miércoles, 24 de junio de 2020

La realidad no dulcificada


Un escritor dijo, cuando lo acusaron de tergiversar datos, o lisa y llanamente de mentiroso, o peor, de traidor de la realidad; cuando le hicieron esas acusaciones, fundadas judicialmente, el tipo contestó: “¿usted está conforme con esta realidad que se ha vuelto normal. de millones de humanos asesinados por unos pocos, con una bomba nuclear o por hambre? Y si esta realidad le parece horrible, ¿qué lo escandaliza de que yo la edite?”
Ese escritor no hacía una edición para evadirse, no dulcificaba Caperucita Roja cambiándole el final para que los chicos no sufrieran, sino al contrario, usaba la sombría realidad, la manipulaba, la retorcía, la exageraba, la falseaba, para poner de manifiesto verdades.
En una de sus novelas un mafioso que era dueño de clubes de fútbol, jueces, medios de comunicación y políticos, mandaba matar a su hijo. Cuando se demostró que su hijo se había suicidado, los lectores ya sabían la verdad sobre el mafioso. Era más verdadero que hubiese matado al hijo que la realidad del suicidio.






domingo, 21 de junio de 2020

La Muerte reprocha al papá


Uno de los temas por lo que me da pena morirme es que no voy a poder seguir viendo esa película All that jazz.
Uno de los éxitos más fuertes que tiene en mi interior es que me puedo identificar con el director que siente que la película no está terminada, que es una porquería, que puede conservar algunas cosas, pero que tiene que hacerla toda entera de nuevo.
Entre aquellas cosas que puede conservar hay productos de la inspiración que no son inventos de él, sino que le han llegado desde otro lugar.
Por ejemplo, la escena final en que está despidiéndose de todas las personas de su vida, que están en las gradas viendo el espectáculo final.
Todos los saludan felicitándolo por su vida, pero su hija, de 11 o 12 años, lo abraza llena de dolor y no lo deja ir.
Entonces hay un flash de la cara de la Muerte observando la situación.
Recuerdo que la muerte era la bella Jessica Lange. Era una muerte hermosa, que el protagonista había perseguido toda su vida.
La idea recalcada de “el eterno Enamorado de la Muerte” es una de los ingredientes más descartables de la película, y sin embargo, la mirada de la Muerte ante la nena que sufre la muerte de su papá, una mirada que es a la vez cruel y humana, sufre por la nena, reprocha al tipo “te hubieras cuidado un poco, idiota, y no dejarías a tu hija sin padre”, es algo que espero retener una vez que me haya ido yo.




jueves, 18 de junio de 2020

La fábrica de Christian



Ubaldo no salía nunca de su casa.
Vivía con su mamá.
Sufría de Síndrome de Gottfried-Schmidt, por lo que pensaba de un modo muy diferente al resto de las personas. Pensaba mucho, muchísimo más, pero no se entendía con los demás humanos.
Una vez su primo Christian, que era mayor que su mamá, lo llevó a su fábrica.
Era una fábrica de bicicletas.
Christian le hizo una visita guiada por la fábrica. Se tomó todo el tiempo del mundo para darle minusciosas explicaciones de cada detalle del proceso de producción, las máquinas, los materiales, los tiempos. También le habló del mercado de las bicicletas, las tendencias de la moda, la historia de las bicicletas, el futuro que preveía. Y también le habló de la empresa: su funcionamiento, su economía, el personal, las relaciones con el gremio, con el gobierno, con su competencia.
Ubaldo parecía no escuchar y sólo dirigía miradas casuales en dirección de lo que Christian le señalaba.
Tenía 21 años.
Hasta que murió, 63 años más tarde, Ubaldo escribió sobre aquella tarde.
No hizo nada más. Escribía todo el día.
Cuando se cumplieron 100 años de la fundación de la fábrica de bicicletas, muerto ya Ubaldo, uno de los muchos nietos de Christian, hombre ya muy mayor, editó los textos de Ubaldo.
“La fábrica de Christian” fue la mayor obra dedicada a un establecimiento industrial de Argentina. Fueron 16 tomos.







miércoles, 17 de junio de 2020

Hay gente íntegra que paga sus cuentas



La vida se paga con la muerte.
Si no se quiere pagar la muerte, no se vive.

