jueves, 31 de julio de 2014

Adónde va a ir a parar el mundo


Día triste para los argentinos, se nos fue el presidente que nos hizo salir campeones en el 86, subcampeones en el 90 y el 14 y tantas veces campeones juveniles, y en medio de esa recapitulación homenajeadora, suena el teléfono.
¿Quién es?
Mi sobrino Gastón.
Me dice que está en Brasil.
Todavía. Me dice: "me encontré con unos vagos acá, nos demoramos un poco".
Le pregunto para qué me llama, y me responde:
"Escuchá, el pase del año: Grondona a Chacarita".
Dios mío. Adónde iremos a parar con esta juventud.




Inventarios


Charlando una boludez con Adrianita nos aparece el proyecto de un libro que es una serie de inventarios: los de cajones de mesitas de luz, cómodas u otros muebles que encontramos en un tour por la casa de parientes. Ante cada objeto preguntamos a nuestro pariente: ¿esto qué es? o ¿por qué lo tenés acá?, ¿quién te lo dio?, ¿por qué no lo tiraste?

Lo mismo me sucedía con Axel cuando jugábamos al fútbol (aparecían goles), o con Dani cuando empezamos a gritar (aparecen locura y carcajadas), o con Victoria cuando nos reímos (aparece amor), o con Tomate cuando nos entusiasmamos (aparecen momentos inolvidables), o con Camilo cuando comenzamos a entender algo que está más allá (aparece la trascendencia), o con Pablo y Mariela cuando nos vemos (aparece el cariño continuado por décadas).

Rápidamente nos trepamos a algo. Nada nos puede parar. Trepamos altísimo, impecablemente, embebidos en el pleno sentido.

martes, 29 de julio de 2014

La alarma



Hace unos días escuché una sirena, o una especie de sirena, que sonaba regularmente desde una ventana del edificio donde vivo, dos o tres pisos más abajo. No era como la alarma de un auto, que empieza a sonar y vuelve loco a todo el mundo hasta que la callan. Esta sirena sólo sonaba en algunas horas del día, más regularmente de noche y a media mañana.
Como soy medio sordo, me pregunté si haría muchos días, o semanas, que estaba sonando. Me puse a escuchar con atención tratando de descubrir de dónde venía, y básicamente qué era aquel sonido. La frecuencia de cada emisión a veces enganchaba una regularidad, pero estaba llena de discontinuidades. No era algo mecánico. Sonaba desde una ventana y rebotaba en un patiecito en la planta baja. Cada sonido era igual al anterior, y sin embargo no era del todo exacto. Creí escuchar que algunos se alargaban un poco. Comencé a dudar si era una máquina. Los sonidos eran de algún modo subjetivos y quizás tenían una función. Quizás eran llamados. Se me ocurrió que podía ser un pájaro. Me crié un poco en el campo, anduve mucho por las islas del delta del Paraná frente a San Nicolás, conozco la Naturaleza. Poco a poco me fue entrando la certeza de que aquello era una voz. Posiblemente la voz de un pájaro. Un canto parecido a un clamor. Muchos pájaros producen algo que los humanos escuchan como un lamento. Claro que en la ciudad, donde la contaminación de ruidos es insoportable y uno acaba necesitando el silencio, la irrupción de este gemido penetrante en mi departamento no me entristecía ni estremecía a la noche, como han cantado algunos folcloristas en sus zambas, sino que me impacientaba, como irritan las alarmas. O también como exaspera la insistente mirada de un animal que se para al lado nuestro y nos mira pidiéndonos comida. Aún así intenté distinguir qué pájaro sería aquel. Fui recordando aves y pájaros remotos en mi memoria, pero no conseguía acertar con ninguno que cantara igual a este. Quizás era un ave exótica. Quizás.
Sin embargo, de tanto prestarle atención me nació la sospecha de que fuera otra cosa. Había en el sonido una calidad profunda que las aves nunca consiguen. Varios días después llegué a la conclusión final: era un perro. Era obvio. Tendría que haberlo pensado antes. Un cachorrito. Lo escuché de nuevo y ya no me cupieron dudas. Lloraba a la mañana, cuando la dueña o los dueños se iban a trabajar, y lloraba a la noche cuando le cerraban la puerta del dormitorio. Lloraba con la porfía de los cachorros que quieren a su mamá; ese dolor y esa urgencia de amor de un cachorro ofuscan de la manera que yo estaba ofuscado al rato de escucharlo.
Con los días empecé a cansarme verdaderamente. Los aullidos lastimeros me perturbaban la concentración, me arruinaban el momento, me impedían estudiar y me impedían trabajar. No estaba bien aquello. Que unas personas quisieran tener una mascota en un departamento, es cosa de ellos, pero que esa mascota moleste a los vecinos al punto de impedirles trabajar, era algo que pasaba a mayores. Aguanté un poco más, con la esperanza de que la costumbre aplacara a aquel cachorro, se conformaría a la soledad y dejaría de emitir sus insoportables llantos.
Pero no. El cachorrito lloraba y lloraba con su canto y yo me molestaba cada vez más. Llamé al administrador del edificio, le expliqué la situación, dijo que se encargaría —pero el administrador siempre dice que se encargará y sé que luego aplica mi táctica de dejar que el tiempo arregle las cosas.
Comencé a desesperarme. Bajé hasta el tercer piso y allí fui tocando el timbre de cada departamento. En la mayoría no me atendieron. En el 303 una viejita me dijo que también escuchaba, pero que no sabía qué era, y que ella también pensaba en hablar con el administrador.
Finalmente, parado frente a la puerta del departamento 211 escuché el aullido provenir de su interior. Cuando toqué el timbre, calló. Me dispuse a hablar con los dueños, el dueño, la dueña del cachorro. Pero nadie apareció. Ni la primera, ni la segunda ni la tercera vez que toqué el timbre. Entonces me quedé en silencio, y luego de un rato, volvió a sonar el lamento. El cachorro no estaba cerca de la puerta. Seguía dirigiendo su llanto hacia fuera de la ventana que daba al patiecito.
Llamé al administrador para informarle que el animal estaba dentro del 211 y nuevamente me dijo que se ocuparía. Pero también me dijo que en ese departamento no había ningún animal. Le pedí por favor que hiciera lo que tenía que hacer, porque si no yo recurriría a otras instancias. Dijo que bueno, que se ocuparía.
Por supuesto, el lamento siguió.

