Un 19 de diciembre murió mi madre.
Se llevó más de la mitad de mí.
Como si un torpedo me hubiera arrancado parte de la cabeza, los brazos, un pulmón, casi todos los intestinos.
No soy el mismo desde que murió porque no soy entero.
Me falta la que me decía quién soy.
Nueve años después me sigue faltando.
En esto soy como el tango que llora por “la viejita”, o el siciliano que se quiere pegar un tiro cuando se entera de que la mamma e morta.
Lo que se fue de mí con su muerte no se regenera ahora que ya casi no siento su presencia.
Mi madre va muriendo.
La madre es criando.
La madre es cuidando.
La madre también es culpándote, vampirizándote, usándote, sujetándote.
La madre es queriéndote.
La madre es diciéndote quién sos.
La madre es deseando tu bien.
La madre, en fin, es una acción.
Un verbo entre ella y sus hijos, entre ella y su marido y sus hijos, entre ella y su madre, ella sus amigas.
Cuando muere la acción madre, la madre es el recuerdo que los demás tienen de ella.
La madre sigue viva presente en otros.
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