¿Cómo se paga la muerte?
Aceptándola.
Aceptando que las personas que querés y murieron, están muertas, y aceptando que las personas que están vivas, van a morir.
Aceptando que vas a morir.

Algunos resistimos la muerte con una fuerza descomunal, desesperada e inútil.
Nos negamos a pagar el precio de la vida.

Sólo si decidiéramos pagar el precio de admitir que moriremos, podríamos olvidarnos del asunto y dedicarnos sólo a vivir.




El toque





Dicen que El toque es la peor película de Bergman.
No sé, puede ser, lo que sé es que no concibo un mejor tema para una película.
Una mujer va a visitar a su mamá al hospital. Va sola, como todas las tardes. La mujer es sueca, la madre es sueca, están en Suecia, donde todo es eficiente, pero la calidez no es prioridad.
La mujer llega y la mamá ha muerto. Entra a la habitación y la encuentra sobre la cama de siempre, pero está toda entera tapada. Se queda parada allí. La angustia empieza a inundarla desde adentro. Entonces llega, algo rauda, una enfermera. Le dice unas palabras “fue esta mañana”, “no sufrió”.
La enfermera no toca a la mujer. Le ofrece unos anillos en su mano extendida.
La mujer toma los anillos, la enfermera se va, la mujer se queda clavada en el mismo lugar, mirando los anillos que sostiene.
No se puede ir. No puede pensar. Ni siquiera puede llorar.
Finalmente da media vuelta y sale de la habitación. Quizás salga y vuelva a entrar. Quizás se vaya a su casa, o a una iglesia, o a un banco de un parque, o a caminar sin rumbo. En un pasillo del hospital, por el que anda acaso sin saber dónde está, encuentra a un hombre. El hombre tiene la mirada extraviada igual que ella. No se sabe por qué. Los dos se quedan mirándose. No tienen nada más qué hacer en el mundo. Él se acerca a ella, la toma y la besa. Es algo completamente absurdo, desquiciado, insensato. Tan insensato como es el momento que están viviendo. Lo aberrante no puede ser abordado sino de modo insano.
Se meterán en un rincón, un depósito, un cuarto abandonado, no saben, y harán el amor. Luego ella irá a su casa, encontrará a su marido trabajando con las plantas en el jardín, le contará de su madre. Él la abrazará y de ahí en más la normalidad se hará cargo de todo.
Sin embargo, entre ella y aquel hombre del hospital se habrá atado algo en un lugar inalcanzable, y al contrario, ella ya no podrá tener con su esposo ni con el resto de sus seres queridos la unión natural que habían tenido hasta entonces, porque ellos no vivieron con ella aquel instante. Un instante único y eterno. Aquel hombre la enloquecerá, pero sin él estaría completamente perdida.



