miércoles, 27 de julio de 2022

Conexiones



 Me enganché con una serie que se llama Manifiesto.

Es de lo peor hecho que vi, pero propone un tema que me hipnotiza.

Un grupo de personas están conectadas de un modo desconocido.

 

Lo que más me interesa de la comunicación es la comunicación que tenemos sin saber que la tenemos.

 

Más aún, la comunicación entre las personas y sus mascotas.
Entre las personas y animales salvajes.

Entre animales de diferentes especies.

 

Los delfines se comunican a través de muchos sonidos —silbidos, clics, gorjeos—, como si nosotros nos habláramos, a la vez con la voz, golpeando los dientes, tosiendo, estornudando, etc.

Hablan todos juntos, emitiendo todos esos sonidos, y en esas conversaciones, emiten 300 clics por segundo.

 

¿Podés imaginar siete delfines comunicándose así durante horas, mientras nadan velozmente?

¿Cómo sería para nosotros hablar todos juntos, haciendo todo tipos de ruidos y a esa velocidad?

¿Cómo deberíamos ser para poder decir 300 palabras por segundo?

¿Qué capacidad necesitaríamos tener para entendernos?

 

Por otra parte, cada delfín tiene un chillido que lo identifica.

Es como si cuando uno llegara a una reunión dijera “Hola, soy Tal”.

Algunos hacen el chiste de hacerse pasar por otro.

 

Me parece natural que algunos biólogos empiecen a sospechar que los delfines son cientos de veces más inteligentes que los humanos.

 

martes, 26 de julio de 2022

La negrada de Eva


Una persona no es buena porque la odien.


Hay un odio al negro, que es el pobre, el inferior, el villero, el peligroso, el planero, el vago.

Hay un odio a la negra, que es la pobre, la sucia, la amenazante, la quilombera, la violenta.


No hay personas que odian y personas que no odian.

Lo que hay es el odio.

El odio le nace adentro a cualquiera.

Algunos se atiborran de ese odio y se encienden, y pasan a la acción, otros tratan de reprimirlo, de cuestionarlo, de abandonarlo.

Cualquiera activa el odio contra los negros, incluso los negros que son las peores víctimas del odio.

Y cualquiera trata de cerrar los ojos y dejar pasar el sentimiento de odio que siente en un momento.


Quienes se dejan inflamar por el odio a la negrada, se enardecen contra quienes defienden a los negros.

Incluso se enardecen contra quienes no atacan y no atormentan a los negros.


Eva Perón fue una fanática en favor de los negros y por eso alguien escribió “VIVA EL CÁNCER” cuando ella se enfermó de cáncer, y la siguen odiando hoy.


Cristina no es Eva, pero los que odian no le pueden perdonar que no haya triturado a la negrada.

No pueden perdonarle que le haya dado jubilación a todas las mujeres porque aunque las pobres no aportaron a las cajas de jubilación, se sabe que trabajaron como esclavas.

No le pueden perdonar que haya dado cunitas a los hijos de las negras, que haya cometido la herejía incalificable de darle un plan social de unos pocos pesos a las negras embarazadas y que le haya dado una tablet a cada hijo de negro de mierda, de Chaco, de Jujuy. 


Que odien a Cristina y que odien a Eva no las hace buenas personas, pero todo lo que hicieron por los negros y las negras de mierda las hacen mejores personas que los que cagan por la boca la mierda del odio.




martes, 19 de julio de 2022

Las controversias en torno a la caca

Siempre hay controversias sobre el modo en que los signos chinos son explicados, especialmente si quienes los explican no son chinos.

Hay este asunto: es como que existe la única explicación correcta, lo que implica que existe una elite ilustradísima que tiene el patrimonio de la verdad sobre la filología, semiología y paleografía del idioma chino escrito.

Me parece menos fascista la irreverencia de interpretar, a partir de un mínimo anclaje en la realidad de un signo, con la imaginación.

El español Pedro Ceinos viene dedicando su vida a hacer esas interpretaciones y tanto chinos como sinólogos occidentales lo aplazan sin miramientos.

Por ejemplo, Ceinos explica en uno de sus libros el concepto “lleno”, “satisfecho”, “muy”, que se escribe .

Dice: “La parte derecha viene de un antiguo pictograma de dos vasijas li ,,conectadas fuertemente, de las que se desborda agua , indicando que están llenas.