Un domingo de invierno a la tarde llegué a mi edificio cuando anochecía. El frío era muy cruel. Yo había pasado un rato largo acompañando una amiga en el cementerio de Flores, que está muy lejos. Viajé de regreso solo, envuelto en pensamientos sórdidos. Cuando estaba por entrar al edificio vi que llegaba la señora que siempre lleva en su silla de ruedas al adolescente discapacitado. Pareciera que tiene parálisis cerebral, o algo así. Revolea los ojos y se babea. Como me da algo de horror, no puedo hablarle ni tocarlo, pero en el fondo siento algo como el rumor de un cariño, y entonces me permito mirarlo. A veces cuando la señora le acaricia la cara, sonríe. Tiene la piel de un color oliva muy lindo y tiene unas pestañas renegridas y largas. Pese a su pobre condición, es un chico extrañamente hermoso.
Les retuve la puerta, la señora agradeció con una sonrisa circunspecta y fuimos los tres a esperar el ascensor.

Fue entonces, en el hall frío como una bóveda del cementerio, en la penumbra muerta de un domingo de invierno, que el chico largó su aullido de pena infinita al lado mío. Fue escalofriante. La mamá lo retó, pero a mí el sonido, que aún retumbaba en las paredes, me había entrado dentro de los huesos.


lunes, 28 de julio de 2014

Blah, Blih


    Yo digo que blah, blah, blah.
    ¿Ah, sí? Mirá vos, yo lo veo diferente. Para mí es blih, blih, blih.
    Sí, pero estás equivocada, porque es blah.
    Vos lo ves blah, yo lo veo blih.

    Pero es blah.


jueves, 24 de julio de 2014

No hay tiempo en la Biblioteca Retiro


Cuando veo una muchedumbre me jacto de mi capacidad para adivinar de un golpe de vista cuánto gente hay. “Catorce”, me dije ayer, a los minutos de que pusiéramos sobre la mesa los libros para que pudieran elegir y retirar.
Catorce amontonados, volcados sobre la mesa.
Y Josefina y Romina y yo tensos, vibrantes, tratando de asentar las devoluciones lo antes posible y registrar los libros que se llevaban al instante. Queríamos que los lectores no tuvieran que esperar. Queremos que la Biblioteca sea algo útil y de verdad. Por eso tiene sentido para nosotros.
Cuando aflojó un poco la agitación me fui a andar por las mesas, a charlar con algunos conocidos que me he hecho con esta actividad o que conozco de antes. Hablé con Boquita, con el cordobés que hoy se iba a México a dedo, con el inventor, con el erudito de Pergamino, con el brasileño. Desde las mesas miraba a mis compañeras. Estaban plenas. No había en ese momento de sus vidas un resquicio para las contradicciones, para preguntarse qué querían hacer de sus vidas, para tratar de entender qué les pasa, por qué se comportan de esta u otra manera. No había el mínimo resquicio para sufrir, para dudar, para bajonearse.
Esas dos horas de Biblioteca eran de plenitud.
Puro sentido.
Fui feliz por ellas, por mí, por los que vamos.
Puede parecer egoísta, pero es importante que tantos los lectores como los que sostenemos la locura de la Biblioteca la pasemos bien.






miércoles, 23 de julio de 2014

Vivo para una boca


Una vez vi en un programa de televisión, de aquellos que pasaban a las 3 de la mañana. Antes habían pasado Todo golf, y después venía uno en el que charlaban sobre Novedades Legislativas.