lunes, 15 de junio de 2020

Sumergidos


Nadie del grupo de periodistas había buceado antes. El instructor se concentró en la posibilidad de que el miedo nos tensara cuando hiciéramos el descenso. Le vi una sombra de preocupación en la cara. Habló con sus asistentes y luego nos dijo:
— Vamos a ir bajando de a uno. Uno de nosotros los va a acompañar. Agárrense de su brazo. Sólo el brazo, recuerden por favor. No lo agarren de otro lugar ni lo abracen. Van a estar bien. Procuren respirar normal. Si respiran normal van a tener el aire que necesitan. Si se asustan o se agitan se les puede interrumpir la entrada de aire, así que, por favor, respiren con normalidad.
Insistió con la respiración dos veces más, y entonces bajó con la primera periodista, una chica muy gorda, a quien le había costado mucho ponerse el traje de neoprene.
Minutos después uno de sus ayudantes bajó con el hombre grande, luego esperamos media hora hasta que volviera el instructor. Cuando llegó, llevó a bonita.
La siguiente vez me preguntó si me bancaba ir último, le dije que sí, y llevó al chico alto de La Nación y más tarde al fotógrafo del diario cordobés.
Dos horas después de que bajara la primera, fue mi turno.
Cuando nos sumergimos, sentí el repentino frío del agua congelada que entraba por los intersticios del traje. Tuve un escalofrío, pero no duró mucho. Me concentré en respirar con calma.
El instructor me llevaba del brazo. Bajamos unos 15 metros y nadamos contra el fondo. Las patas de ranas multiplicaban mi esfuerzo de modo increíble. La luz llegaba bien hasta allí aunque el agua estuviera turbia. Una multitud de placas blancuzcas la reflejaban en el fondo. Observé las placas: eran piedras. Entre ellas había un mundo de algas, y entre las algas nadaban peces.
El frío se me había pasado y el mundo que me rodeaba me resultó hermoso. La falta de gravedad, la densidad del agua, la luminosidad mágica, la lentitud, todo se me hizo familiar a los pocos minutos. Apareció un mero gigante, nadando a nuestra altura, viniendo en línea recta a cruzarse con nosotros. Iba tranquilo y oscuro, mirándonos. Cuando llegó cerca se desvió apenas hacia arriba. Con mi mano le toqué la panza y no me hizo caso. Sentí una paz enorme. Era como si me hubiera drogado.
Cuando llegamos a una plataforma donde estaban los demás, ya tenían un bote semirrígido para partir. Subieron todos y cuando iba a subir yo, el instructor me detuvo. En voz baja me preguntó al oído:
— Te dormiste cuando veníamos, ¿no?
Admití que sí.
Habló por un intercomunicador y le dijo algo al ayudante, el ayudante piloteó el bote alejándose en dirección a un peñón que se erguía negro en el horizonte de agua.
— Estuviste muy tranquilo. Quiero mostrarte algo, ¿te animás?
— Sí —le dije, y volvimos a sumergirnos.
Buceamos hasta una especie de valle. Llegamos un lugar en que la luz era más fuerte y todo era como una nube. En el fondo había una sucesión de largas fosas paralelas. Cerca de una angosta, de unos tres metros de ancho, me hizo señas para que nos metiéramos. Luego me dijo que esperaríamos allí. Mi interior estaba tan apaciguado como cuando era chico y pasaba las tardes con mi abuela. Al rato me quedé dormido.
El instructor me despertó apretándome levemente el brazo. Lo miré para saber qué pasaba y me señaló en una dirección. Algo de un tamaño descomunal se acercaba. Pensé que me había llevado al lugar por donde pasaba uno de los barcos que surcan el golfo llevando turistas para que observen a las ballenas. Luego descubrí que lo que se acercaba lentamente, pero no tan lentamente, era una ballena.
No tuve miedo, pero su tamaño era aterrador. Había algo muy diferente del mero. La ballena no era un ser automático. Sentí que tenía voluntad. Sentí que hacía las cosas porque tenía un por qué. No podría decir cómo, pero tuve la certeza de que nos había percibido.
Se fue, pero al rato volvió, y entonces vino otra, desde otro lugar. Y entonces ocurrió algo increíble: empezaron a pasar una y otra vez sobre nosotros. Cuando una estuvo cerca, descubrí que con su ojo nos miraba. Fue algo hermoso y estremecedor. Sentí que hicimos contacto. Su mirada revelaba entendimiento. Casi sentí que podíamos comunicarnos. Allí adentro de la fosa, en el fondo del mar, me puse a llorar.
Cuando volvimos a la plataforma, el instructor me preguntó si había visto cómo nos habían mirado.
— No estamos solos —me dijo.
 









jueves, 11 de junio de 2020

Estado, individuo, Andy Warhol y la propaganda comunista





En “Sujeto y poder”, Foucault explica que desde el siglo XV el Estado en Europa se orientó hacia una función totalizadora e individualizadora.

También explicó que ese Estado es heredero del poder pastoral de la Iglesia, potestad que extendió hasta un grado al que ningún Estado había llegado, ni aún el de la antigua China.

