lunes, 28 de febrero de 2011

El Cielo de las Mujeres


Este es el diálogo que habré de mantener cuando muera y me encuentre con Dios, San Pedro o el que sea que me lleve de paseo por un piso de nubes, haciéndome la dichosa recapitulación de mi vida.

— Hablemos de las mujeres que elegiste.

— ¡Elegí! ¿Qué has visto de mi vida para decir que estuve con las mujeres que elegí?

— Desde que rechazaste a varias, puedo inferir que elegiste al menos no rechazar a aquellas con quienes estuviste.

— Es cierto. Pero las muchas maneras que tuve de enfrentarme a una mujer se me agrupan en dos. La primera fue aceptar. No era la mujer que yo hubiera buscado, no me cerraba, por ningún lado o por algún lado, sin embargo bien porque estaba solo, porque se me presentaba la oportunidad, o bien porque los amigos me empujaron, acepté estar con ella. Esto siempre dio mal. Lo que en cada una de esas mujeres me prevenía de elegirlas, acabó ocupando todo el espacio y entonces me harté, me aburrí, me enojé y ya no pude seguir.

— ¿Y la segunda manera?

— La segunda fue ir por la mujer que me fascinó. Pudo ser cualquier mujer. Cuando la encontraba pensaba “esta tiene eso que me gusta”, aunque no sabía decir qué era. No es que no tuviera problemas, ¡estaba llena de cosas que me harían imposible la vida! Pero tenían algo que me subsumía, me absorbía, me encandilaba, hacía que nada más importara.

— ¿Con esas cómo te fue?

— No, no. Nunca conquisté una de esas mujeres.

— Pero qué infeliz.

— Sí. Pero, ¿no le pasa a todos lo que a mí?

— De ningún modo. Sólo a un puñado de idiotas sin remedio. No te merecés el Cielo de las Mujeres. Vas a andar solo, condenado a reencarnar en hombres que se casarán con las mujeres con quienes no supiste vivir.



viernes, 25 de febrero de 2011

Manuelita en el sillón presidencial


Está a todo trapo el Carnaval 2011 en el Uruguay.

El año pasado, la murga Agarrate Catalina tuvo la ocasión histórica de fetejar el triunfo de Pepe Mujica en las elecciones presidenciales, y lo hizo agarrándolo para la joda sin piedad.

Cantaron:

Cómprenle un auto,
por Dios lo pido,
y echen a la volqueta ese Volkswagen todo podrido,
Múdenlo de esa chacra,
viejo linyera,
eso no es una casa,
es una tapera.

Que alguien le pode ese bigote,
Los pelos de la oreja, los de la ñata y los del cogote.
Que alguien le queme
Las alpargatas
Y le dé una perrita
Que al menos tenga
Las cuatro patas.

La perrita es Manuelita, que completa la imagen zaparrastrosa de Mujica con una pata de menos. La murga canta que Manuelita tiene conciencia social. Explica que:

Cuatro patas es una ostentación
Y según su convicción,
Tener cuatro es de burgués
Si podés vivir con tres
¡Muerte al perro con mantita!
¡Oligarca pekinés!

Le anticipa a Manuela que:

Vas a usar como tu cuchita
El sillón presidencial





Causaron un poco de revuelo otro versos, muy agresivos, pero en general el público gozó con el cuplé “Civilizar al Pepe Mujica”.
Casi un año antes, durante la campaña electoral, Mujica pronunció en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo este discurso a los intelectuales.

Queridos amigos:
La vida ha sido extraordinariamente generosa conmigo.
Me ha dado un sinfín de satisfacciones más allá de lo que nunca me hubiera atrevido a soñar.
Casi todas son inmerecidas. Pero ninguna más que la de hoy: encontrarme ahora aquí, en el corazón de la democracia uruguaya, rodeado de cientos de cabezas pensantes.
¡Cabezas pensantes! A diestra y siniestra.
Cabezas pensantes a troche y moche, cabezas pensantes pa’ tirar pa’ arriba.
¿Se acuerdan de Rico Mac Pato, aquel tío millonario del pato Donald que nadaba en una piscina llena de billetes?
El tipo había desarrollado una sensualidad física por el dinero.
Me gusta pensarme como alguien que le gusta darse baños en piscinas llenas de inteligencia ajena, de cultura ajena, de sabiduría ajena.
Cuanto más ajena, mejor.
Cuanto menos coincide con mis pequeños saberes, mejor.
El semanario BÚSQUEDA tiene una hermosa frase que usa como insignia:
“Lo que digo no lo digo como hombre sabedor, sino buscando junto con vosotros”.
Por una vez estamos de acuerdo.
¡Si estaremos de acuerdo!
Lo que digo, no lo digo como chacarero sabiondo, ni como payador leído, lo digo buscando con ustedes.
Lo digo, buscando, porque sólo los ignorantes creen que la verdad es definitiva y maciza, cuando apenas es provisoria y gelatinosa.
Hay que buscarla porque anda corriendo de escondite en escondite.
Y pobre del que emprenda en soledad esta cacería.
Hay que hacerlo con ustedes, con los que han hecho del trabajo intelectual la razón de su vida. Con los que están aquí y con los muchos más que no están.