¿De dónde saca Ceinos que la asociación entre dos vasijas y el agua resulta en “lleno”, “satisfecho”, “muy”?

Esto lo hace Ceinos con cientos de caracteres.

¿Qué autoriza a Ceinos a hacer las asociaciones que hace?

Sus asociaciones son inferidas, o sea, parten de premisas ciertas y utilizando la empatía, la intuición de la lógica del idioma chino y la fantasía, echan mano a los implícitos semánticos y a los pragmáticos —la información no dicha, pero que se comunica, y que puede deducirse por el contexto cultural, activando el conocimiento que Ceinos tiene de China.

La profesora Florencia Sartori, twittea que “no me gustan las explicaciones falopa de la escritura china porque contribuyen a ideas erradas sobre ella (como que son ideogramas y cosas así)”.

Sin embargo, no puede reprimir este precioso ejemplo:

En chino, caca se escribe

El signo está formado por dos rasgos:
, que significa cadáver, y

que significa arroz




 

 

martes, 12 de julio de 2022

Charlando con la amiga araña

Si no fuera por los eructos horrorosos que suele omitir, me enternecería la desesperación que sienten muchas personas —científicos, intelectuales, religiosos, artistas— por necesitar que los humanos seamos diferentes del resto de los seres vivos.

Un anhelo angustioso por ser diferentes, únicos, un fenómeno singular en la historia de 13.770 millones de años del Universo.

Recurrimos a todo para decirnos, demostrarnos rotundamente que somos únicos.

Nos decimos que somos extraordinarios, sorprendentes, insólitos, asombrosos, porque fabricamos y usamos herramientas, tenemos cultura, somos bípedos, tenemos un lenguaje complejo, nacemos muy temprano, somos hijos de Dios, somos capaces de destruir o de crear el planeta, tenemos alma, viajamos al espacio exterior, somos simbólicos, nos vestimos, creemos en el más allá, tenemos tabú del incesto, somos artistas, enterramos a nuestros muertos, inventamos el fuego, inventamos la agricultura, inventamos la industria.

Y éstas son mis dos favoritas: tenemos el pulgar opuesto a los otros dedos y somos conscientes, y por lo tanto, somos la conciencia del universo.

Quizás nos haga únicos ese delirio y narcisismo portentoso —pero estoy seguro de que si aflojáramos con esta egolatría tan desopilante y desmesurada como la de un argentino, y pudiéramos realmente prestar atención a algunos bichos, encontraríamos que nos superan.


No sé si esta obsesión pertenece a todas las sociedades, o si es un berretín occidental, de hijos que quieren seguir siendo únicos, tal como los convencieron sus papás.


Y no sé si no es un asunto de varones más que de mujeres.


Sí veo dos objeciones.

Primero que existe la tendencia, contraria, de encontrar parecidos.

El nene al que le dicen “Pablo chico” porque se parece al padre. La búsqueda de constantes, convergencias, emparentamientos genéticos y de otra índole.

Segundo, asoman vocaciones que prestan atención a los animales para encontrar en ellos algunos rasgos que creemos privativos del hombre. Hay investigaciones enfocadas en los delfines, los pulpos, los chimpancés, que a medida que se desarrollan, van relativizando la inteligencia, el lenguaje, la cultura, la conciencia.

Si esta inclinación se afirmara y ganara espacio y materialización, tendríamos un mundo muy diferente y mejor por delante.

Un mundo en el que, lejos de asesinatos en masa a “otros” con el justificativo de que siendo únicos, somos superiores y tenemos derechos sobre la vida de los demás, nos relacionaríamos con las ranas, las rosas, los ciempiés, las torcazas, los bosques de caldenes, las amebas, las jirafas y las polillas.

De hecho, estamos invirtiendo millones para intentar hacer contacto con seres extraterrestres —claro que suponiendo que son tan únicos y especiales como nosotros.





Películas, hijos y pretensiones

 Como me divierte John Cuzack, me puse a ver películas que hizo.

Vi Say Something, de 1989, catalogada como una película romántica y de adolescentes, y me llevé la sorpresa de que tiene profundidad sociológica, lo que la hace mucho más interesante.

Lo mismo me había pasado con The Breakfast Club, que es de 1985 y con Rumble Fish, de 1985, que también son catalogada en el videoclub universal como pelis de juventud.

