Cuando apareció el programa Gran Hermano, y estábamos
bastante enojados porque era algo que denigraba la moral, la intimidad, la
consciencia política, la juventud y el sentido de la vida, me enteré de que la viejita
del 2ºF era feliz, porque clavaba Gran Hermano en el canal 72 las 24 horas y
así resolvió su problema de soledad, que la estaba matando.
Cuando los hijos la iban a visitar por compromiso no les
daba bola, o les hablaba de aquellos personajes que se pasaban el día
rascándose el sobaco tirados en sillones.
Y bueno, como ella se dormía con los chicos, yo en la
cuarentena me duermo con Borges.
En YouTube hay muchas entrevistas que le han hecho, también
están casi todos sus cuentos, leídos por alguien, y hay muchas conferencias.
Están todas las de las Siete Noches, que son maravillosas.
Ya ni sé cuántas veces las he visto.
Como a las cuatro o cinco de la mañana, la hora en que él
sufría de insomnio, los jóvenes de Gran Hermano andan algunos durmiendo, otros
revolviéndose en la cama y otros no pudiendo dormir porque no han hecho nada en
todo el día, yo estoy tirado por ahí con la tableta mirando las dichosas
conferencias.
Anoche me pareció percibir algo raro en la conferencia sobre
La Ceguera. En un momento empezó a escucharse como una fritura y Borges hizo
una pausa. La fritura subió y cuando empezó a bajar, Borges retomó la
conferencia.
A los pocos minutos otra vez sucedió lo mismo.
La tercera vez que pasó miré el video (estaba sólo
escuchando), pero había una foto fija de Borges. Retrocedí el video y me
pareció escuchar que dentro de la fritura había algunas risas. Volví a
retroceder y entonces descubrí que antes Borges había hecho un chiste.
La fritura era un aplauso.
La gente aplaudía para festejar el chiste.
Y siguió interrumpiéndolo con aplausos, cada vez que
tenía ocurrencia muy buena y muy suya, o cuando largaba una ironía exquisita sin
perder esa monotonía de la voz tan propia, o cuando recitaba un poema de
memoria. O cuando hacía una cita muy brillante, o nombraba a un filósofo o un
poeta que sólo conocen los eruditos excepcionales. Incluso, le hacían aquella elegante
ovación cuando decía una de las palabras que había hecho suyas, tan suyas que
cualquier escritor que las use arruinará lo que escriba por tratar de imitarlo;
palabra como “fatigar”, o “conjetura”, o “sur”.
No era como en un partido de fútbol, pero sí como un partido
de tenis, o un standup o el discurso
de un político.
Me reí del truco que me jugada mi mente. “Mi mente se
hace la borgeana”, pensé, comprendiendo que imitaba el humor de Borges.
Pero entonces me di cuenta de que estaba despierto, y de
que Borges seguía dictando la conferencia en el video.
Me puse serio. Había visto muchas veces esa conferencia y
jamás había ocurrido lo de las interrupciones y los aplausos. Tuve miedo de que
80 días de cuarentena estuvieran causándole algunos problemas a mi percepción
de la realidad.
Por las dudas, salí de YouTube y apagué la tableta. No me
atreví a comprobar si lo que acababa de escuchar era verdad o no.
Ahí quedó ahora, en YouTube. Yo no me animo a mirarlo de
nuevo, quizás quien lea esto, sí.
Y no quiero pensar más, porque ya mi mente me está
preguntando si la viejita del 2ºF, la señora de Arbetman, murió o si aún está
viva, y no lo sé, y no puedo creer que no lo sé.