lunes, 16 de mayo de 2011

Cetro


Ved al orangután, que pasa de ser un tierno joven con unos ojos enormes plenos de inocencia, a un feo viejo con la cara que se ha ensanchado hasta hacerse un óvalo enorme, con los rasgos concentrados en el centro. Los ojos se le han hecho pequeñitos y no se dignan mirar a los demás.
Por seguir vivo, el orangután se ha ganado que lo miren a él. Lleva puesta una rotunda expresión de soberbia. Esos ojitos miran con altiva impertinencia, con astucia y sabiduría, e inteligencia. Nadie dirige sus pensamientos; él los gobierna y piensa lo que quiere.
El viejo orangután es impune, y para serlo es que porta aquel rostro tan feo, feo, feo, reconcentradamente feo. Es como si dijera he llegado a rey, puedo ser tuerto, deforme, maltrecho. Puedo ser como quiero. Tan feo como se me antoje. He llegado a rey con esta cara que causa impresión de tan fea que es. No he llegado porque fuera bonito, llegué siendo feo, ahora ustedes respetarán esta horrible cara gigante. Fíjense, dice con sus ojitos que no miran, cómo les parezco noble, grande, fuerte, capaz de ser temerario y en un segundo tan generoso que daría mi vida por defender a todos ustedes, a cualquiera de ustedes, sin dudarlo. Sientan cómo soy querible, cómo mi fealdad me hace querible. Sientan cómo sienten en su interior, ¡qué hermoso es tan feo! Mi fealdad no es mi perjurio: es mi cetro. Soy el rey feo, infinitamente más interesante, complejo y fuerte que un rey bello.








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