En lo específico en cuanto a individualización, hay una diferencia respecto del Estado chino, en tanto éste pertenece a una concepción social en la que el peso está en lo colectivo en desmedro de lo individual.
Foucault habla de la necesidad de "liberarnos de lo individualidad que se nos ha impuesto".  De algún modo, podría considerarse como un germen de esa liberación la industrialización capitalista que creó una masa de individuos indiferenciados, con su expresión en las obras de Andy Warhol, tanto como en la patronización de las personas en la propaganda comunista, basada en la repetición de un individuo prototípico y anónimo, o sea, de un no sujeto.







martes, 9 de junio de 2020

Running


“¿Por qué me van a prohibir hacer running?”, me dice la vecina del 6ºA, y fundamenta: “en el Himno dice ‘Libertad, Libertad, Libertad’, no dice ‘cuarentena, cuarentena, cuarentena’”.
Podría ser que la actitud de acusar al Gobierno de “malo” porque “no me deja hacer running resulte un poco infantil.
Si hay argumentos sólidos contra la cuarentena, está bien, pero no estoy seguro de que sea el caso, más allá de que el virus está activado por el 5G y de que la causa de la pandemia es un Nuevo Orden Mundial que están inventando los peronistas con el Papa.
“Salir a hacer running” no es el derecho a circular, porque no se está reclamando un derecho, dado que el derecho tiene un componente social, y el “salir a hacer running” no considera lo social. Es puramente individual, y por tanto, cancela el conjunto y a cada uno de los demás individuos.
“Salir a hacer running” es negar el derecho a la salud de los demás. El individualismo no es tal si no se antepone, si no anula, ignorando, aplastando, como sea, a los demás. Se demanda al Gobierno que atienda al reclamo individual sin importar si eso implica desatender los demás reclamos.
“Yo me cuido a mí, los demás que se cuiden ellos”.
“Yo quiero hacer running, los demás, que revienten”.
“Yo quiero tener todo lo que quiero, los demás, ¿qué demás?”
No reclamándose un derecho, se exige un privilegio.
Con eso, se hacen dos cosas. Primero, se miente al llamar “derecho” a un privilegio. Segundo, se establece un orden social en donde unos son privilegiados y otros no. De hecho, sucede que unos son privilegiados porque los otros no. Unos son usados para que otros sean privilegiados.







Vicentín: seguridad alimentaria

En Formación Cívica de tercer año el Dr. Fossa nos enseñó que hay “áreas estratégicas para garantizar la reproducción de una sociedad nacional”.

Aunque estábamos medio dormidos —algunos, dormidos del todo—, aprendí ese término de memoria.
Se refería a la Defensa Nacional, la Seguridad Interior (era 1978), y también la Energía, el Transporte, las Comunicaciones.
“Esas áreas no pueden dejarse en manos del mercado: son potestad inalienable del Estado”, decía bien el Dr. Fossa, aunque omitió otras áreas.
Omitió la Salud, la Educación, la Vivienda, el Trabajo y la Alimentación.
El tema de Vicentín es la seguridad alimentaria.



 



domingo, 7 de junio de 2020

La inequidad




El problema es la inequidad.
Blancos arriba de negros afroamericanos en Estados Unidos.
Blancos arriba de indios en Argentina.
Blancos arriba de negros peronistas en Argentina.
Ricos arriba de pobres.
Los que tienen apenas más, arriba de los que tienen apenas menos.

El problema no son los recursos, sino la forma en que están distribuidos.
El problema de la violencia es la inequidad que la genera.

En la bronca por el asesinato de George Floyd hay:
Furia contra el racismo
Angustia por los 100 mil muertos por la pandemia
Angustia porque se siente que la economía se desploma
Angustia porque se siente que Estados Unidos decae
Miedo de perder un futuro de progreso
Miedo de perder el estilo de vida que se consiguió.

Y ese estilo de vida está basado en la inequidad.

Diálogo de Sam y Frodo



Como toda persona fuerte, mi hija Irina tiene fe en lo que puede hacer en el futuro.
Lleva como diario un cuaderno de frases.
Siempre que una persona anota una cita es porque encuentra dicho afuera, lo que tiene adentro.
Hoy hablamos de este pasaje de El Señor de los Anillos.

— No puedo hacer esto, Sam.
— Ya lo sé. Está mal. Ni siquiera deberíamos estar aquí. Pero aquí estamos. Es como en las grandes historias, Señor Frodo. Las verdaderamente importantes. Siempre estaban llenas de oscuridad y peligro. Y a veces uno no quería saber el final... Porque, ¿cómo podía ser un final feliz? ¿Cómo puede volver el mundo a ser como antes después de tantas cosas malas? Pero, al final, es sólo algo que pasa... esta sombra.
Sam miró al horizonte, hizo una pausa y prosiguió:
— Hasta la oscuridad debe pasar. Llegará un nuevo día. Y cuando brille el sol, brillará con más claridad. Ésas eras las historias que recordabas que significaban algo, aún cuando eras muy joven para entender por qué. Pero creo, Señor Frodo, que ahora sí entiendo.
Miró a Frodo con ojos brillantes.
— Ahora sé que la gente en esas historias tenía muchas oportunidades para volverse atrás, pero no lo hacía. Seguía adelante porque se estaba aferrando a algo.
— ¿A qué nos estamos aferrando, Sam?
— A que existe la bondad en este mundo, Señor Frodo. Y que vale la pena pelear por ella.