Si miran para el costado van a encontrar seguramente algunas caras conocidas porque se trata de gente que se desempeña en espacios de trabajo afines. Pero van a encontrar mucho más caras que les son desconocidas, porque la regla de esta convocatoria ha sido la heterogeneidad.
Aquí están los que se dedican a trabajar con átomos y moléculas y los que se dedican a estudiar las reglas de la producción y el intercambio en la sociedad.
Hay gente de las ciencias básicas y de su casi antípoda, las ciencias sociales; gente de la biología y del teatro, y de la música, de la educación, del derecho y del carnaval.
Y en tren de que no falte nada, hay gente de la economía, de la macroeconomía, de la microeconomía, de la economía comparada y hasta alguno de la economía doméstica.
Todas cabezas pensantes, pero que piensan en distintas cosas y pueden contribuir desde sus distintas disciplinas a mejorar este país.
Y mejorar este país significa muchas cosas, pero desde los acentos que queremos para esta jornada, mejorar el país significa empujar los complejos procesos que multipliquen por mil el poderío intelectual que aquí esta reunido.
Mejorar el país, significa que dentro de veinte años, para un acto como este no alcance el Estadio Centenario, porque al Uruguay le salen ingenieros, filósofos y artistas hasta por las orejas.
No es que queramos un país que bata los récords mundiales por el puro placer de hacerlo.
Es porque está demostrado que, una vez que la inteligencia adquiere un cierto grado de concentración en una sociedad, se hace contagiosa.

Si un día llenamos estadios de gente formada va a ser porque afuera, en la
sociedad, hay cientos de miles de uruguayos que han cultivado su capacidad
de pensar.
La inteligencia que le rinde a un país es la inteligencia distribuida.
Es la que no está sólo guardada en los laboratorios o las universidades, sino la que anda por la calle.
La inteligencia que se usa para sembrar, para tornear, para manejar un autoelevador o para programar una computadora.
Para cocinar, para atender bien a un turista, es la misma inteligencia.
Unos subirán más escalones que otros, pero es la misma escalera.
Y los peldaños de abajo son los mismos para la física nuclear que para el manejo de un campo. Para todo se precisa la misma mirada curiosa, hambrienta de conocimiento y muy inconformista.
Se termina sabiendo, porque antes supimos estar incómodos por no saber.
Aprendemos porque tenemos picazón y eso se adquiere por contagio cultural, casi cuando abrimos los ojos al mundo.
Sueño con un país en el que los padres le muestren el pasto a los hijos chicos y le digan: “¿Sabés qué es eso?, es una planta procesadora de la energía del sol y de los minerales de la tierra”.
O que les muestren el cielo estrellado y hagan piecito en ese espectáculo para hacerlos pensar en los cuerpos celestes, en la velocidad de la luz y en la transmisión de las ondas.
Y no se preocupen, que esos uruguayos chicos igual van a seguir jugando al fútbol. Sólo que, en una de esas, mientras ven picar la pelota puedan pensar a la vez en la elasticidad de los materiales que la hacen rebotar.

Había un dicho: “No le des pescado a un niño, enséñale a pescar”.
Hoy deberíamos decir: “No le des un dato al niño, enséñale a pensar”.
Tal como vamos, los depósitos de conocimiento no van a estar más dentro de nuestras cabezas, sino ahí afuera, disponibles para buscarlos por Internet.
Ahí va a estar toda la información, todos los datos, todo lo que ya se sabe.
En otras palabras, van a estar todas las respuestas.
Lo que no van a estar es todas las preguntas.
En la capacidad de interrogarse va a estar la cosa.
En la capacidad de formular preguntas fecundas, que disparen nuevos esfuerzos de investigación y aprendizaje.
Y eso está allá abajo, marcado casi en el hueso de nuestra cabeza, tan hondo que casi no tenemos conciencia. Simplemente aprendemos a mirar el mundo con un signo de interrogación, y esa se vuelve la manera natural de mirar el mundo.
Se adquiere temprano y nos acompaña toda la vida.
Y sobre todo, queridos amigos, se contagia.
En todos los tiempos, han sido ustedes, los que se dedican a la actividad intelectual, los encargados de desparramar la semilla.
O para decirlo con palabras que nos son muy queridas: ustedes han sido los encargados de encender la admirable alarma.
Por favor, vayan y contagien.
¡No perdonen a nadie!
Necesitamos un tipo de cultura que se propague en el aire, entre en los hogares, se cuele en las cocinas y esté hasta en el cuarto de baño.
Cuando se consigue eso, se ganó el partido casi para siempre. Porque se quiebra la ignorancia esencial que hace débiles a muchos, una generación tras otra.