Este era sobre odontología.

Un conductor entrevistaba durante horas y horas a un odontólogo. Yo me dormía y cada vez que me despertaba seguían hablando.

Pero en un momento mostraron la imagen de una boca desastrosa. Era impactante, la pantalla entera, desde el margen izquierdo hasta el derecho, estaba ocupada por una boca que rebalsaba carne rosa brillante, con unos dientes por acá y por allá, de tamaño descomunal y destrozados, y además todos inclinados hacia la izquierda, como si fuesen los últimos que quedaron como testigos de un huracán que sopló en una sola dirección.

Era algo impresionante e imposible de mirar, y en el medio del horror se escuchó una voz llena de paz, dulzura y amor: era el dentista.

En un arranque de lucidez el director mostró su cara. Tenía una expresión beatífica, con el sosiego que sólo se obtiene de la satisfacción perfecta o de la Iluminación.

Volvió la boca monstruosa, y en off el dentistas exclamó: "¡mirá esa boca!, ¡cuánto hay para hacer! Esas bocas son mi Paraíso. Le dan sentido a mi vida".





 

Dos días en Miramar


MIRAMAR LINKS GOLF CLUB


Elegante sala para estar luego de caminar el campo en
un día frío.

Fancy ladies' room.

Galería cerrada frente al mar.

Un salón de fiestas como un barco.

NANNI, EL MEJOR COCINERO


Nanni escucha las historias que le
cuentan sus clientes, las historias lo
inspiran y le pone a los platos los
nombres de los narradores.

EL PASADO PISADO Y RECUPERADO

El encargado del museo anda detrás de los mamíferos
prehistóricos cuyos restos aparecen en las barrancas
contra el mar.

Una carreta onda Transformers, con una rueda de 3 metros
de diámetro.

HAY COSAS ESPECIALES

Un estanque por la Avenida Costanera, para bucear entre
carpas de colores en agua tibia. 

El Bosque Energético. Ponés un palo
arriba del otro y los dos buscan
instantáneamente el equilibrio.

En Mar del Sud, a 15 kilómetros, están recuperando el
magnífico Boulevard Hotel. Alrededor, la nada.



En un parque están plantados murales hechos por artistas
que llegaron de toda Latinoamérica.

Un anfiteatro abandonado.
Las casas se reflejan en el arroyito que atraviesa la ciudad.

El Hotel Ideal, atendido por su propio
dueño, Pirulo.


DON HOLGUÍN






CARLA, LA RAW CHEFF


  





EL ASUNTO DEL MAR




Para ver si se descubre una ballena.










martes, 22 de julio de 2014

Siglos de tener la razón -aflojemos. Elegía de un rey mogólico


Los chicos y los bestias insultan diciendo mogólico.

Fundamenta usar la condición de mogólico como insulto la jerarquización de las personas en base a la inteligencia (que no se acuerda en definir) o la capacidad mental (más difusa aún), que se evidencia en la cantidad de tiempo que lleva adquirir conocimientos o habilidades cognitivas.

No se diría mogólico ni retrasado mental para insultar a alguien si 1) no se lo considerara inferior y si 2) no se considerara que el inferior es meritorio del insulto.

Las capacidades cognitivas bajo el nombre de razón fueron elevadas a la condición de supremas hace dos siglos y medio en Occidente. La verdad es que desde entonces no hemos tenido un gran mundo. Las masacres, las guerras, la destrucción de cuerpos y sociedades humanas mediante bombas atómicas, enfermedades, hambre y otros medios, la rebaja a la condición de vida miserable de la mayor parte de la humanidad no consagran a la razón el mejor rey que hemos tenido.
Desde el comienzo de su reinado la razón ha sido cuestionada, luego las dudas sobre ella han fluctuado y ojalá su dominio no se extienda mucho más.

Con la razón como regente patrón la emotividad fue relegada y se hizo sentido común que dejarse guiar por el afecto daba en resultados catastróficos. Dos siglos y medio después podemos preguntarnos cuánto más catastrófico hubiera sido si nos hubieran liderado los sentimientos. O la intuición, o el instinto, o  cualquier otro aspecto que no fuera objetivante, como supuestamente lo es la razón.