sábado, 6 de junio de 2020

El loro que cantaba “Alabaré”



Mi mamá tenía un loro que le habían traído ya adulto, a lo mejor viejo.
Se negaba a aprender lo que mi mamá le enseñaba, sólo decía y cantaba cosas de su repertorio.
Cantaba una canción de la misa que se llama Alabaré, creo.
Pero se sabía nada más que la palabra "alabaré".
Cantaba "alabaré, alabaré, alabaré, alabaré... " y en vez de decir "mi señor", que era lo que seguía, empezaba de nuevo: "alabaré, alabaré, alabaré, alabaré..."
Mi mamá decía que tenía el disco rígido rayado, pero mi mamá, como toda persona buena, no sospechaba de la maldad de los demás.
Porque escuchen: el maldito loro cantaba eso ¡cuando mi mamá lavaba la ropa!
Era obvio que lo hacía a propósito, para agarrar para la joda a la humana que lo alimentaba, le limpiaba la jaula y lo tapaba con una cobija en invierno.








Un acontecimiento oracular



El género entero de los escritores puede escribir sobre cualquier tema.
Aquellos que efectivamente escriben sobre cualquier tema son de la especie profesional.
Otra especie de escritores está caracterizada por aquellos que sólo escriben sobre algunos temas tan persistentes que se los podría percibir como obsesiones o fijaciones.
En general son muy pocos temas, y acaban conformando el hilo conductor de la obra de toda la vida de un escritor.
Pareciera que los escritores de esta especie escriben para darle forma a esos temas, quizás para desarrollarlos, como en el sentido hegeliano de la evolución una planta es el despliegue de una semilla.
Esos temas acuden a algunos escritores para que los escriban y ellos sienten entonces una urgencia por escribir. El tema les arde, necesita volcarlos en historias, poemas, ensayos, películas, se les antepone a todo lo demás en la vida —trabajo, familia, dinero, rutina, prestigio.
Sin embargo, lo que uno de estos escritores ha conseguido escribir con tanta ansiedad, por mucho que sienta que el texto es redondo, no ha acabado de expresar el tema.
Tarde o temprano, el tema volverá con la misma insistencia.

Ricardo Piglia propuso que la ficción no es un juego de variaciones en base a los elementos de la realidad, sino que anticipa la realidad.
Esta postulación, simplificada, dio lugar al equívoco rústico de que la literatura era profética. Piglia respondió que el modo de la anticipación era complejo.
Aunque no llegó a ofrecer una teoría que explicara la relación de anticipación, tendió algunas líneas. Dijo, por ejemplo, que un escritor capta “núcleos invisibles” de la realidad, y que al hacerlos visibles, el público empieza a actuar de un modo distinto al que actuaría si no los hubiese percibido, y así la realidad toma un rumbo más o menos aproximado al que plantea la ficción del escritor.
Piglia dio el ejemplo del tipo que atentó contra Ronald Reagan, quien se confesó muy influido por la película Taxi Driver, y llegó a decir la palabra “oracular” para referirse al fenómeno de la anticipación del arte.

Pablo Makovsky planteó que los textos sobre el Horóscopo Chino son centralmente literatura, porque la literatura es ante todo un acontecimiento oracular. Comprendía que aquellos temas que vuelven una y otra vez a algunos escritores son, ante todo, preguntas, y que la obra de un escritor es el resultado del intento de responder a esas preguntas.
Ni más ni menos que lo que hizo la pitonisa del Oráculo de Delfos cuando alguien le preguntó “¿Quién soy?”






jueves, 4 de junio de 2020

La nueva amiga de María



Resulta que María se hizo una amiga nueva.
(María la hizo su amiga, pero no sabe si la chica la hará amiga suya).
María está llegando a los 60, y es algo raro a nuestra edad hacerse amigas nuevas, pero en el plano en que son amigas, la edad no tiene nada que ver.