Entonces recordé que la primera que me dio esa buena sorpresa fue Fiebre del sábado por la noche, que es de 1977. Fiebre del sábado por la noche es catalogada como musical. Todas son comedia, también.

Tal vez la última fue Chicas lindas, de 1996.

El chico pobre y la chica rica es un tema clásico de Hollywood, recogido de la literatura del siglo XIX, pero este fue un período en el que a historias aparentemente banales se les coló como polizón una dimensión social bastante crítica.

Resulta muy agradable la sensación de que hay algo más en las cosas, algo más profundo y rico.





Ayer le comentaba a mi hija Irina, que se dedica a las letras, que mi modo de leer es horrible para el mundo de la industria editorial, de la literatura, de la cultura, porque leo una frase, a lo sumo un párrafo, y eso me causa, bien aburrimiento y abandono, o bien tantos pensamientos, que tengo que dejar de leer, o incluso me lanza a escribir. Así es como tardo años en un leer un cuento de Pushkin de 16 páginas, ni digo una novela de Rodolfo Walsh.


Los primeros novios de Irina eran chicos de los mismos sectores del protagonista de Say Something, de todo el grupo de Fiebre del sábado por la noche y de algunos de The Breakfast Club y de Chicas lindas, que en las películas están presentados como condenados a quedarse estancados en la escala social.

Mis padres ascendieron en la escala social respecto de mis abuelos, yo ascendí respecto de ellos, pero mis hijos no tienen la ambición de sobrepasarme.

Hay un detalle: mis abuelos y mis padres deseaban sin contradicciones y con intensidad que sus hijos progresaran y los superaran, pero yo y la madre de mis hijos (que pertenecemos a la época de esas películas) cuestionamos fuertemente ese mandato. Nosotros nos debatimos en ese mandato, tironeados entre el deseo de nuestros mayores de cumplirlo y nuestra afirmación propia discutiéndolo, y así liberamos a nuestros hijos de la obligación de progresar.

En todas aquellas películas aparece el tema de “quién vas a ser en la vida”, “hasta dónde querés llegar”.

En “Say Something” el papá de la chica quiere saber cuáles son las aspiraciones del chico con el que está saliendo su hija. Quiere lo mejor para ella, está plenamente feliz porque ella se ganó una beca importante para estudiar en universidad prestigiosa y ve que el chico, que viene de una familia que no tiene pretensiones de progresar, no sabe qué hacer de su vida. El chico no es una buena partida.

A los 60, estoy entre querer que mis hijos se casen con personas que tengan una ambición categórica y una determinación indeclinable para cumplir sus objetivos, y a la vez siento un orgullo que nada puede eclipsar porque hacen de su vida el mar en el que quieren nadar.



La mano sobre la cabeza

Anoche vi a un hombre que dormía en la calle. Estaba por llover. Tenía muchas cajas y frazadas, pero le vi los pelos, y estaban casi todos tapados por su mano, una mano muy grande que se agarraba la cabeza, como cuando alguien se agarra la cabeza porque acaba de ocurrir una desgracia. 

Una mano que se agarraba la cabeza para gritar “¡ay!” y no saber más, no mirar y taparse el pensamiento, el sentimiento, la conciencia.

Y también era una mano grande como las manos de los grandes que agarran con cuidado la cabecita de un bebé, para protegerla, contenerla, para que no se le caiga porque no tiene fuerzas para sostenerla. 

La mano del hombre era una mano sucia y curtida, quizás fue un albañil. Era alguien que había trabajado mucho con las manos y ahora esa mano tapaba la cabeza de la lluvia que iba a caer, del frío, de la desgracia de estar tirado en la calle, con la gente que pasaba como yo y no hacía nada. Se tapaba, no tenía nadie que lo tapara.

Hace 20 años la gente tirada en la calle eran restos de la crisis, pero ahora ya están para siempre. Este hombre va morir un día así, con la mano sobre su cabeza.


domingo, 10 de julio de 2022

Organigrama rojo

¿Vieron El ciudadano ilustre?

Una película argentina que empieza con un chiste muy bueno.

Un escritor de un pueblito de la provincia de Buenos Aires recibe un premio enorme internacional (que sea el Nobel es una de las torpezas de la película, pero eso es otro tema).

