un día salir con un negro. Será un asunto, sí, pero de importancia
despreciable en comparación con lo que realmente pasa entre ellos dos.
No tiene ninguna importancia que Samantha no tenga un cuerpo
físico, como no lo tiene en muchos amores que se han armado por la web o en la
mayoría de los amores epistolarios entre presos y personas libres.
Esto es un corolario de que Jonze se haya animado a meterse
en ese terreno al que los directores suelen huirle: qué hay dentro del amor.
Qué es lo que realmente sucede entre Samantha y Theodore.
Jonze hace de Samantha un SO para poner en cuestión qué
relevancia tiene la “realidad” de las personas, frente a la historia que pueden
armar.
El tema es qué hay dentro del amor. Qué le pasa a una
persona que otra le gusta tanto, que la hace sentir tan bien, que se hace
adicta a ella; qué le pasa a la otra, qué se arma entre ellas.
La industria del cine de Hollywood no se mete mucho con este
asunto demasiado complicado. Encaja el amor en alguno de los estereotipos que
funcionan en el código Hollywood y así lo mete dentro de una historia.
En contraste hay películas muy excéntricas de Hollywood ya
sea en Europa, como Solaris, o dentro del territorio norteamericano, como Fool for love.
Sam Shepard ha sido un hombre sin miedo. Eddie y May están
trastornados en Fool for love. Apenas
están juntos se hacen un entrevero, un amasijo que se va tensando en su
necesidad de condensarse más y más, porque necesitan meterse uno dentro del
otro uno dentro del otro, hasta que la tensión se hace insoportable, se pelean,
se castigan, se torturan y al fin explotan y uno de los dos sale disparado. El
otro queda aliviado un rato. Un rato, y entonces ya se siente extraño, luego
solo, angustiado, desesperado y ya corre detrás del que se fue.
Una y otra vez. Una y otra vez.
No se separan, se arrancan uno de otro. Algo han hecho, algo
ha sucedido que se han fundido de tal manera que ya no es posible apartar a
ella de él sin que una pierna suya queda en él, o él de ella sin que la mitad
de la cabeza de él quede pegada a ella. Y ¿qué es eso que han hecho, que
sucedió? Es algo que prescinde de ellos, es más real que ellos, aunque no pueda
existir sin la realidad de ellos.
Shepard lo explica con esta parábola: comenzaron a amarse
como dos adolescentes cualesquiera, pero un día supieron que eran medio
hermanos. Se evoca el mito del andrógino que Aristófanes explaya en El banquete, según el cual en una época
el mundo estaba habitado por seres dobles, mitad hombre y mitad mujer, hasta
que Zeus los separó. Desde entonces cada mitad desespera por reencontrar a su
otra mitad correspondiente.
La realidad del amor, finalmente, evidencia en Her el revolucionario cambio de estado
de las más elementales instituciones sociales. A los nuevos etnógrafos les han fascinado
aquellos primitivos de la actualidad que cambiaban de nombre varias veces en su
vida. Eran etnógrafos hechos en Occidente, en una época en que las cosas son monolíticas
y para siempre; la posibilidad de que el yo derivado del nombre mutara
resultaba una amenaza fascinante. Les permitía asomarse al abismo de la
metamorfosis permanente, en la que nada es definitivo, ni estable, ni quieto. Desde
una realidad sólida se asomaban a un estado líquido. A ese mismo borde nos
asoma Her. Ser hombre, mujer, etc.,
deja de ser definitorio en el sentido de igual a sí mismo para siempre, desde
que es transitorio. Las parejas son transitorias y por tanto se vuelven
indefinido el estado civil, e indefinida su estructura. Incluso ser padre o ser
hijo dejan de ser bastiones inconmovibles, porque un padre sanguíneo puede no
tener contacto con un hijo, quien ha sido criado por un padre con quien no
tiene lazo biológico, y entonces lo que antes era el sustantivo, Sustantivo,
Padre ahora es verbo, es ser Padre mientras se hace, se ejerce la paternidad.