Mucho me temo que habría habido tropiezos, pero tal vez no hubiera sido tan horrible nuestro destino si hubiésemos puesto como reyes a los mogólicos o a cualquier otro que los patrocinantes de la razón censuran (hasta utilizarlos como insultos) como no apto para liderar la Humanidad.




jueves, 17 de julio de 2014

Dos puertas


Dos puertas pequeñas en el muro

Detrás de la primera pujan por entrar
gritos de personas queridas

Para abrir la otra necesito aquietar mi corazón
Y entonces penetrará el fondo del bosque


Luego, nada más habrá




G. Ng, julio de 2014 

miércoles, 16 de julio de 2014

El Sur


¿Cuántos viajes al Sur
aún haremos,
amigo mío?
No pocos, seguramente

Y no tantos, ya

Así que entreguémonos a ellos

Siempre el Paraíso
en secreto
estuvo en el Sur.





G. Ng, julio de 2014 

lunes, 14 de julio de 2014

Viejo que habla del 86


Dice mi Madre Futbolera: "Si yo fuera Cristina los hago bajar del micro y les hago limpiar toda la 9 de Julio y el obleisco, y les cobro todo lo que rompieron (tras los festejos populares de ayer en el obelisco unos animales rompieron todo). Ni para el arado sirven".
¡Eh, mami! Un poco exitista.
Pero ¿fuimos o no fuimos a ganar?
Prefiero la irracionalidad guerrera de mi Madre Futbolera a la ternura del defensor Demichelis diciendo que le “jugamos al campeón de igual a igual. Ellos desde el primer momento sintieron que el partido se les iba a hacer fácil. Yo, como conozco su idioma podía entender lo que se decían entre ellos, y se la hicimos más difícil de lo que pensaban”.
¡Muy Loser!
Y prefiero la bestialidad de mi madre a la constante comparación de la final de ayer con la final del 90, cuando fuimos aspirantes y perdimos, en lugar de hablar del 86, cuando ganamos.



Tradición argentina


Rosario, 13 de Julio de 2014. Final Argentina-Alemania en casa de Aldo y
Nega Mangiaterra. FOTO: Juani, Elena, Mariela, Eugenia, Gustavo, Vicente.
En el piso, Julio. En el celular, Varinia. 


Tenía muchas ganas de estar con mis ahijados de Rosario, Elena y Vicente. Como cumplen años juntos, viajo y los disfruto de un golpe. A los cumpleaños se sumó la final del campeonato mundial de fútbol. Vimos el partido juntos. Abrazados.
Ayer fue el partido, en Rio de Janeiro, entre Alemania y Argentina. Ganó Alemania.
A esta altura de mi vida encuentro pocos terrenos por lo que no haya pasado. En Rio viví cuatro años, y cuando vuelvo siento que nunca me fui. En 1994, dos años antes de que naciera Elena, doce antes de que naciera Vicente, vimos una final que jugó Brasil con otros chicos queridos míos, Santi, Fer, Gastón, Paulina, en Bariloche. Con ellos intercambiábamos mensajes frenéticamente durante el partido de ayer, en un grupo de whatsup que armamos para este mundial.

No sé si será asunto de mi generación, que la marcó la Dictadura, o qué, pero la exaltación patriotera siempre me produce náuseas. No puedo evitar identificarla con los militares, y entonces no hay manera de que pueda pensar en la nación sin relacionarla con el nacionalsocialismo y con la noción de los anarquistas de que la Nación es un invento de los capitalistas dueños de las fábricas de armas para que los imbéciles que no saben de su existencia vayan a matar y dejarse matar por desconocidos igual que ellos, de modo de que se consuman los arsenales.

Me salen sin querer las reflexiones sobre cómo jugó la selección argentina (la fórmula del técnico Alejandro Sabella “un equipo que sepa con la pelota, tenga opción de gol y sea sólido defensivamente”, sobre todo que sea sólido defensivamente, incluso renunciando a cualquier otra cosa, lo que terminó convirtiendo aquella promesa de “la mejor delantera del mundo”, la de “los 4 fantásticos”, en un equipo chico, conforme con que Alemania no le metió, como a Brasil, 7 goles). Todo el mes he masticado pensamientos sobre el crack Lionel Messi, mejor jugador del mundo, comparándolo con el otro mejor jugador del mundo que tuvimos, Diego Maradona, concluyendo que Messi es un producto (una víctima) de la industria del fútbol mundial, que además no pudo desplegar sus alas en el esquema mezquino del técnico, y hundiéndome en las preguntas que deja Maradona, sobre los ídolos, los que manejan tan bien la realidad que son capaces de recrearla con nuevas reglas, los que se ponen la responsabilidad de todos al hombro —y así, naturalmente, son adorados cuando ganan y defenestrados cuando pierden.

Hago lo posible por torcer la idea de Argentina para el lado de lo que tenemos en común nosotros, los amigos, los parientes, las nuevas generaciones y así mantener incontaminada de mierda cosas como el fútbol.




Argentino Vicente, Argentina Chimuela, Argentina Eugenia.
Fotógrafo: Argentino Pablo Makovsky.