martes, 26 de diciembre de 2017

Sobre forzar


Creo que hay una diferencia crítica entre incidir sobre la realidad esforzándose por cambiarla y por otro lado, tratar de forzarla.

Uno puede esforzarse por llevar las cosas lo más lejos adonde pueden llegar, porque rindan todo lo que pueden rendir, porque sean todo lo fértiles que pueden ser, porque se doblen todo lo que pueden doblarse, porque crezcan todo lo que pueden crecer.

En cambio, intentar forzarlas es pretender que las cosas den lo que no es su naturaleza dar.

La primera maniobra puede resultar, la segunda jamás.

Ahora, me parece interesante que por naturaleza, los mandatos que no salen del corazón, los ovarios, los huevos, las musas, Dios o algo así, digamos de adentro, pertenecen indefectiblamente a la segunda categoría.


lunes, 25 de diciembre de 2017

A veces de noche


— ¿Te acordás cuando hablábamos por teléfono y no podíamos cortar?
— Y vivíamos a dos cuadras.
— Sí. Eran las tres, las cuatro de la mañana.
— Y aún no podemos. No podemos cortar.
— Es nuestra historia.
— Es un poco triste.
— Sí.
— Un poco triste, y linda.

jueves, 21 de diciembre de 2017

Lectores


El ministro de cultura de Rusia, Vladimir Rostislavovich Medinsky, expuso en una cena que su tío bisabuelo Yury Nikolaevich Tynyanov llevó a cabo en 1922 una simple encuesta entre sus amigos escritores.
Sólo incluyó una pregunta: ¿Usted para quién escribe?

No reveló la identidad de los encuestados, pero reportó las repuestas.
Para nadie, dijo uno.
Más nihilistas, tres (dos hombres y una mujer): no me importa.
En el otro extremo, el de la ternura, una cantidad dijo: para mi persona amada.
Apuntando entre el corazón y la estructura, tuvo también recurrencia: para mi madre.
Ya apuntando al cenit, hacia el mundo del símbolo y la existencia, cuatro contestaron: para mi Padre.
En la misma dirección pero menos trágico, más lírico y naturalista, un poeta llegado de Siberia dijo: para los dioses.
Otro, más humano: para mis antepasados.
Un escritor intelectual confesó que había analizado el tema, y lo había escrito, precisó: para una platea. Incluso detalló quiénes estaban en la primera fila y quiénes en otras.
Otra fue más lejos. También había analizado qué le sucedía cuando escribía y meditado largamente en ello hasta hallar que escribía “para personas que tienen la misma entidad que las personas del sueño. En algún momento, durante el sueño o después, se tiene la certeza de quiénes son, pero sus identidades pueden ser cambiantes o no corresponder la persona que percibimos en el sueño con la de la vigilia”.

Las dos primeras respuestas, consignadas aquí, no respetaron la pregunta en cuanto al lector, pero todas, salvo una,  aceptaron al autor.
La excepción fue un anciano, “conocido por su mente díscola”, quien cuestionó al autor. “¿Quién soy yo para decir para quién escribo? Soy quien escribo, pero no asumo que sea el autor. No tengo idea de quién lo es, o de quiénes son, y mucho menos idea tengo de quiénes son sus destinatarios”.




Las locuras de chico y después, de grande


Yo tuve un primo loco.
No es que “tuve” porque se curó, sino que se murió.
Y estaba loco de verdad. Quiero decir, loco psiquiátrico. Que se murió culpa de su locura.
Nos criamos juntos. Cuando éramos chicos su locura era, por ejemplo, poner agua caliente en las cubeteras para meterlas en el congelador.
Pero cuando fue grande, después de tratar de matar a su madre, de estar internado en el manicomio y de volver a tratar de matar a su madre y al fin vivir solo porque la madre se murió, después de eso su locura era cultivar trigo en la terraza y pertenecer a una iglesia católica judía que estaba en Israel. Quería ayudar a la Humanidad.
Era loco como un mono pero era bueno.





miércoles, 20 de diciembre de 2017

Desastre de música


Mis amigos a quienes Bowie les afila la punta de los átomos y los deja en estado de sutileza infinita son a quienes más respeto cuando se habla de rock.
Ellos no aceptan jamás el rock mal tocado, mal cantado. El Pity Álvarez en general. Los alaridos de Janis Joplin. El bajo de Sid Vicius. La desafinación de Santi de Él mató a un policía motorizado.
Por otro lado, el viejo medio drogado de la línea de tren Retiro-Tigre, medio drogado o medio borracho, o mucho peor, que se hace el medio drogado o medio borracho, que está verano o invierno medio desnudo tocando una guitarra con dos cuerdas, sin saber jamás la letra, cayéndose, dándose contra los caños, las puertas del tren, los respaldos de los asientos y ya no pidiendo porque sabe que es tan desastroso que la gente quiere sólo que se vaya, ese semihumano me convence totalmente cuando toca rock and roll.
Obvio que no pega una nota, que escucharlo es doloroso, irritante, hartante. Pero es justamente ese desastre lo que mantiene al rock vivo, el haber reventado, el haber nacido afuera y volver afuera. Bowie es sublime, y llevó a la música donde nunca había estado, pero sin esta sangre escupida no habría habido Bowie.





domingo, 17 de diciembre de 2017

idealización de los indios

Amo a los indios porque intuyo que de ellos puedo aprender lo berreta  que es la verdad ante la magia de la maravilla y lo infinitamente vulgar que es poseer comparado con la aventura gloriosa de dar.