Necesitamos masificar la inteligencia, primero que nada para hacernos productores más potentes. Y eso es casi una cuestión de supervivencia.
Pero en esta vida, no se trata sólo de producir: también hay que disfrutar.
Ustedes saben mejor que nadie que en el conocimiento y la cultura no sólo hay esfuerzo sino también placer.
Dicen que la gente que trota por la rambla, llega un punto en el que entra en una especie de éxtasis donde ya no existe el cansancio y sólo queda el placer.
Creo que con el conocimiento y la cultura pasa lo mismo. Llega un punto donde estudiar, o investigar, o aprender, ya no es un esfuerzo y es puro disfrute.
¡Qué bueno sería que estos manjares estuvieran a disposición de mucha gente!
Qué bueno sería, si en la canasta de la calidad de la vida que el Uruguay puede ofrecer a su gente, hubiera una buena cantidad de consumos intelectuales.
No porque sea elegante sino porque es placentero.
Porque se disfruta, con la misma intensidad con la que se puede disfrutar un plato de tallarines.
¡No hay una lista obligatoria de las cosas que nos hacen felices!
Algunos pueden pensar que el mundo ideal es un lugar repleto de Shopping centers.
En ese mundo la gente es feliz porque todos pueden salir llenos de bolsas de ropa nueva y de cajas de electrodomésticos…
No tengo nada contra esa visión, sólo digo que no es la única posible.
Digo que también podemos pensar en un país donde la gente elige arreglar las cosas en lugar de tirarlas, elige un auto chico en lugar de un auto grande, elige abrigarse en lugar de subir la calefacción.
Despilfarrar no es lo que hacen las sociedades más maduras. Vayan a Holanda y vean las ciudades repletas de bicicletas. Allí se van a dar cuenta de que el consumismo no es la elección de la verdadera aristocracia de la humanidad. Es la elección de los noveleros y los frívolos.
Los holandeses andan en bicicleta, las usan para ir a trabajar pero también para ir a los conciertos o a los parques.
Porque han llegado a un nivel en el que su felicidad cotidiana se alimenta tanto de consumos materiales como intelectuales.
Así que amigos, vayan y contagien el placer por el conocimiento.
En paralelo, mi modesta contribución va a ser tratar de que los uruguayos anden de bicicleteada en bicicleteada…

Les pedía antes que contagien la mirada curiosa del mundo, que está en el
ADN del trabajo intelectual.
Y ahora agrando el pedido y les ruego que contagien inconformismo.
Estoy convencido que este país necesita una nueva epidemia de inconformismo como la que los intelectuales generaron décadas atrás.
En el Uruguay, los que estamos en el espacio político de la izquierda somos hijos o sobrinos de aquel semanario Marcha del gran Carlos Quijano.
Aquella generación de intelectuales se había impuesto a sí misma la tarea de ser la conciencia crítica de la nación. Anduvieron con alfileres en la mano pinchando globos y desinflando mitos.
Sobre todo el mito del Uruguay multicampeón.
Campeón de la cultura, de la educación, del desarrollo social y de la democracia.
¡Qué íbamos a ser campeones de nada!
Y menos en esos años, en las décadas de los cincuenta y sesenta, donde el único récord que supimos conseguir fue la del país de Latinoamérica que menos creció en veinte años.
Sólo nos superó Haití en ese ranking.
Esos intelectuales ayudaron a demoler aquel Uruguay de la siesta conformista.
Con todos sus defectos, preferimos esta etapa, donde estamos más humildes y ubicados en la real estatura que tenemos en el mundo.
Pero tenemos que recuperar aquel inconformismo y tratar de metérselo debajo de la piel al Uruguay entero.
Antes les decía que la inteligencia que le sirve a un país es la inteligencia distribuida.
Ahora les digo que el inconformismo que le sirve a un país es el inconformismo distribuido.
El que ha invadido la vida de todos los días y nos empuja a preguntarnos si lo que estoy haciendo no se puede hacer mejor.
El inconformismo está en la naturaleza misma del trabajo que ustedes hacen.
Se precisa que se nos haga a todos una segunda naturaleza.
Una cultura del inconformismo es la que no nos deja parar hasta conseguir más kilos por hectárea de trigo o más litros por vaca lechera.
Todo, absolutamente todo, se puede hacer hoy un poco mejor que ayer.
Desde tender la cama de un hotel a matrizar un circuito integrado.
Necesitamos una epidemia de inconformismo. Y eso también es cultural, eso también se irradia desde el centro intelectual de la sociedad a su periferia.
Es el inconformismo el que ha ganado el respeto a pequeñas sociedades y a lo que hacen.
Ahí andan los suizos, cuatro gatos locos como nosotros, que se dan el lujo de andar por ahí vendiendo calidad suiza o precisión suiza.
Yo diría que lo que de verdad venden es inteligencia e inconformismo suizos, ese que tienen desparramado por toda la sociedad.

