Lo que no puede negársele al sector gobernante de la Argentina
de hoy, apoyado tan masivamente como fue apoyada la junta militar de 1976, es
que muestra las cartas.
De ningún modo reniega de su origen.
Con orgullo es la oligarquía a la que se refería Eva Perón.
Esteban Bullrich pertenece a la estirpe exterminadora de
indios y como ministro de Educación dijo con todas las letras que estamos en
una Nueva Campaña del Desierto.
La bestial ideología de la Civilización que es la
encarnación local de la fuerza con que se masacraron africanos, asiáticos,
americanos, allí donde se colonizaba, está cruda en los chicos que elegimos
para que nos gobiernen.
Entre sus laderos está Alejandro Rozitchner, quien ha
sostenido que el pensamiento crítico es un "valor negativo" enseñado
en las escuelas nacionales.
También dijo que es "ineficaz", pensando que la
educación debe darle a los chicos "algo que los haga más felices, capaces
y productivos".
En pleno modo autoayuda, este filósofo propone, en lugar del
pensamiento crítico, "que los docentes asuman el desafío de desarrollar el
entusiasmo de sus alumnos, las ganas de hacer, el interés por algo, las ganas
de avanzar y de crecer".
Si entre los intelectuales más unidimensionales hay quienes
han afirmado que el marxismo está superado, este ideólogo directamente lo niega
—muy a tono con la idea de que dejar atrás el pasado es suprimirlo.
La actial retracción mundial y argentina al momento de la
Reacción de Termidor pone la realidad social y política en alto contraste y
acaba haciéndonos comprender que todo pensamiento es crítico.
Personalmente tengo esa fe.
En mi formato, pensamiento, soberanía, libertad y
creatividad son partes de la misma cosa, y cuando se suprime una, se suprimen
las demás, en beneficio de alguna tiranía.
Todo es pensado, pero para tomar una actitud íntegra y
digna, es necesario que los pueblos, los grupos, las personas piensen a
propósito las cosas.
Es indispensable que se pongan a pensar.
La soberanía frente a la cosa, la libertad propia, tienen
como condición el pensamiento. Es lo que en algunos ámbitos se llama
empoderamiento.
Quien no piensa, deja que el pensamiento y la decisión la
tomen otros, y esos otros suelen tomar decisiones en su favor, y no necesariamente
en favor del pasivo.
Es desde este lugar que pienso en China.
No puedo pararme frente a China, mirarla, intentar
establecer un lazo con China, sin pensar en ella.
O sea, sIn tener un pensamiento crítico, una postura
crítica.
Sin embargo, una amiga me acusó de ser "un agente del
régimen comunista". Como me dolió, intenté comprender qué la llevaba a esa
conclusión.
La disculpé entendiendo que lleva en China un tiempo mayor
que puede soportar estar lejos de su casa en Argentina.
Conozco ese malestar. Puede ser fuerte, hasta violento. Uno
puede sentirse preso. Empieza a molestarle el cotidiano, lo que va empeorando
día a día, hasta que aborrece todo, odia todo.
El principal blanco del odio es el lugar, la
"cárcel": la comida, el clima, la gente, el Gobierno.
Y cuando una persona odia, se le abren grietas por donde
brotan los sentimientos, los prejuicios, las sensaciones e ideas más
reprimidas.
He notado en algunos norteamericanos, franceses e ingleses
que viven en China que el odio toma la forma del aborrecimiento del Gobierno
chino. La postura que nace del odio es la de criticar a China por falta de
democracia, de libertad, por atropello a los derechos humanos, no desde un
punto de vista crítico, sino gritando los slogans acusatorios más burdos
surgidos de los centros de propaganda que buscan la eficacia apuntando al
cerebro reptílico de la masa.
Entiendo esa postura en personas que no han decidido ponerse
a pensar, pero en boca de intelectuales, es algo que da pena y miedo.
Intelectuales a quienes había escuchado con convicción firme y argumentos
incontestables, desmantelar los slogans que ahora les hervía en la sangre al despotricar.
Peor aún, cuando los voceros de la necedad ya ni siguiera son
norteamericanos o europeos, sino latinoamericanos. Intelectuales que defieden ofuscados
ya no el interés de sus países, sino el de los poderes que sojuzgan a sus
países.
No veo que se pueda tener ante China otra postura que la de
un pensamiento crítico. Sin embargo, atacar a China desde la propaganda
norteamericana no es pensar China.
Con esas posiciones no se la critica, sino que se la
clausura, abdicando del pensamiento, y por tanto, de tener una opinión propia y
soberana.