En este preciso momento va sentada a mi lado en el vagón del
subterráneo una chica bastante robusta, con unas piernas del grosor, cada una,
de un secarropas. Aunque lleva un pantalón fucsia muy ajustado, cuando se sentó
me ha desplazado y arrinconado en una mitad de mi asiento, habiendo tomado ella
la otra mitad, además del suyo entero. Sentados, mis ojos están a la altura del
nacimiento de sus prominentes pechos, cada uno de los cuales es mucho más
grande que mi cabeza. Tiene el pelo de un rubio luminoso, y tanta cabellera que
es como una nube dentro del vagón. Lleva las uñas cortadas rectas y pintadas de
blanco. Son tan gruesas que es evidente que están hechas de hueso.
Con sus dedos grandes como salchichas, trabaja sin cesar en
el teclado de su teléfono celular. Leo que le escriben: SIEMPRE ENQUILOMBAS
TODO.
Y es posible. Muy posible.