Y amigos, el puente entre este hoy y ese mañana que queremos tiene un nombre y se llama educación.
Y mire que es un puente largo y difícil de cruzar.
Porque una cosa es la retórica de la educación y otra cosa es que nos decidamos a hacer los sacrificios que implica lanzar un gran esfuerzo educativo y sostenerlo en el tiempo.
Las inversiones en educación son de rendimiento lento, no le lucen a ningún gobierno, movilizan resistencias y obligan a postergar otras demandas.
Pero hay que hacerlo.
Se lo debemos a nuestros hijos y nietos.
Y hay que hacerlo ahora, cuando todavía está fresco el milagro tecnológico de Internet y se abren oportunidades nunca vistas de acceso al conocimiento.
Yo me crié con la radio, vi nacer la televisión, después la televisión en colores, después las transmisiones por satélite.
Después resultó que en mi televisor aparecían cuarenta canales, incluidos los que trasmitían en directo desde Estados Unidos, España e Italia.
Después los celulares y después la computadora, que al principio sólo servía para procesar números.
Cada una de esas veces, me quedé con la boca abierta.
Pero ahora con Internet se me agotó la capacidad de sorpresa.
Me siento como aquellos humanos que vieron una rueda por primera vez.
O como los que vieron el fuego por primera vez.
Uno siente que le tocó en suerte vivir un hito en la historia.
Se están abriendo las puertas de todas las bibliotecas y de todos los museos; van a estar a disposición, todas las revistas científicas y todos los libros del mundo.
Y probablemente todas las películas y todas las músicas del mundo.
Es abrumador.
Por eso necesitamos que todos los uruguayos y sobre todo los uruguayitos sepan nadar en ese torrente.
Hay que subirse a esa corriente y navegar en ella como pez en el agua.
Lo conseguiremos si está sólida esa matriz intelectual de la que hablábamos antes.
Si nuestros chiquilines saben razonar en orden y saben hacerse las preguntas que valen la pena.
Es como una carrera en dos pistas, allá arriba en el mundo el océano de información, acá abajo preparándonos para la navegación trasatlántica.
Escuelas de tiempo completo, facultades en el interior, enseñanza terciaria masificada.
Y probablemente, inglés desde el preescolar en la enseñanza pública.
Porque el inglés no es el idioma que hablan los yanquis, es el idioma con el que los chinos se entienden con el mundo.
No podemos estar afuera. No podemos dejar afuera a nuestros chiquilines.
Esas son las herramientas que nos habilitan a interactuar con la explosión universal del conocimiento.
Este mundo nuevo no nos simplifica la vida, nos la complica.
Nos obliga a ir más lejos y más hondo en la educación.
No hay tarea más grande delante de nosotros.

Queridos amigos, estamos en tiempos electorales.
En benditos y malditos tiempos electorales.
Malditos, porque nos ponen a pelear y a correr carreras entre nosotros.
Benditos, porque nos permiten la convivencia civilizada.
Y otra vez benditos, porque con todas sus imperfecciones, nos hacen dueños de nuestro destino. Aquí todos aprendimos que es preferible la peor democracia a la mejor dictadura.
En los tiempos electorales, todos nos organizamos en grupos, fracciones y partidos, nos rodeamos de técnicos y profesionales, y desfilamos frente al soberano.
Hay adrenalina y entusiasmo.
Pero después, alguien gana y alguien pierde.
Y eso no debería ser un drama.
Con unos o con otros, la democracia uruguaya seguirá su camino e irá encontrando las fórmulas hacia el bienestar.
Nos toque el lugar que nos toque, allí vamos a estar tratando de poner el hombro.
Y estoy seguro de que ustedes también.
La sociedad, el Estado y el Gobierno precisan de sus muchos talentos.
Y precisan aún más de su actitud idealista.
Los que estamos aquí, nos acercamos a la política para servir, NO para servirnos del Estado.
La buena fe es nuestra única intransigencia. Casi todo lo demás es negociable. Gracias por acompañarme.





miércoles, 23 de febrero de 2011

Skaters argentinos


Me explayé en este blog sobre la Plaza Houssay (http://bitcoraenba.blogspot.com/2010/12/la-plaza-liberada.html).

Agrego algo notable que observé el pasado domingo de febrero. Con asombro vi que el espacio de los skaters estaba tomado por pibes que jugaban al fútbol. Pensé que los skaters los iban a matar, pero entendí que eso sería imposible, porque ya deberían haberlos matado, tomando en cuenta que siempre, a cada hora del día hay una cantidad de skaters en el lugar. La otra posibilidad era que se hubieran presentado los futbolistas y hubieran corrido a los skaters. Son claramente tribus diferenciadas. Sin embargo, al acercarme me llevé la sorpresa de que el picado lo habían armado los mismos skaters. Skaters argentinos.