Martina está contenta porque puede hablar con su nueva amiga sólo lo que me importa, y tiene libertad de escucharle sólo lo que le importa.
Estos días de cuarentena han acelerado ese proceso en María.
La comunicación para mantener la relación en la tibieza le fue interesando cada vez menos, y ahora ya no la soporta.

Sólo le entusiasma decir algo que le salga de adentro del hueso y no quiere saber de otra persona nada más que aquello que le resulte, de alguna manera, traumático.


El tam-tam de la fecundidad




Seguramente los místicos de alguna de las millones de tribus que no dejaron registro (que deben ser casi la totalidad de las sociedades humanas) descubrieron que no puede existir una persona aislada, o sea, que una persona aislada deja de ser persona, porque cuando uno habla emite ser, y si nadie responde con lo que esa emisión le causa o, más aún, si nadie recoge la emisión, esa porción de ser se pierde.
En la persona que la emitió volverá a brotar algo que también dará a los demás, como vuelven a crecer las flores en las plantas pese a que las semillas que encerraban los frutos que surgieron de las flores anteriores no germinaron. Pero los humanos no son plantas, y a la larga, una persona cuyas semillas no encuentran suelo donde germinar, se seca.
Yo me siento un ejemplo extremo de esta ocurrencia, por lo que cuando alguien aloja una palabra mía, me derrito de agradecimiento.
Un agradecimiento casi miserable, porque se me juega el sobrevivir, o por lo menos, en estos tiempos de cuarentena, la salud mental.



Hallandale High Memorial



Me tocó hacer la secundaria en Estados Unidos.
Tengo 57 años, que no es edad de riesgo, pero más o menos.
En facebook hay un perfil memorial, donde unos ex compañeros muy gentiles van posteando fotos de los que se mueren.
En estos días van cayendo las fichas una tras otra.
A propósito, Hallandale High estaba inserta en medio de un barrio de negros.







miércoles, 3 de junio de 2020

Super Hijitus


Las personas tenemos muchas edades adentro.
Un día descubrí que mi primo Jorge hacía juguetitos con cosas que se encontraba, tornillos, resortes, un tubito, y cosas de la Naturaleza que tenían formas raras que le llamaban la atención: semillas, plumas, troncos, caracoles, un hueso, una piedra.
Mi primo tenía 72 años, pero los juguetes parecían hechos por un chico ingenioso de ocho años.
Muchísimo más infantil era el hecho de que nunca se hubiera dedicado al arte, sino que había mantenido aquella vocación para seguir, se diría, sentadito en el piso, cerca de los pies de su mamá que planchaba parada sobre la mesa del comedor. Mientras su mamá escuchaba la novela en la radio, con basuritas que Jorgito había hallado en el piso del taller de su papá, hacía un Super Hijitus, una momia, un cocodrilo que amenazaba a Tarzán.
Fabricando los mismos muñequitos ahora, se refugia en un mundo sin responsabilidad, esperando que la mamá le festeje la ocurrencia y el talento, entretenido en ese tiempo eterno que se instala cuando se crea.
Mariana Padilla y su marido hacen esculturas con la misma técnica de mi primo Jorge. La diferencia es que ellos se han atrevido a poner en juego su vida en sus creaciones. Hacen exhibiciones, arriesgan su producción en el mercado del arte, se presentan en concursos. Su vida y la vida de sus hijos depende de ello.
Jorgito, en cambio, trabajó toda la vida como empleado de una fiambrería. Nunca se metió en el taller del padre, con todos esos camioneros que llegaban a los gritos, panzones, maleducados, de grandes dientes, negros, fumando, riéndose y peleándose, sucios, con zapatos deformados, malolientes.
El tema no es patrimonio exclusivo de Jorgito. Es un rasgo de familia. Una hace unas tortas que son el asombro de las fiestas, otra cose con facilidad increíble prendas precisas y bonitas, otro canta con afinación y sentimiento sublime, otro es un cocinero consumado, otro arregla cualquier aparato que se rompe, otra decora su casa con dedicación perfeccionista. Ninguno, sin embargo ha hecho de esa actividad su vida. Siempre han dejado su vida en manos de sus maridos y jefes.
Yo no soy la excepción -aunque no estoy al nivel de los demás.
Me gusta pintar. Ayer pinté esto.