En su discurso cuando le dan el premio dice que el reconocimiento es el reconocimiento al fin de su carrera como escritor, porque si lo consagra el poder establecido, que decide quién es el mejor, entonces su obra no vale nada. “Una obra”, dice más o menos, “vale por su poder de cuestionar, y entonces incomoda al poder, es rechazada, abominada, censurada. Si es premiada, es una obra que apuntala un orden injusto”.

El chiste es que todos los que escuchan ese discurso, que son la crema de la crema del poder sobre la cultura, el mundo editorial y la literatura, lo ovacionan.


Conocí un escritor que hacía organigramas para todo.

Un día observó el organigrama de todas lo que estaba escribiendo, y en su vida no hacía otra cosa que escribir, y le sucedieron dos cosas.

Primero, le impresionó la cantidad de proyectos literarios en que estaba trabajando. Le pareció una cantidad exagerada, le divirtió el disparate y luego no le gustó su insensatez.

Segundo, lo asaltó esta pregunta: ¿cuántos de esos proyectos los hacía por compromiso, porque debía mantener y alimentar su figura en el ambiente, porque todos los hacen, porque “se supone” que tenía que hacerlos?

Empezó a tachar esas actividades con un fibrón rojo.

Asombrosamente, el organigrama quedó sembrado de tachaduras rojas. 

La mitad de sus proyectos habían quedado tachados.

Impresionado, siguió mirando el dibujo, leyendo uno por uno los proyectos de cuentos, artículos, conferencias, talleres tachados y los que no había tachado.

Y entonces le ensombreció el ánimo otra duda asesina. 

Sintió que entre los proyectos que quedaban libres, algunos los hacía por deseos de otros, no por deseos suyos.

Algunos las hacía para ganar prestigio, que es lo que quería su padre, otros para hacer el personaje irreverente y cínico que sus amigos festejaban, otros para ser único, que es lo que hacía feliz a su madre.

No es que no fueran deseos suyos, pero si los demás no tuvieran esos deseos sobre él, no haría nada de todo lo que estaba haciendo en su vida.

Tachó cada uno de esos proyectos también, sólo para averiguar cuáles eran los que hacía por deseos sólo propios, aquellas cosas que no hacía para satisfacer a otros.

Cuando terminó de tacharlas, tuvo frente a sí la nube de proyectos literarios que es su vida y cada proyecto estaba tachado.





jueves, 7 de julio de 2022

El escritor hijo

El chiquito tiene 5 años.

Es lo que su mamá más ama en el mundo.

Él no sabe que la ama, es una sola cosa con ella.

Están los dos solos en un parque. Él se hace el loco para hacerla reír, ella se muere de risa.

Ella tiene la mirada más pura que puede tener un ser humano.

Es la felicidad más pura.

Su hijo es más que el sentido de su vida. Es completa con él, es eterna, no necesita nada más.

Los dos allí son todo el Universo.

Él se hace el mono y ella es feliz y él es feliz porque ella es feliz y es él quien puede hacerla feliz.


Un escritor argentino ha confesado estos días que gran parte de la motivación de publicar un libro nuevo es la de ser feliz sintiendo que el libro hace feliz a su madre —pese a que ella murió cuando él tenía diez años.

“Mis libros serían buenos libros si le quitara ese anhelo ansioso”, dijo.





 


miércoles, 6 de julio de 2022

Esta me va a cagar - Complicaciones de la deconstrucción del varón

Juanjo me dice de su novia “esta a mí no me va a cagar así nomás”.

No me lo dice una vez, me lo dice muchas veces, de muchas maneras.

“Dice que es un compañerito de trabaja, ¡ja! Muy parecidos al ‘compañerito’ van a salir nuestros hijos”.

“Todos los días me cambia los planes. ¿Qué soy, un boludo?”

Etcétera.

Es sistemático con estos comentarios.

¿Por qué está con ella, si está tan seguro de que lo va a traicionar, lo va a cagar, le va a ser infiel?
¿Por qué estar con una persona de quien sospechás que busca perjudicarte?

Creo que es cosa de hombres.

Para Juanjo Clara es una amiga, pero su novia es una enemiga.

