Hola padre. Vine a Edimburgo, Escocia, a pasar unos días con
mi hijo Fernando.
Sé que te cuesta que yo hable de él como mi hijo, porque es
el hijo de una mujer con quién me casé, pero no fue concebido por mi decisión
ni lleva mi sangre.
Le digo mi hijo porque creo que ser padre es más hacer cosas
de padre con una persona que el simple hecho de haber arrojado unos
espermatozoides.
Cada cosa que hago para criar a Fernando es algo que yo
decido.
Es cierto que está el tema biológico, pero uno puede decidir
qué importancia debe tener ese tema.
Y en todo caso, intento ser honesto, y aclarar cada vez que
puedo que Fernando tiene más de un padre y que el padre biológico no soy
yo.
Además, prefiero tener el problema que tienen los árabes,
que se disputan los hijos, al que tienen aquellos que los abandonan.
Fernando es un hombre muy hábil. Ya tiene 29 años. No ha
terminado la escuela secundaria, la educación formal no ha sido su camino. Sin
embargo, tiene una habilidad sobrenatural para hacer cualquier otra cosa.
Además, es muy valiente. No hay nada que no se anime a
hacer.
Entonces, hace cualquier cosa que le gusta, y eso le sale
bien.
Y como es muy fuerte, cuando no le sale bien, se las aguantas.
Una persona así tiene una enorme libertad y una enorme
capacidad de vivir.
¿Qué busca en la vida?
Las ambiciones de tu generación, progresar económicamente,
salir del riesgo de la miseria, hacer una gran familia, tener prestigio social,
recibieron un intento de desmantelamiento por parte de mi generación.
Por lo menos fueron conscientemente desmanteladas por
Marina, la mamá de Fernando, y yo.
Aunque, por supuesto, ese tipo de mandatos está clavado muy
profundo, y uno saca el árbol, pero quedan raíces.
De modo que Fernando no tiene ninguno de esos objetivos como
obligatorio. Ha orientado su vida a vagar por el mundo. Algo parecido a lo que
hizo Jack London en su adolescencia y primera juventud. Una especie de marinero
de tierra firme.
Esto me preocupó los primeros años porque sentía que
Fernando no capitalizaba lo que hacía, que todos los días arrojaba su pasado al
tacho de la basura.
Ésa era una raíz que me había quedado.
Yo estaba en contra de la tiranía del progreso material,
pero conservaba la idea del progreso, diciendo que uno tiene la obligación de
florecer. Y aún lo pienso así, pero Fernando me está demostrando que hay muchas
maneras de florecer. Progresar no es la única.
En el 2012 se fue a Perú. Tenía 22 años. No llevó plata. Se
las arregló para trabajar en el hostel donde estaba. Pasó a Ecuador, se hizo
amigo de alguien que vendía medias en la calle y se dedicó a eso hasta el 2016,
cuando volvió a la Argentina con la idea de quedarse. Retomó trabajos a los que
se había dedicado antes, de producción audiovisual, pero el fétido estado que
había instalado la oligarquía en Argentina lo eyectó hacia México.
Allí se acomodó
rápidamente en una ciudad balnearia, la más rica, y trabajó en bares. Un día se
cansó y con su novia mexicana se pusieron a producir y vender alfajores de
maicena. De esto recién me acabo de enterar
Vivieron de esa actividad y ahorraron lo suficiente para venirse a
Escocia.
Aquí se compraron una casa rodante y la instalaron en un
estacionamiento donde otras personas viven estacionados, aunque algunos se han
hecho casas con containers.
Fer y su novia son
los únicos extranjeros.
Cuando era chiquito,
le enseñé a hablar en inglés. Lo habla muy bien. Consiguió trabajo en un pub
frente a la playa de Portobello.
Ayer llegué a la estación de tren de Edimburgo y caminé unas
dos horas hasta el pub.
Encontré a Fernando de un gran humor, un manejo magistral
del lugar, entre otros siete chicos, algunos escoceses, los demás
extranjeros.
Fernando es el más rubio del lugar, el que tiene más aspecto
de nativo, y cuando habla su inglés de
Argentina, los clientes creen que les está tomando el pelo.
Cuando llegué ayer y éel decía “he is my Dad”, sus compañeros se reían de la misma manera.
Está en una gran forma. A la noche fuimos a su casa rodante.
Está muy orgulloso de tener su casa, que en este plan no podía ser sino
rodante, y está exultante porque me aloja allí.
Cada detalle de la casa es muy ingenioso, igual que él. Todo
requiere mucho trabajo, y a él le encanta hacerlo.
Claro, no es para toda la vida, ni por mucho tiempo. La visa
que tiene sólo le permite quedarse aquí hasta diciembre.
¿Y entonces qué hará?
Hace tiempo lo vi muy
cómodo en Ecuador. Le dije que le convenía o bien seguir andando o bien establecerse,
que la tibieza no es para él.
También le estaba mostrando que después de cumplir los 50
años me fui a China y estoy haciendo los viajes más extremos que hice en mi vida.
Unos meses después me dijo que estaba pensando en irse a
Estados Unidos.
Y un día me mandó la foto de un pasaje a Escocia.
Me alegró mucho que cruzara el océano.
Ahora tiene ganas de irse a Polonia, Rumania, algún país de
Europa oriental. También tiene muchas ganas de irse a los países nórdicos.
Está muy atento a las visas de trabajo que dan nueva
Zelanda, Canadá, Y otros países.
Me dice que los argentinos no tenemos una gran ventaja para
esas visas, y que en cambio sí la tienen los italianos. El podría sacar la
ciudadanía italiana. Para eso necesita ayuda de su otro papá —vos dirías el
verdadero—, que es descendiente de italianos.
Yo también soy descendiente de italianos, pero no cuento
como papá para estos casos.
Creo que tendría que ir hablar con el otro papá y ofrecerle
una ayuda por el tema de la ciudadanía italiana de Fernando.