Delicia de película, “Marcello mio”.
Suyo Marcello, suya la película, de la hija de Mastroianni.
No es una ficción, no es un documental, no es una biopic, no es nada que haya existido.
Absolutamente inclasificable.
Incluso las relaciones entre las personas en la película son inclasificables.
Desde que una persona es ella misma, pero está hecha de otras, ¿cuánto tiene de sí y cuánto tiene de otros?
¿Se puede decir que la identidad (la clasificación) de Chiara es puramente Chiara, si tiene los rasgos de su padre —y su madre, en la película, le reprocha “tenés los gestos de tu padre, sí, pero también te me parecés”?
¿Cuánto es Chiara y cuánto es Marcello, y cuánto es Catherine?
Es necesario refugiarse en la clasificación, en la etiqueta, el nombre, qué soy.
Santi tenía a su papá y de repente me empezó a tener a mí, con quien su mamá tuvo otra hija. Muy chico ya filósofo, Santi me dijo “no sos mi papá, pero tampoco sos mi no papá. Sos mi Gus”.
Es una manera de vivir.
Vivir en crudo.
Nos resignamos a que nos pongan un rótulo —alumno, hipersensible, varón, periodista, chino, clase 62, soberbio, extranjero, vital.
Aceptamos que nos encierren en una categoría dentro de un cuadro —hermanos, amigos, socios, amantes, colegas, jefe-subordinado, cónyuges.
Pero no deberíamos dejar de sentir con la mano la arcilla fría y mojada que amasamos, que aún no tiene nombre, no tiene gobierno, no tiene vergüenza, no tiene juicio.
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