viernes, 15 de diciembre de 2017

Homo homini vampire


Con Erica vivíamos fumados. Éramos unos artistas. Y unos filósofos. Y era una pérdida de tiempo como una avalancha. Pero algunas cosas quedaron: aunque nos separamos, después nos quisimos siempre, bien, como se debe querer, deseando cada uno de corazón el bien del otro. También nos quedó aquella idea de los vampiros humanos.
Eso surgió porque habíamos leído una frase en latín, homo homini lupus, el hombre es el lobo del hombre. Con los vahos de la marihuana le dimos trillones de vuelta a esa idea apreciándola eternamente. Y en un rapto de creatividad uno de los dos salió con homo homini vampire.
Nos aterraba recurrentemente la idea de que una persona nos parasitara.
Dijimos que los hijos son pequeños vampiros, absolutos cuando son fetos, y luego cada vez menos, aunque algunos le chuparan la sangre a sus padres aún después de que éstos hubieran muerto.
Y entonces dijimos que aún así, así de espantoso, era más aceptable que un hijo vampirizara a sus padres (después de todo, no le queda otra opción) a que los padres vampiricen a los hijos. Y las dos cosas ocurren con la misma frecuencia.
Dijimos que los padres vampirizan a los hijos de modos patentes, como los que los hacen trabajar o los que los guardan solteros para que se ocupen de ellos en la vejez, y luego fuimos entendiendo que las formas de este vampirismo se sofistican ilimitadamente.
Esta el vampirismo para eludir la soledad y el vampirismo para sortear el envejecimiento.
Vampiriza a su hijo el padre o la madre que lo quiere macho —él o ella quiere ser macho, o más probablemente los dos,  y obligan a su hijo a cumplirlo.
Vampiriza a su hija la madre que quiere que la nena sea una estrella pop a los cinco años —que la nena cumpla su deseo frustrado de ser una estrella.
Es el vampirismo del deseo.
En muchos casos, la revancha del deseo frustrado.
El padre que grita desaforado e insulta con palabras increíbles a su hijito al que ha metido a jugar al fútbol, durante un partido.
El padre que le dice al hijo maricón para aliviarse del bochorno de que su padre le dijera maricón a él.
Quien quiere que sus hijos sea lindos para ser lindo o linda.
Que sea inteligente.
Aventurero.
Artista.
Seductor.
Serio.
Piola.
Profesional.
Buen amigo.
Duro.
Quizás llegamos a entender que toda pretensión de usar a los hijos para que cumplan nuestras aspiraciones sobre la base de que son una extensión nuestra es vampirizarlos.
Pobres chicos. Válganse por sí mismos y déjenlos en paz.

No les arruinen la vida.




viernes, 8 de diciembre de 2017

Nuevos efectos de la Virgen

En un momento de la vida, o en muchos, o siempre, nos preguntamos por qué una obra es una obra de arte o no. Qué hace que una pintura, por ejemplo una pintura abstracta, sea arte. "Qué diferencia hay con que la haya pintado un chimpancé?', "no es arte, es un mamarracho". 
Hay varios criterios para distinguir una obra de arte, todos demasiado subjetivos. 
Quizás el más demostrable por cuantitativo (todo lo cuantitativo parece más verdadero), aunque sin buena justificación, es el que inventó Kurt Vonnegut: "cuando hayas visto 10.000 cuadros, sabrás distinguir”.
Conocemos esa otra idea que postula que el arte se distingue porque te cambia la visión de las cosas. 
El personaje que hace Marlon Brando en Un tranvía llamado Deseo te transforma para siempre la imagen de los brutos.
Elvis te transforma para siempre la idea de la juventud.
Operación Masacre te refunda la Argentina.
Un cuadro de Mónica Castagnotto demuestra muy claramente la potencia de este criterio.
Después de verlo, ya no pude ver una imagen de la Virgen María sin ver una vagina, sin sospechar que el artista, artesano o devoto que la hizo tenía en su cabeza, consciente o no, la imagen de una vagina.
Veo la forma general, los pliegues, algunas muy tapadas, otras más desnudas, los velos-himen, los clítoris, algunas lloran, incluso sangran.
De ellas ha salido el Niño Jesús, Dios, la Gracia, lo Divino, la Vida.
En el Santuario de la Virgen del Rosario de San Nicolás hay una estatua que tiene a sus pies una concha, y no sólo eso, hay una pileta para bautizar a los niños y el cacharro para echarle agua también es una formidable concha.
Todo esto me parece jubiloso, lindo, tierno, y me cae muy bien y me parece muy pertinaz que la vagina se convierta en la parte venerable y mítica del cuerpo humano, incluso me gusta más que el cerebro o el corazón. El problema es que la Iglesia lo niegue, y más aún, monte en cólera contra quien lo ponga en evidencia, y quiera hasta suprimirlo.
Mucho más razonable me resultaría que el 8 de diciembre, día de la Virgen, todos los católicos gritaran "¡Viva la Concha!", pero ese grito está reservado al más bestial de los herejes.

Subí este post a mi blog en blogger (Efectos de una obra de Mónica Castagnotto, el 14 de junio de 2016), ahora veo que las fotos fueron censuradas. Como Castagnotto, como todos los periodistas y medios opositores en este momento.
Muy triste. 






miércoles, 6 de diciembre de 2017

Lista


No me importa hacer contacto más que para dar o recibir algo que tenga sentido.
Siento que se nos está agotando el tiempo que perder.
No tenemos más tiempo que para comer, jugar, dormir, coger y trenzarnos con los dioses.
Los perros son mis ídolos.