Con variantes, muchas veces escuché a un padre decir: “mi
hijo es un pelotudo, yo a su edad ya laburaba, ya tenía iniciativa, sabía lo
que quería, ya me hacía cargo de mi vida” —algunos idiotas van por “yo ya
fumaba, andaba con minas”...
Es la necesidad de ser superior al hijo, la autoconfesión
del complejo de inferioridad.
Invariablemente uno piensa: “y terminaste siendo un
pusilánime que dice estas cosas. Bien por tu hijo que te mira y piensa que si
te hace caso, va a terminar siendo la triste cosa que sos”.
Creo que conviene diferenciar entre el virus y el estado
de esta pandemia.
El virus y el brote que lo provocó podría haber desatado
diferentes escenas, y la actual escena mundial podría haber sido provocada por
otras causas.
Esta situación revela de modo potente muchas cosas que
estaban mal para la gran mayoría, empezando, claro, con los sistemas de salud
pública.
No era nada que no supiéramos, pero que ignorábamos,
porque es más soportable un horror sin fin que un fin horroroso, vivir sin
dignidad que morir dignamente.
Interesante, entonces, el estado de pandemia, que nos
somete al horroso suspenso de acabar muriendo sin dignidad.
En fin, que a esto hemos llegado, a este desastre que,
como al padre necio, nos quita completamente cualquier autoridad para decidir cómo
seguir, hacia dónde, con qué objetivos.
Si llegamos a una situación tan desastrosa, es difícil
que podamos encontrar una sola cosa que hiciéramos bien. Entonces, volver a
hacer todo como lo estábamos haciendo es sólo ir a preparar el próximo
desastre.
Nada queda en pie, ni la salud, ni el gobierno, ni la
economía, ni los modelos de urbanización, ni la educación ni la organización de
la sociedad, porque todo lleva a esta calamidad de la gente encerrada, sin
trabajo, con muchos de sus derechos suspendidos, lista para que el poder de los
gobiernos controlen cada aspecto de sus vidas, con pavor a enfermarse, y todo
como culminación de un proceso de explotación que fue acumulando en los siglos capital
concentrado, por un lado, y por otro una desigualdad que genera una pobreza
criminal hasta hacer indignas las vidas de las personas y de toda la sociedad.
Creo que hay permiso para no obedecer, ni respetar
absolutamente ninguna de las reglas, costumbres, estrategias y modos que venían
rigiendo nuestras vidas.
Por lo menos, así como están entre paréntesis nuestras
libertades de circulación, de reunirnos y otras, deberíamos poner entre
paréntesis el modo de vida que teníamos.
Volver corriendo a la misma vida que estábamos haciendo
no veo que sea otra cosa que acelerar el advenimiento de una nueva crisis que
destroce la vida de nuestros hijos, y además faltarle el respeto a todos los
que murieron solos en un hospital y luego fueron enterrados sin velorio ni
despedida.
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