En Juanjo casi escucho a su padre o su madre advirtiéndole: “te va a agarrar de pelotudo, te va a sacar todo, te va a cagar”. Padre, madre, tíos, una sociedad entera disfrutando con el sufrimiento de Juanjo y quizás tratando de que no salga de la familia, que no rompa la endogamia.

Así aparecen cónyuges como enemigos naturales.

Así se hacen contratos patrimoniales para que rijan en el matrimonio.

Como enemiga, su novia es pasible de la agresión.

Como Juanjo piensa que ella es su enemiga, siente que debe ser violento con ella para defenderse.

 

En fin, Juanjo tiene que deconstruirse. Pero ¿cómo?

¿Poniendo buena onda?

¿Haciéndose el buenito porque la deconstrucción y el pañuelo verde están de moda?

 

Si se maneja la dicotomía patriarcal-deconstruido, si no sos un deconstruido sos un femicida, me parece que estamos en problemas.

Si no se entienden los mecanismos que toda la sociedad sostiene y activan la violencia contra las mujeres, no hay deconstrucción posible.

 

Una nota sobre el tema dice que “la ‘deconstrucción’ personal —aunque revele buenas intenciones— es una utopía. Si los estereotipos de género son el resultado de una construcción socio-histórica, es imposible pensar que podemos liberarnos de ellos, por mera voluntad individual. El Hombre Nuevo (y la Mujer Nueva), librados de todas las miserias humanas, sin contradicciones es una ficción en una sociedad desgarrada por la explotación y la opresión que socializa y presiona, permanentemente, en sentido contrario.”

También dice que “no se trata simplemente de volverse repentinamente ‘sensibles’ o ‘paritarios’, de reconocer la propia vulnerabilidad o de empezar a gestionar las emociones, sino también de reivindicar activamente los derechos, de demandar continuamente la igualdad, de interpelar sin excusas la exclusión, la opresión, el control, el poder.”

 

El barco de la ambición

Cuando alguien quiere que vayas a su reunión o fiesta o algo que organice, te lo dice, te pide que vayas, quizás hasta te pide por favor.

Te das cuenta que quiere que vayas.


Y si te invitan con la mano floja, también te das cuenta.

Por ahí te dicen “dale, vení”

O te dicen “vos también vení”.

O “vení, no hay problemas”.


Mensaje a los que tenemos más de 60 años: hay un momento en que tenemos que dejar que siga su camino el barco de la ambición.

No podemos seguir codiciando el dinero, el poder, el amor, cualquier cosa, a cualquier precio, siempre.


Seríamos unos arrastrados.






martes, 5 de julio de 2022

Allí donde no estaré


Fuimos amigos con Zoraida cuando éramos adolescentes. Luego no nos vimos más. Cada uno vivió su vida sin saber del otro.

En una reunión que invitó un amigo en común nos volvimos a encontrar y charlamos muy cálidamente. Algo de la intimidad que habíamos tenido hace décadas seguía vivo, y a eso le sumábamos el apaciguamiento y la cortesía que ganamos con los años.

Unos días después le propuse que camináramos por las calles de Parque Chas y aceptó con gusto.

Los dos somos viudos. Casi inevitablemente hablamos de los muertos.

Comentamos que tanto su esposo como mi mujer habían sido cremados.

— En Argentina los cuerpos de los que mueren, si no se creman, deben ser depositados en un cementerio —me dijo Zoraida.

— Claro, no permite otra cosa la ley.

— Con las cenizas, en cambio, hay libertad.

— Sí. Muchas cenizas son colocadas en otros objetos o arrojadas…

— Se usa la palabra “esparcidas” —observó.

— …cierto, “esparcidas”. También se meten en joyas, de manera que alguien lleve a su muerto encima, o en esculturas o cuadros, en las que las cenizas se mezclan con el material o la pintura.

— ¿Joyas?

— Y esculturas, y pinturas.

— Qué dislate.

— Como no están de moda, no se usan automóviles, ladrillos de una casa, pirámides en la terraza de los rascacielos, mascarones de proa, veletas, relojes o casitas para que los pájaros hagan nido adentro —reflexioné.

— Seguís siendo tan ocurrente.

— También arrojan, esparcen, las cenizas a la estratósfera.

— Una extravagancia de ricachones mersas.

Coincidí.

— Pero me parece que lo usual —me dijo— es esparcirlas en lugares más comunes, los océanos, los ríos, los campos, montañas, parques, jardines.

