Papá, ¿vos qué hiciste cuando le dispararon en la cara a Cristina?
Salimos del progreperonismo conservador, entramos al nazismo payasesco candidato a República bananera.
Los del progreperonismo conservador parecemos la gorilada contra Perón. Ante todo estamos indignados porque perdemos nuestros privilegios.
Los del progreperonismo conservador estamos anunciando el Big Crunch en Argentina de bronca porque perdemos nuestros cargos y negocios.
El ndrangheta Macri y el payaso bananero Milei es lo peor que le puede pasar a la sociedad que quiere trabajar y vivir en paz y a la sociedad que no le alcanza para llegar a oligarquía corrupta, pero el progreperonismo conservador está lejos de ser lo mejor que le puede pasar a todos.
Cargos, negocios; el progreperonismo conservador ¿qué queríamos, qué queremos conservar?
En 2004, 2005 desfilamos por los ámbitos donde se necesitaban funcionarios de todos los niveles, los recién estrenados kirchneristas: yuppies trasnochados, peronistoides de utilería, peronistas profesionales de la política, burgueses de izquierda huérfanos, hasta radicales.
Todos oportunistas, arribistas, ventajeros.
¿Cuántos de nosotros terminaron viviendo de kirchenristas? Muchos, pero no hablo de porcentajes, tanto por ciento de comunistas, tanto por ciento de La Cámpora, hablo de una actitud. Desde entonces los que ocupamos el poder fuimos creando un estado de cosas estático. “Ya está, ya llegamos. Esto es lo que queríamos desde el Felices Pascuas, esto es lo que quisimos mientras el Turco ganó todo. Ahora ya está”.
Era un estado recargado de nobleza. El mejor gobierno peronista después de Perón.
Las Madres allá arriba, el cuadro de Videla abajo.
La ocupación subiendo como un cohete, la pobreza viniéndose abajo a pique, kunitas, jubilación para todas las amas de casa, universidades y ciencia, obra pública, satélites y televisión digital directa, Paka-Paka y Canal Encuentro, escuelas, hospitales. Un sueño. Tablets para todos los pibes, para que no tuvieran que envidiar a los niños ricos.
Pero nos quedamos, y el statu quo consistía en convertir ese sueño en causas sociales de Palermo. Transformamos los derechos humanos en diversidad de géneros, veganismo, feminismo, cultura, todo bastardeado, reivindicaciones construidas como cutáneas, que nos daban el irresistible encanto de sentirnos europeos y que no ponían en riesgo el poder que habíamos ganado.
Nos hicimos los boludos incluso cuando nos dieron el tiro final que fue el disparo a Cristina en la cara.
Todo el coraje y la decisión de poner el cuerpo por la causa se puso a prueba entonces. Todo el coraje y el ímpetu llegó hasta cantar “Che gorila, che gorila, no te lo decimos más, si la tocan a Cristina, qué quilombo se va a armar”.
Estaba rodeada, Cristina, de los que nos habíamos cansado de cantar eso, cuando un criminal paquebote le disparó. Y nadie, nadie, no tres, ni dos, ni uno, atinó a tirarle una trompada, a tirarle el pelo, a escupirlo.
¿Sabía el tipo, que Cristina estaba rodeada de castrados que lo mirarían horrorizados y en estado de parálisis?
Quizás fue una reacción democrática. Quizás no fue pánico, sino una lección de convivencia pacífica y de defender la institucionalidad democrática y el estado de derecho.
Interesante es que desde entonces, en los 425 días desde el tiro, no hubo una calle cortada, una manifestación de una cuadra de gente, un cacerolazo en una esquina, en repudio por el magnicidio. Es notable que hasta se escribió un libro (“Muerta o presa. La trama violenta detrás del atentado”, de Irina Hauser), pero a Fernando Sabag Montiel ni le arañamos la cara.
Dejemos la salvajada de lastimar al atacante, ¿y la defensa a Cristina? Si yo fuera Cristina, ¿cómo me sentiría? Me rodean cientos de miles de mujeres, jóvenes, gente mayor, que se embelesan cuando me escuchan hablar, que cantan que me van a defender con gargantas poderosas, pero me ponen un tiro y ¿corren a esconderse debajo de la cama —en esa hora de crucifixión, pero luego siguieron, cada uno de los 425 días sin abrir la boca?
¿Qué no me harían mis enemigos, si cuando me matan, los que dicen que están conmigo huyen como ratas?
¿Qué defendían, qué defienden, qué no ponen en riesgo por defenderme a mí?
¿Qué queríamos, qué queremos conservar el progreperonismo conservador?
No pareciera que la defensa de los intereses de los más pobres.
Ni siquiera la satisfacción de las necesidades básicas de los más miserables.
Ni la materialización de los derechos, los anhelos, los sueños, de los argentinos.
Ni el poder de representarlos.
Ni liderarlos.
Ni siquiera escucharlos.
¿Para qué, entonces, tuvimos el poder?
¿Qué hicimos con el poder?
Dejamos que Alberto se lo entregara a los cipayos, al FMI, a Magnetto, a Macri, a “La Justicia”, a “El Campo”, sin hacer nada. Lo insultamos mirando una pantalla, escuchando la radio.
¿De verdad defendemos un salario, un cargo, negocios?
Obviamente que si fuera así, nos merecemos un ejército de mafiosos y payasos violentos desquiciados.
¿No hay nada más?
¿Somos una generación que nació castrada?
¿Una generación condenada a la pusilanimidad?
¿Esta impotencia, esta cobardía infinita, esta esterilidad es nuestro destino?
Tal vez habíamos naturalizado tanto el estado de cosas kirchnerista, que el gobierno de Milei nos parece irreal, una ficción, un sueño, una pesadilla.
Cristina y Alberto asumieron que su misión histórica era mantener la institucionalidad, es decir la defensa de la Constitución.
El rito de paso, su bautismo de madurez política, fue la instauración de la Democracia después de la dictadura del 76. Nacieron políticos como demócratas tal vez antes que como peronistas. El peronismo se podía perder, pero no se podía perder el estado de derecho.
La realidad política consistía en mantener la Democracia frente al embate del fascismo que impondría una dictadura.
Todo se podía perder, el Estado, el gobierno, el poder de consumo, la industria, la ciencia y la tecnología, la minería, el campo, la inversión extranjera, las empresas estatales, el turismo, la educación, la cobertura social, la salud pública, los negocios personales, hasta la lealtad, pero todo se podía recuperar, a condición de que no se perdiera la Democracia.
Con Democracia, todo era reparable, sin Democracia, nada. Sin Democracia era desapariciones, torturas, muertes.
La determinación fue indeclinable. Ganaron. El sistema tambaleó en el 2001, pero se evitó otra dictadura.
Y entonces, naturalizamos el estado de derecho. Luego, como todo lo que naturalizamos, ya no lo vemos. Perdemos por completo la consciencia de que nos puede faltar.
Así, ahora estamos ante algo que es peor que una pesadilla. Pesadilla es pensar que no podremos colarnos en la cola de las vacunas, pero ahora no sabemos nada.