En poco tiempo la ciudad se llenó de malabaristas de las
esquinas y de los subtes.
Había de dos tipos. Unos eran jóvenes de los 90, globales
étnicos, lúdicos, new age, neohippies, descontracturados, contestatarios desde
la cultura alternativa. Otros eran pobres, los niños mendigos de siempre,
reconvertidos en consumados artistas de destreza asombrosa. La ciudad ganó así
un tinte general de circo, con esa cosa emparejadora que tiene el circo, donde
los más pobres son los que le ganan a las fieras, a la altura, enfrentan el
ridículo y la torpeza.
Hace ya mucho de esa época inicial, quizás 20 años. Pero
hace unos días encontré en una esquina un muchacho muy alto, que daba
ligeramente el physique du role de los malabaristas por lo flaco, y ciertamente
llevaba el uniforme correspondiente, pero no tenía esa fibra que caracteriza a
los hábiles, y era demasiado grande. Tenía una panza redonda como una pelota de
fútbol y se movía con un atolondramiento que daba mucha pena. Su atuendo de
semipayaso enfatizaba su ridiculez. Así estrafalario, aparatoso, se plantó
frente a un auto detenido por el semáforo y tras un titubeo largó al aire una
muchedumbre de pelotas que se enredaron, entrechocaron y perdieron, haciendo su
voluntad sin ningún orden. El alargó desesperado las manos abiertas hacia
ellas, como si quisiera atraparlas a todas juntas, y en un instante estaban
todas en el piso. Hacia allí se abalanzó, patético. Las levantó, se metió
algunas en el bolsillo de su pequeño saco verde que le apretaba en todos lados,
meneó la cabeza indignadamente, hizo el amague preparatorio y lanzó al aire,
ahora sólo tres bolas. El resultado fue el mismo. Corrió humillado las bolas
que se escapaban rondando en direcciones opuestas. Se guardó una bola e intentó
con dos. Tampoco tuvo éxito. Las bolas no le obedecían. Trató dos veces más,
con el mismo resultado. Finalmente, fracasado, renunció y caminó cabizbajo, sin
pedir nada a los automovilistas, a sentarse en la vereda.
Y he aquí que cuando el semáforo volvió a detener los autos,
volvió a intentar. Naturalmente, le fue horrible. Pero volvió a la carga todo
el rato que estuve observándolo. Y no mejoraba.
No mejoró. Me fui de allí un poco admirándolo porque al fin
no abdicaba.
Hoy me quedé otro rato mirando a un viejo, y de a poco me
fue haciendo acordar al Malabarista Indeclinable.
Era en una parada de colectivo. La gente hacía la cola desde
el poste que tenía arriba el número del colectivo que paraba allí, y el viejo
estaba apartado. También miraba el fondo de la calle, como los demás, con esa
especie de fe en que el colectivo vendrá si se mira con mucha ansiedad el lugar
por el que debe aparecer. Sin embargo, no se ponía en la cola. Era muy, muy viejo. Tenía un sobretodo que le quedaba tan grande que parecía no tocarle
el cuerpo, como esos hermanitos vestidos con la ropa de los más grandes. Fácilmente
se podía adivinar el menudísimo cuerpo que tenía perdido allí dentro. También
tenía unos zapatos muy grandes, y enormes las orejas. Y tenía unos ojitos de
mamífero pequeño, sin expresión.
En fin, al rato llegó el colectivo, la gente empezó a subir,
y el viejito miraba el colectivo en silencio y no se movía. Pensé que esperaba
a que toda la gente subiera, que quizás le molestaba el amontonamiento. Pero
cuando empezó a moverse, ya el colectivo arrancaba. Alzó la mano sin mucha
convicción y el colectivero aceleró. Se había perdido el colectivo. Perdió el
timming, perdió el bondi, pensé.
Otra vez empezó a formarse una cola y él, que podría haber
estado primero, se quedó en el mismo lugar, apartado. Ahora la cola llegaba
hasta él. Alguien le preguntó “¿está en la cola?”, y él no contestó. La cola le
pasó por el costado. Y cuando llegó el colectivo, otra vez esperó a que
subieran todos y recién entonces empezó a moverse, con una lentitud
exasperante. El segundo colectivero tampoco le hizo caso.
Un tercer colectivero lo miró, lo esperó unos segundos, pero
como el viejo se movía tan despacio, que quizás tardaría horas en llegar,
arrancó y se fue.
Con el siguiente sucedió lo mismo que los primeros. ¿Cuánto
tiempo se quedaría allí el viejo? ¿Estaba loco? Quizás.