— Las cenizas de tu marido, ¿dónde están? —le pregunté.

— En el cinerario de la iglesia de la Virgen del Rosario.

— Un santuario.

— Sí.

— Como los estadios de fútbol, los del Gauchito Gil o la Difunta Correa, o las tumbas de ídolos como Carlos Gardel, Diego Maradona, Rodrigo El Potro y Gilda.

— Claro, son santuarios, también.

Caminamos un rato en silencio.

Al fin me preguntó:

— ¿Tus cenizas adónde irán? 

— Adonde decidan los que queden.

— Claro, pero ¿no te preguntaron?

— No, pero si me preguntaran, respondería que deberían estar adonde pertenezco. Quizás pediría que las enterraran en el fondo de la casa de León Guruciaga 262, abajo de los durazneros, o al pie de las palmeras del primer patio de la casa de calle Alem 112. Fueron las casas de mi infancia, lugares que de algún modo me constituyeron, pero sólo viví allí breves períodos de tiempo. ¿Qué pasa con todos los demás lugares adonde pertenezco?

— No podés estar en todas partes.

— Una parte de mí pertenece a una cortada que salía de la avenida Oswaldo Cruz, en Rio de Janeiro, o a los talleres de la Escuela Industrial, o al parque de la casa donde nació mi hija.

— ¿Dónde pasaste más tiempo?

— En el departamento de Buenos Aires donde vivo ahora, pero siempre me resultó un lugar de paso.

— Pero ¿no es lo provisorio el asunto mismo de los lugares propios en este mundo en esta vida?

— Es cierto. 

Hicimos otro silencio.

Luego continué:

— Si me pongo ancestral, pediría que coloquen mis cenizas cerca de la casa de Arroyo del Medio, porque mi madre siempre me dijo que era la de nuestra familia.

— Yo sería más simple —dijo—. Quisiera que metan mis cenizas en el panteón del cementerio donde están los restos de mi madre, mis abuelos y demás parentela. Pero hablando de tus ancestros, ¿no pedirías que lleven tus cenizas a China?

— Sería algo artificioso, un invento, quizás con intenciones poéticas, “el terruño de donde llegó mi sangre”. Con la misma intención podría pedir, digamos, que arrojen mis cenizas en una calle de Nueva York un día de invierno temprano, cuando aún no ha comenzado a nevar y la gente va abrigada, pasan lentamente los taxis amarillos y de las tapas de hierro redondas de las calles sale el vapor blanco. Mi pertenencia a ese paisaje es más la construcción de una añoranza que algo natural.

— ¿Pero qué es algo natural? ¿Qué es pertenecer a un lugar? Nacimos en San Nicolás y entonces deberías ir al cementerio o algún lugar de San Nicolás, pero sólo una sexta parte de tu vida transcurrió en San Nicolás.

— Sí, hoy es tierra ajena para mí.

Hacemos silencio, y luego conversamos sobre el barrio. Cada uno ha paseado por Parque Chas por las suyas, y ahora tenemos esta hermosa convergencia.


Mientras charlamos, una parte de mi cabeza sigue con el tema de las cenizas. Me pregunto qué tierra no es ajena para mí.

Pienso que, más allá de las ideas y los deseos, pertenezco allí donde puedo aparecer en cualquier momento y sentir que nunca me fui. 

Estoy en un avión, en un café, en un hotel, en un aeropuerto, en el hotel de Villa General Belgrano donde pasábamos las vacaciones cuando éramos chicos, en los pasillos de la Hallandale High, en el Refugio del Frey, en un aula de Marcelo T., en la casa de mi padre en Brooklyn, en la cancha de tenis en el Morro da Viúva, en el departamento de mi tía Tita en el centro de Buenos Aires, en el hostel en Montevideo con Fer, en el subte de Beijing, en la oficina en Pavón y Entre Ríos, en un camino largo por campos y bosques de Inverness, en la casa en Ramos Mejía, en la clínica San Nicolás, donde trabajaba mi mamá, en el estudio de televisión de Bariloche Visión Codificada, en el tren entre San Nicolás y Retiro, en la escuela budista en Sichuan, en la Catedral de San Patricio de la calle Montt, en el camping Monte Bubby, en el restaurante El Faro, en la casa en la Barra del Maldonado, en la casa roja de Rancho Grande, en la granja El Paraíso en Matanzas, en la avenida Benavídes en Miraflores, en las aulas en la Escuela de Periodismo en la calle Rodríguez Peña, en el Museo de Historia Natural de la calle 81, en la casa de nuestra familia en Taishan, en la entrada de la escuela primaria “Domingo F. Sarmiento“, en el camino desde casa hasta el jardín de infantes de Iri en San Isidro, en la casa de mi abuela en la calle Corrientes, cerca de las vías del tren, en el taller de mi tío Milo en Floresta, en la cancha de tenis en Hallandale, en la casa en Caraíva, con Denise y nuestra perra, en el asentamiento de los wichí sobre el Bermejo, en la clínica Anchorena donde estuve internado por Covid, en la fábrica ESTELA, donde era supervisor en el turno noche mi papá, en el mercado de Kashgar, en el cementerio del Père-Lachaise, en la casa de Mariela y Pablo en Rosario.