martes, 2 de junio de 2020

No me simpatizas


Mi amiga Margarita una vez se puso de novia con un primo suyo.
Esto pasó hace mucho tiempo.
Se habían divertido mucho juntos cuando eran chicos, pero luego la familia del primo se mudó a Córdoba y no se vieron más hasta los veintipico. Cuando se reencontraron, flashearon.
El pibe era una luz de energía, simpatiquísimo, se compraba a todos, tenía una onda bárbara.
Pero no pasó una semana, que le pegó a Margarita.
Margarita se puso un toque arriba de la situación; imitando a la Chilindrina, le dijo “no me simpatiiiiiiiiiiizas”, y no lo vio más. El tipo se volvió loco, pero ella había cancelado todo para siempre.

Hace un tiempo descubrí que los motores que mueven la vida de los chinos son la ambición por estar mejor y el miedo a la muerte. ¿Qué muerte? La pobreza hasta morirse de hambre.
Tal vez un eco del ronquido del segundo motor me llegó por mi padre chino. Lo cierto es que siempre tengo una especie de alerta, alguien que todo el tiempo me dice “no pierdas de vista el refugio”.
Y no lo hago, en toda situación considero la peor hipótesis, y me preparo para asumirla en el remoto caso de que ocurra.
Si me voy a navegar, por ejemplo, considero que el barco o la canoa, se puede hundir, y entonces evalúo qué sería lo mejor para hacer en ese caso.
Si considero mi vida como mi gran situación, mi refugio es la miseria. O sea, pienso qué me conviene hacer si cayera hasta una pobreza en la que moriría de hambre.
Defiendo este ejercicio. Creo que quien da por garantizadas todas las condiciones de su vida corre el riesgo enorme de ahogarse ante la zozobra de que le falten.
Pienso en morirme de hambre en un sentido literal, pero también figurado. Antes de llegar a morirme de hambre, hay una larga lista de comodidades en una escalera.
Hace muchos años solté el auto.
Trato de no depender de los “beneficios” que otorgan los bancos, las financiaciones en general, el sistema de salud.
Resisto todo consumismo. Consumo lo indispensable, si puedo, arreglo una prenda en lugar de comprar una nueva.
Resistí siempre a tener jefes que me dictaran cómo vivir, a cambio de poder hacer dinero y comprarme una vida holgada “normal”: casas, una quinta, inversiones, una empresa.
Mi modo de tener a la vista el refugio es vivir con lo básico.
Cuando era chico tenía recurrentemente la pesadilla de que me caía en la mitad de la calle; en ese momento aparecía un auto y cuando yo intentaba pararme y salir corriendo las piernas no me respondían o algo las atrapaba. En la larga digestión que hice de esa pesadilla a lo largo de mi vida, se me pegó una frase de la canción Pedro Navaja: “y zapatillas por si hay problemas, salir voláo”. Siempre tengo las zapatillas puestas.

Hace cinco años me cortaron el gas.
El gas era algo dado para mí. O sea, no es que me sacaron algo que era una variante, como una campera de las cuatro que tengo. No: me sacaron algo esencial. No era un beneficio incorporado como algo complementario, sino algo que ya estaba desde el principio.
Fue una gran lección.
Una primera lección, que me hizo pensar lo que estoy diciendo acá.
Tres años después, pasé una temporada en un lugar perdido del interior de China. Con la falta de gas había perdido la ducha, pero en aquel lugar perdí toda agua caliente en un clima gélido, perdí el baño, la comida fue limitada. No probé nada dulce en meses.
O sea, la vida me estaba regalando una ayuda a mi empeño por evitar reblandecerme. Como los cubanos y los israelíes, que una o varias veces al año, cumplen con dos o tres días de servicio militar.
Afirmé el regalo al llegar, y tomé la costumbre de terminar cada ducha, en invierno o verano, con unos minutos de agua helada, para no olvidarme de que el agua caliente es una comodidad contingente o superflua. Y también para no olvidarme de que hay mucha gente que todo lo que tiene es agua helada y mucha gente que ni siquiera tiene agua.