lunes, 21 de febrero de 2011

Crónica del Tercer Taller de Cuentos en el Sanmar


Había un pibe llamado Antel. En su tribu los chicos no se transformaban en hombres sólo porque llegaran a los 18 años, sino que tenían que pasar una prueba. Este Antel sabía desde chiquito que quien no superaba la prueba no podía ser jefe, ni casarse, ni tener armas, ni ir a la guerra. Al fin le llegó a él el momento de hacer la prueba. Primero lo desnudaron (estaban en Tierra del Fuego: hacía tanto frío que el agua de los charcos estaba congelada). Luego los hombres de la tribu hicieron dos filas y le dijeron que tenía que pasar corriendo por el medio y llegar al otro lado. El encaró y se metió entre las filas con todas sus fuerzas, porque ya sabía que le iban a dar patadas, trompadas, palazos, rodillazos y piedrazos, para detenerlo. Si no podía llegar, porque era débil o tenía miedo, no sería hombre.
Le dieron una paliza despiadada. Se cayó varias veces, llegó con todo el cuerpo lastimado, sangrando, con huesos rotos. Del otro lado, lo esperaba el jefe de la tribu, que lo rapó y mandó que tres forzudos lo llevaran a una cueva. La cueva estaba muy lejos; llegaron después de caminar durante dos días. Antel se quedó en la cueva, que era poco profunda y estaba en una barranca muy alta que daba al mar. El viento se metía en la cueva y se llevaba todo lo que había. Si quería ser hombre, Antel no podía volver antes de diez días. Se quedó solo, desnudo y sin algo que comer.
El hambre, el frío, la soledad, la oscuridad a la noche casi lo matan. Un día escuchó ruidos y creyó que los hombres de la tribu habían ido a pegarle. Pero no vio nada y los ruidos cesaron. Sin embargo, esa misma noche escuchó nuevamente piedras que caían por la barranca, hojas que se agitaban y murmullos que no sabía de qué animal eran. Los ruidos le causaron terror. Sintió que cualquier cosa que fuera que los provocaba, llegaría hasta él y lo destrozaría y comería. Quiso correr, pero la oscuridad le impedía ver siquiera el piso. Se quedó acurrucado, lleno de pánico, esperando que llegara lo peor. Sin embargo, cuando empezó a notar que aparecería la claridad del día, se dio cuenta de que ya no escuchaba los ruidos. Poco después se quedó profundamente dormido.
Al despertarse, la claridad del día le impidió abrir los ojos. Cuando finalmente pudo hacerlo, sus ojos vieron antes que él un zorro. Estaba a unos metros, mirándolo con la mirada más fija e inteligente que había visto en su vida. Entonces recordó algo que le dijo el jefe de la tribu mientras le cortaba el pelo: “si tu espíritu es fuerte, atraerás un animal. Si aún es más fuerte, evitará que el animal te devore. Si no te devora, el rasgo más importante de ese animal entrará en vos y lo conservarás toda tu vida. Si apareciera una ballena, podrás obtener de ella la invencibilidad; si un albatros, podrás andar por todo el mundo; si apareciera un puma, tendrás la fuerza; si apareciera un zorro, tendrás la astucia y si apareciera una serpiente, tendrás poder sobre la vida y la muerte de los demás”.
Antel miró al zorro a los ojos. Ambos se sostuvieron la mirada, sin moverse, en silencio, durante mucho tiempo. Al final, los dos tenían la misma mirada astuta, inquieta y autosuficiente, un poco burlona e inclemente. Súbitamente el zorro miró hacia otro lado y desapareció corriendo. Antel miró en la dirección en que había mirado el zorro y al rato vio aparecer a los hombres que lo habían llevado hasta allí. Cuando llegaron a la cueva le dieron de comer y le preguntaron si estaba listo para volver como un hombre. Él les dijo que sí y regresaron.


Ángeles

Esta es la historia que contamos al principio del tercer taller en la biblioteca del Sanmar. Ya habíamos visto a los chicos ese día porque al recibirnos la Directora nos pidió que diéramos una mano para repartir los regalos del Día de Reyes. Los chicos tuvieron regalos de Navidad, Año Nuevo y para Reyes recibieron un par de ojotas y un desodorante.
Mi madre no se priva del gusto de hacerme un regalo cada vez que puede, apelando a todas las fechas, inclusive el Día del Niño –estoy cumpliendo el medio siglo. Regalarle algo a una persona porque es un chico es síntoma de amor que desborda. Es hacer chico, hacer crío, hacer Hijo Mío. Y lo específico del regalo, del don, es que no es prenda de pago, prescinde del intercambio, se entrega sin pedir otra cosa a cambio. Te doy porque quiero, no porque seas un niño y no me importa que cumplas años. Ese desborde es potente en la Directora y es lo que subyace y nutre la conducta de guardias, operadores y el resto de la planta del Sanmar.
Este amor a los críos trata de compensar la lluvia de fierrazos que les ha tocado en suerte a estos pibes, desde nacer en la pobreza hasta la decisión del juez que ordena encerrarlos. El Sanmar opera la tutela que el Estado tiene sobre los chicos a través de un juez. O sea, parte de la Patria Potestad de los chicos la tienen las personas que los atienden en el Sumar: son papás y mamás con decidida arrogación de derechos, para decirle a los chicos “no”, o para regalarles algo el Día de Reyes. Para decirles “sos chico. Sos inocente, en el fondo sos un ángel. Todo humano es un hijo. Todo humano necesita ser querido y es redimido por el amor”.
Los chicos responden como los chicos mimados. Se meten bajo la pollera y se aprovechan un poco y se hacen caprichosos un minuto. Esto se toca con la posición mendicante que saben usar los sectores sociales más explotados, a los que pertenecen los chicos del Sanmar: porque somos pobres, los ricos tienen la obligación de darnos. Nos deben porque ellos tienen y nosotros no. Deben darnos sin que hagamos nada más a cambio, porque lo que tienen es nuestro salario que nos robaron. Estoy de acuerdo con lo que en esta postura hay de sentido de reparación y justicia social, pero creo que en general no se presenta como una actitud revolucionaria. Al contrario, no se reniega de un esquema de pobres y ricos, sino que se quiere ser rico, según las figuras del rico que presentan los que van ganando la batalla de los imaginarios de los personajes de la novela social. El anhelo no es todos iguales, sino que yo, en lugar de ser pobre, quiero ser rico y no me importa que eso requiera la existencia de masas de pobres.
El niño y el pobre, en fin, se encuentran en el ser víctimas. Cuando Sebastián, uno de los operadores, entra con botellas de Coca Cola llenas de agua, uno de los chicos le pide agua, del modo en que se pide en la calle, a alguien que pasa, cualquier cosa: “¿me da una moneda, amigo”, “¿me da la Coca?”, aunque sea “¿me dice la hora?” Sebastián camina hasta el pibe y le da la botella. El pibe la mira, hace una pausa mostrando que la mira y la descalifica, “eh, ¡es agua de la canilla!”