Es Zoraida la que vuelve al tema.

— Claro que, como estaremos muertos, lo mismo nos da, pero tu pregunta sobre adónde querés que pongan tus cenizas, o sea tu eternidad, es preguntarte por el lugar al que pertenecés.

— En eso pensaba. Pienso en demasiados lugares.

— Fracasás en la elección.

— Fracaso. No puedo poner el dedo en un mapa y decir “acá”.

— Fracasás en tener una pertenencia.

— Tal cual.

— Bueno, pero pertenecer a un lugar no sé si es el único criterio —piensa en voz alta—. Hay quien quiere que sus cenizas sean colocadas en la tumba de Carlos Gardel porque quiere pasar la eternidad con su ídolo. 

— Las cenizas serán felices para siempre instaladas junto al objeto de su devoción.

— Claro. Gardel, Boca, La Virgen de Luján, que además les darán protección. Y también están los que desatan su deseo de sentirse especial. “Esparzan mis cenizas sobre las aguas de mi querido Río Sena”, me dijo una amiga que jamás pisó Francia.

— Sí, es lo que te decía antes —le dije—. Yo muero, pero mi pretensión, no. Fijate la moda algo filosófica que plantea que la vida y la muerte son parte de lo mismo, el círculo de la vida, etc. 

— Muchos quieren que sus cenizas sean enterradas junto a un árbol.

— En cambio —observo—, no conozco el pedido de que sean integradas al alimento balanceado para las gallinas o para las truchas, o que abonen un campo de alfalfa que luego será forraje para caballos.

Nos reímos.

— Che, parece que este reencuentro es de humor negro —me dijo, divertida.

— Se venden urnas ecológicas en las que las cenizas se mezclen con una semilla y la urna se entierra para que nazca un árbol. 

— Estamos hablando de moda, de lo provisorio, decimos que estamos de paso… —observa.

De algún modo interrumpí su reflexión.

— Mi esposa —le confesé— me pidió que repartiera sus cenizas en tres lugares donde fuimos felices, así yo tenía una razón para volver allí.

— Es un deseo muy hermoso —dijo con delicadeza.


Ya no se veía el sol y el frío del invierno crecía rápidamente en Parque Chas.

— Espero que se repita este paseo —dijo Zoraida.

— Tenemos muchas cosas de que hablar —le respondí.

— Sí, ¡aprovechemos que aún no somos cenizas!

Reímos otra vez. Luego la acompañé hasta su auto y nos despedimos.







lunes, 4 de julio de 2022

¡Vamos!


Lo que nos gustaría en este momento es algo que nos dé ganas.

Algo que nos entusiasme.

Algo que nos haga ponernos de pie.

Algo que nos cause deseos de meternos.

De prendernos.

De jugar.

De sumarnos.


Uno que se pare y grite que vamos para allá.


Todo lo otro viene después.


Lo han hecho con causas buenas y también con causas horribles.

“Vamos para allá” fue ganar un campeonato mundial, poner a un país de pie después de una crisis económica o de una guerra, legalizar el aborto, liberarse de un imperio pero también crear un imperio o instaurar una dictadura.


Lo que nos gustaría en este momento es que alguien se pare, grite “vamos a hacer todo lo necesario para que cada chico de este país esté bien” y se ponga en movimiento, y le presente lucha y pase por arriba de quien se ponga en contra.