Eligio es constructor. Cuando construye encuentra el
sentido. No es cualquier cosa: encontrar o crear sentido es lo más importante
en su vida. Más aún, el sentido es esencial a su vida, desde que está vivo
porque encuentra sentido. Si no encontrara sentido, estaría muerto, por muy
vivo que estuviera su cuerpo biológico. De modo que encontrar sentido es para
él una fuente de dicha, pero también una necesidad. Pero sobre todo es una
fuente de dicha. Es una necesidad del modo que el pan es necesario para no
morir de hambre, pero el sabor y el aroma
infinitamente exquisito e íntimo del pan recién horneado pertenecen al
orden de la vida.
Dado que encontrar el sentido es indispensable para estar
vivo, Eligio construye para vivir.
Muchas cosas puede hacer bien, muchas cosas le salen mal o
no le salen, pero construir le apasiona. Mientras construye se abstrae del
resto del mundo, del resto de la vida, del resto de sí.
Mientras construye, Eligio es una sola cosa con la
construcción, y así se desengancha de la rueda del tiempo, de las miserias de
este mundo y de la muerte. Nada, hecho agua, en las aguas del puro sentido que
corren en las montañas de la Eternidad.
Lo mismo le da construir una jaula cuyas alturas fueran
surcadas por los cóndores y en el piso se extendieran selvas, bosques y
pantanos, que un castillo de piedras encastradas, acero y vidrio, cuyo interior
sólo tomara su forma perfecta cuando lo iluminara la luna llena, en lo alto de
un peñón de una isla desierta, y que una casita para luciérnagas hecha con hierro y mica. No hay ninguna
diferencia para él.
Tanto puede hacer una mansión en medio de un campo de cien
mil hectáreas, como una tapera junto a muchas otras, a orillas de un río. Como
a cualquier humano, a Eligio le gusta vivir bien, vestido con el mejor algodón
de Egipto, la mejor seda de Italia y la mejor gabardina de Manchester,
alimentándose de la gastronomía más exquisita, sana, y exótica, moviéndose en
los medios de transporte que adelantan el futuro con el súmmum de la
tecnología, coleccionando arte en que el alma humana ha brotado más perfectamente,
etc.
Por otra parte, nació Eligio con el don del entusiasmo.
Mucho lo alegra que sus amigos aparezcan montados en la caja de un camión y al
encontrarlo dando un paseo a pie le griten "¡arriba, Eligio!", o
salir en una excursión de pesca para atrapar tiburones, esquiar en una montaña
de Mongolia, irse a leer un libro la costa de una laguna o jugar un partido de
fútbol con unos extraños. Todo lo encara como una aventura.
Le lleva a Eligio el entusiasmo por todo, y le encanta vivir
como un maharajá, y sabe hacer esas cosas y cada vez que puede se da todos los
gustos, pero él ha descubierto que no radica en ello la sustancia de su vida,
no dice cuál es su nivel. Lo que de verdad lo hace vivir hasta llevarlo más
allá de la vida, hasta hacerla trascender, o hasta antes, al principio donde la
vida es creada, es construir cualquier cosa.
Uruguay, 1º de enero de 2013