En este sentido, la cuarentena por la pandemia de COVID19 es como una Navidad. ¡Muchos regalos!
Sin gas, cocino en un horno microondas que le compré por pocos pesos a la abuela de una amiga que lo iba a tirar a la basura. Cocino en una olla de plástico, pero los otros días se rompió, y los negocios que las venden están cerrados.
Algo pasó con mi tarjeta de crédito, que no puedo comprar nada online. Incluso Netflix me canceló la cuenta por el problema con mi tarjeta de crédito.
Internet me deja a oscuras varias veces al día.
Y qué locura que Netflix sea un refugio, me digo. Hay alternativas, pero andan muy mal. Debería confiar sólo en los libros.

Mientras miro cómo avanza el caos en Estados Unidos, me pregunto si eso no afectará nuestro sistema financiero, nuestra economía, nuestra internet, nuestra vida cotidiana.

Me pregunto hasta dónde podemos recular en nuestro refugio.

Algo en mí está diciendo: “no me simpatiiiiiizas”.




lunes, 1 de junio de 2020

77 días de cuarentena en silencio


Leo alguien que dice: “ya no quiero más hacer sexting”.
Me quedo de una pieza, porque no hice sexting ni un minuto.

Pero una tarde avanzada en que miraba la nada por la ventana, me puse a pensar en algunas personas.
Más puntualmente, me puse a pensar por qué no había tenido sexo con esas personas.
Mientras se iba poniendo más fresco y la luz del cielo se iba debilitando, los nombres comenzaron a desfilar por mi cabeza.

Iba respondiéndome: “porque me rebotó”, “porque no le propuse, porque sé que me rebotaría”, “porque no me gustaría”, “porque es hombre y soy reprimido”, “porque nunca se dio”, “porque es mi madre”, “porque es lesbiana”, “porque somos primos”, “porque causaría muchos problemas o destruiría nuestra amistad”, “porque es la mujer de mi hermano”, “porque me da mucha vergüenza avanzar”, “porque son mis hijos”, “porque no habría forma de que ella comprenda que no propongo una historia de amor; ella se enamoraría y me perseguiría y como yo no voy a querer hacer una pareja, se deprimiría o me prendería fuego”. También “porque no me gusta ella”, “porque es demasiado joven”, “porque está chiflada”, “porque es muy aburrida”, “porque es muy falsa”.
Y pensé: “no me aparecen razones físicas”.
Y también: “me parece que no estoy dejando a nadie afuera de esta lista”.





77 días de cuarentena


Las cosas que me gustan de la vida, las transformo en aventura. Me entusiasmo.
Armo el encierro como una aventura, algo que siempre quise vivir, que tenía reservado para algún momento.
Algo que sólo viviré una vez.
Que será trágico, feliz, trágico y feliz y muchas cosas más. Pero será, pasará algo, no será un tiempo inexistente, rutina vacía, transcurrir sin sentido.

Hago de esta larga cuarentena un retiro espiritual.
La convierto en los 40 días y 40 noches de ayuno que pasó Jesús en el desierto.
En los tres días y tres de Jonás dentro de la ballena.
En los años de Robinson Crusoe en la isla.
En la cárcel, el confinamiento tan temido y tan querido, abajo de la pollera de mi madre, libre de todos los males que me pueden suceder en la sociedad.
Esa particular brecha de no espacio creado por el salto con que se pasa de un lugar a otro.
La terminal donde se tiene que quedar Tom Hank, ciudadano de Krakozhia, la vida que Brendan Fraser pasa con su papá Christopher Walken y su mamá Sissy Spacek en su refugio antinuclear, los años que los astronautas pasan en un sueño criogenizados, etc.
Cualquier espera en el consultorio del dentista o en un trámite de duración impredecible, a la que me llevo libros y cuaderno y iPad para escribir.
Los 311 días, 20 horas y 1 minuto que Seguéi Krikaliov pasó a bordo de la estación espacial Mir entre 1991 y 1992. Estaba previsto que estaría mucho menos tiempo, pero de repente no había quién pudiera tomar la decisión de que volviera. Krikaliov descendió a la Federación Rusa, pero nunca pudo regresar a la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas de la que había salido, porque ese país había dejado de existir.