Síndrome

En una charla antes del taller, la Directora nos pidió que hiciéramos la lista de los chicos que queremos que participen. Si pidiéramos a todos los que vinieron hasta ahora, serían diez chicos. Las diferentes experiencias nos indicaron que alrededor de ocho es el número que permite el mejor trabajo; diez son muchos, sobre todo cuando estamos pensando en dividir el grupo de ocho en dos. Pero queremos a todos. Pedimos que venga Kevin, el que me amenazó y juró que jamás escribiría. Nos agarró ese síndrome de descuidar la manada de ovejas obedientes por la única descarriada. Con su hostilidad, Kevin se jugó a pedirnos que lo quisiéramos, más allá de él, pasando por arriba de su rechazo. Sentimos que estaba con las llagas abiertas y no nos resultaba fácil descartarlo.


Johnny, José, Claudio, Juan Carlos, Emiliano

Mencionamos a Johnny; nos cuentan que festejó Año Nuevo con su familia y le explotaron fuegos artificiales encima y tuvo quemaduras graves. Hubiera querido estar en la charla entre el padre o la madre y el juez que tiene el tutelaje.

En el taller, José, como la semana pasada, escribe sin hacer problema. Escribe, irreprochablemente, pero lo hace como un trámite. Paga el precio por lo que provocó que lo encerraran; escribe como quien pica piedras. Es más económico hacer lo que te dicen que rebelarte. No te fajan, no te castigan, no te rompen las bolas. Salís antes por buena conducta. Lo que José valora de sí no lo juega en el taller, sólo da al César lo que es del César. Hemos de tocarle alguna de las cuerdas vitales.
En el taller anterior José escribió la historia del Gauchito Gil a dúo con Juan Carlos. Otro fan del Gauchito Gil es Claudio, quien en los dos primeros talleres no quiso hacer otra cosa que dibujar a su ídolo. Este jueves, sin embargo, se apura a decir “yo escribí también, con José”. Probablemente me esté mintiendo, pero no es una mentira que me esté diciendo que había escrito. Y es un placer que José lo banque con decisión: “¡Sí, en serio! ¡Créanos!”
¿Y qué pasará con Claudio? ¿Habrá que crear una fórmula de redacción asociada?

Juan Carlos vuelve a escribir como una trompada. La consigna es: si te bancaras la prueba del indio, ¿qué animal se te aparecería y qué harías con el poder que habrías ganado? Juan Carlos escribe que tomó el poder invencible de una ballena, volvió al pueblo y mató al jefe que lo peló y a todos los indios que se formaron para pegarle.
Juan Carlos llega más profundamente que José, pero podría ir mucho más lejos. El taller de cuentos debe procurarle la posibilidad, incluso el entusiasmo, de hacerlo.

Paula, una de las directivas, visita el taller. Nos dice que con Emiliano, igual que con Oscar, quien vino al primer taller, se está trabajando la soberbia. Emiliano otra vez se pone por arriba del taller (la había calificado “esta gilada”) y se desparrama sobre la mesa para dormir –aunque cada tanto dice algo o hace un gesto para mostrar que está escuchando lo que se habla. Yo mando: me hago el dormido pero los escucho. Ustedes no saben cuándo estoy conectado. En un momento una inspiración me levantó, busqué un lugar donde hablar en privado y llamé a Emiliano. Vino. Antes de que me sentara, me atajó, “no me vas a psicologear”. Le dije que no lo entendía, le reiteré mi impresión de que es una persona que piensa mucho. Le recordé algo de la historia de la semana anterior, Adán y Eva en el Paraíso. “En esa historia, le dije, ¿sabés qué fue lo que se robaron cuando se comieron la manzana prohibida? Se robaron el pensamiento. Con el pensamiento podían inventar, podían hacer cualquier cosa. Antes eran como bestias, tenían una piedra dentro de la cabeza. Pero después pudieron pensar, igual que vos, que pensás mucho”.
De regreso en la mesa donde estaban todos, Emiliano no escribirá la historia, pero dibujará el nombre de un lugar. Sentiré que está afirmando algo suyo en oposición al taller y a la vez aflojando. Da sin terminar de dar, escribe sin escribir; está resolviendo qué hacer con la contradicción entre las ganas de escribir y la satisfacción de resistir.
Alimenta la tensión algo que sucedió al comienzo del taller. Loreley repartió hojas en que estaban transcriptas las historias que habían escrito en los dos primero talleres. “¿Y yo?”, preguntó Emiliano, con una pizca de angustia. Le explicamos que sólo le dábamos a quienes escribieron y le recordamos que él no había escrito nada, e incluso había roto las hojas que le dimos.

