Con Erica vivíamos
fumados. Éramos unos artistas. Y unos filósofos. Y era una pérdida de tiempo
como una avalancha. Pero algunas cosas quedaron: aunque nos separamos, después
nos quisimos siempre, bien, como se debe querer, deseando cada uno de corazón
el bien del otro. También nos quedó aquella idea de los vampiros humanos.
Eso surgió porque
habíamos leído una frase en latín, homo
homini lupus, el hombre es el lobo del hombre. Con los vahos de la
marihuana le dimos trillones de vuelta a esa idea apreciándola eternamente. Y
en un rapto de creatividad uno de los dos salió con homo homini vampire.
Nos aterraba
recurrentemente la idea de que una persona nos parasitara.
Dijimos que los
hijos son pequeños vampiros, absolutos cuando son fetos, y luego cada vez
menos, aunque algunos le chuparan la sangre a sus padres aún después de que
éstos hubieran muerto.
Y entonces dijimos
que aún así, así de espantoso, era más aceptable que un hijo vampirizara a sus
padres (después de todo, no le queda otra opción) a que los padres vampiricen a
los hijos. Y las dos cosas ocurren con la misma frecuencia.
Dijimos que los
padres vampirizan a los hijos de modos patentes, como los que los hacen
trabajar o los que los guardan solteros para que se ocupen de ellos en la vejez,
y luego fuimos entendiendo que las formas de este vampirismo se sofistican ilimitadamente.
Esta el vampirismo
para eludir la soledad y el vampirismo para sortear el envejecimiento.
Vampiriza a su hijo
el padre o la madre que lo quiere macho —él o ella quiere ser macho, o más
probablemente los dos, y obligan a su
hijo a cumplirlo.
Vampiriza a su hija
la madre que quiere que la nena sea una estrella pop a los cinco años —que la
nena cumpla su deseo frustrado de ser una estrella.
Es el vampirismo
del deseo.
En muchos casos, la
revancha del deseo frustrado.
El padre que grita
desaforado e insulta con palabras increíbles a su hijito al que ha metido a
jugar al fútbol, durante un partido.
El padre que le
dice al hijo maricón para aliviarse del bochorno de que su padre le dijera
maricón a él.
Quien quiere que sus
hijos sea lindos para ser lindo o linda.
Que sea
inteligente.
Aventurero.
Artista.
Seductor.
Serio.
Piola.
Profesional.
Buen amigo.
Duro.
Quizás llegamos a
entender que toda pretensión de usar a los hijos para que cumplan nuestras
aspiraciones sobre la base de que son una extensión nuestra es vampirizarlos.
Pobres chicos.
Válganse por sí mismos y déjenlos en paz.
No les arruinen la
vida.