Antes la gente le ponía al hijo de nombre Rubén Darío, así nomás, como si Rubén Darío hubiese sido un cantante de la música tropical, o un corredor de autos exitoso. Y no era uno, eran muchos Rubenes Daríos. En mi división había tres. Con uno, con el Gordo Rubén Darío, quedamos amigos. Un día me vino con la queja de que yo había salido con la Flaca Silvia.
— ¿Pero cuál es el problema, Gordo? ¿Te gusta, la Flaca?
Nunca me dijiste nada, boludo.
— Lo que pasa es que sale con todos mis amigos, y conmigo
no.
— ¿En serio?
— Y, como vos. Ahora anda con Rubén Darío.
— Sí, Rubén Darío Cejas. ¿Y vos le tiraste onda, le dijiste?
— Lo que pasa es que somos amigos.
— Los amigos también a veces se pueden poner de novios.
— No, no. No queremos perder nuestra amistad.
— Y bueno, entonces no te quejés.
— Pero ¿con todos mis amigos tiene que salir?
— No sé, no la volví a ver mucho.
— Es así. Amigo mío que conoce, se pone de novia.
— Sos como su proveedor de novios.
— Me da bronca.
— ¿Por qué?
— Nunca nada conmigo, nada, ni una teta, ni un piquito.
— Una amiga es un amigo con tetas, Gordo.
— ¿Y no me dijiste que a veces los amigos se pueden poner
de novios?
— Sí, cierto. Y, tirale onda.
— No, no, me va a sacar cagando. La puta madre.
— Mirá si está esperando.
— No, no queremos ser amigos siempre.
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