El escenario

En la reunión después del taller, en el cafecito en Baldomero Fernández Moreno y Malvinas Argentinas que ya se nos hizo sede, analizaremos lo que ha pasado con Loreley y Anahí. Llegamos a la conclusión de que hay mucha gente en el momento del taller. Somos demasiados los que no escribimos: además de nosotros, hay uno o dos operadores, dos o tres guardias y a veces llegan personas que desconocemos. A veces somos más los que no escribimos que los que escriben, con lo que la escena se asemeja más a un escenario en el que los chicos representan la obra de un taller de cuentos, que a un taller de cuentos. O al programa Gran Hermano. Paula nos sugiere que integremos a los demás. Debemos encontrar la manera de hacerlo.


Objetos de poder

Elegimos contar la historia del rito de iniciación para enganchar a los pibes hablándoles de sus asuntos: la edad, la iniciación, la soledad, el castigo, el aislamiento y de un objeto de poder. Loreley había notado la fijación con las pistolas. Mientras yo intentaba hablar de algo en el taller anterior ella escuchó una discusión intensa sobre la pistola 9 milímetros, si tenía recámera, cuántas balas cargaba… y en muchas de las hojas que encontramos al final de los talleres, en lugar de texto había pistolas dibujadas. No evitamos que hablen de lo que les interesa, al contrario, los alentamos a que escriban sobre ello, pero llevamos los temas a un nivel menos coyuntural. La pistola es reemplazada en el cuento por el poder que le otorgaría el animal que se aparecería a quien aguantara la prueba de hacerse hombre.


Juego

Me han crecido las dudas sobre la forma del taller. Temo que no sea útil para estos chicos. En charlas con diferentes personas, varias me sugirieron que conduzca a los chicos a algún jugar a escribir. No me convence. Entiendo la concepción de juego como proceso creativo a través del manejo de todas sus variables y alternativas, pero la dicotomía juego-trabajo me parece que va en la dirección de hacer de los chicos unos infradotados; como no pueden o, peor, no quieren encarar un trabajo, entonces se lo presentamos como un juego. Que la actividad resulte un juego, o que los chicos la encaren jugando me parece perfecto, pero que nosotros planteemos escribir como un juego me parece aniñarlos, quitarles responsabilidad y no permitirles entender que escribir es un asunto que revuelve toda la vida de las personas.


Para qué sirve el fuego robado

Venimos diciendo que el objetivo del taller de cuentos, lejos de adaptar a los chicos a la sociedad, lejos de recortarles lo que tienen de propio para que entren en las cajitas previstas, lejos de convencerlos de que deben ser hombres de bien, o sea, buenos negros, al contrario de todo ello, queremos que se roben el fuego. Hablé de Prometeo, de Adán y Eva, del poder ganado de un animal. Pero ¿qué es ese poder? ¿No será otro valor burgués, como usar ropa de marca, ser dueño, hablar idiomas, pertenecer?
¿Para qué les sirve el fuego?
·   En el marco del taller, robar la manzana del Árbol de la Sabiduría les da a los chicos la satisfacción y todo lo demás que se deriva de haber producido: veo algo mío, algo que salió de mí.
·   Eso es escuchado, o sea lo que hay dentro mío es contenido por los demás.
Escribir sirve para sentir que las palabras tienen sonido. Escribiendo se crea música con las palabras.
·   Escribir es manejar un vehículo, volar. Quien se haga de la capacidad de escribir ganará el poder de fascinar.
·   También otorga los múltiples e insondables poderes de la inscripción. De un modo, es hacerse humano, en tanto ser inscripto en la realidad. La inscripción es modo humano de hacer la realidad objetivando la subjetividad.
·   Concede el poder del documento –enorme poder en la sociedad del Registro.
·   Y fundamenta el poder de la comunicación. Bienvenidos al siglo XXI.


Más

La Directora nos contó de una experiencia de talleres de cuentos que terminó con la edición de un libro: nos alienta a seguir. Nos dice que podemos hacer más de un taller, cuando le pregunto si puedo convocar voluntarios en nombre del Sanmar me dice que podemos hacer que los voluntarios pueden venir una tarde a conocer a los chicos y entrar en contacto con su realidad.


6 de enero de 2011




jueves, 17 de febrero de 2011

No habrá ninguna

Mi padre jamás me contó de él. ¿Quién fue, qué mujeres amó? Mucho más cerrados que mi padre para contar, son mis hijos para escuchar, y yo quiero decirles que conocí a esta mujer, y que fue ese cuento tremendo del tipo al que un ángel le dice que tiene el poder de llevarlo al Paraíso, pero le recomienda no ir porque la experiencia lo condenará a su regreso, a deambular sumido en la melancolía por el resto de su vida, comparando su miserable mundo con la infinita perfección que no tendrá.

Y algo de esa tragedia habitaba a Bárbara Mujica.

Era el Paraíso. El resto de los viejos coincidirá conmigo.





miércoles, 16 de febrero de 2011

Fragmentos de El segundo anillo de poder, de Carlos Castaneda


El Nagual (don Juan) es un demonio de ni sé qué época.

Hay alguna cosa allá, en aquella inmensidad, que está tirando de nosotros.

Yo sabía que mi amigo, su mujer, el dinero, su casa y la ciudad eran, tal como la casa de Porfirio, una visión. Sabía que una fuerza superior a mí me desintegraría en cualquier momento. Por lo tanto, me senté a aprovechar al máximo estar en compañía de mi amigo. Bromeamos y nos reímos. E imagino que fui divertido, alegre y encantador. Me quedé allí mucho tiempo, esperando el golpe; como no llegó, decidí partir. Agradecí a mi amigo el dinero y su amistad y me despedí. Me alejé caminando. Quería ver la ciudad por última vez, antes de que la fuerza me llevara consigo. Deambulé la noche entera. Caminé hasta los cerros que dominaban la ciudad y en el momento en que el sol nacía tuve una idea que me alcanzó como un rayo. Yo estaba de regreso en el mundo y la fuerza que me desintegrará estaba descansando y me dejaría un tiempo más aquí. Vería mi tierra y esta Tierra maravilloso un poco más aún. ¡Qué gran alegría, Maestro! Sin embargo, no podía decir que no hubiera disfrutado la compañía de Porfirio. Las dos visiones son iguales, pero prefiero la visión de mi forma y mi tierra.

Guía de cosas para contemplar, en orden:

Las hojas secas
Las pequeñas plantas
Los árboles
Los insectos
Las piedras
La lluvia
La distancia
Las nubes
El fuego
El humo
Las sombras
Las estrellas
El agua


sábado, 12 de febrero de 2011

Hola es contrarrevolucionaria

Matu: Mirá ese cartel.
Gonchu: De la revista Hola. Pero no se puede ver, le pegaron algo arriba.
Matu: ¡Ese, te digo!
Gonchu: ¿El de Hola?
Matu: ¡No! ¡El que pegaron encima!
Gonchu: Ah. Sí, claro, lo veo.
Matu: Es para que tomemos conciencia.
Gonchu:  ¿De qué?
Matu: De lo que está pasando. Y para que nos movilicemos.
Gonchu: Ah. Para que movamos las cachas.
Matu: Claro.
Gonchu: Pero ¿cómo, que movamos las cachas?...
Matu: ¿No leés? Ahí dice.
Gonchu: “Rompamos con Cristina”. Tenemos que romper algo con Cristina.
Matu: Sí.
Gonchu: Pero romper… ¿qué hay que romper?
Matu: Y ¿Para qué está el cartel? Ahí dice.
Gonchu: Sí, todo eso que dice. ¿Vos lo leíste?
Matu: No. Todavía no. Pero lo voy a leer.
Gonchu: Vos decís, pero no leés.
Matu: Cuando tenga más tiempo lo voy a leer. Es importante. Los que hacen esto la tienen re-clara. Pusieron carteles en todas partes. Trabajan como locos.
Gonchu: Sí, yo vi estos carteles por todas partes. Siempre los veo. Pusieron muchos, ¿no?
Matu: Por todas partes. Mirá allá, allá… Taparon todos los carteles de Hola.
Gonchu: En toda la ciudad, habrán tapado.
Matu: No sé si en toda la ciudad, pero todo alrededor de la facultad. Por esta avenida. Como una cuadra y media antes de la facultad, y toda la cuadra de la facultad, y para allá, otra cuadra.
Gonchu: Taparon todas las Hola.
Matu: Sí, tapan el Capitalismo.
Gonchu: ¿Qué es TPR?
Matu: Los que ponen los carteles.
Gonchu: Los TPR.
Matu: No. TPR, no “Los TPR”. No son una banda de música, es una Agrupación Política de Militancia.
Gonchu: ¿Quiénes son?
Matu: Es una sigla. Tupamaros, creo.
Gonchu: Y hay una llama.
Matu: La Sabiduría.
Gonchu: Como la de la estatua de la Libertad.
Matu: Y ese es el signo del Comunismo.
Gonchu: ¿Cuál?
Matu: Ese. 
Gonchu: ¿El del 4?
Matu:
Gonchu: ¿Por qué “4”?
Matu: Porque hay comunismo 1, 2, 3 y 4.
Gonchu: Ah, TPR es el número 4.
Matu: Claro.
Gonchu: Vamos TPR4, contra Hola.
Matu: Sí. Hay que tomar conciencia.


Gonchu: Vamos TPR4 con Cristina, a romper el capitalismo y la revista Hola.