Me hace mucha gracia, siento una vergüenza horrible y me da
una rabia infinita cada vez que alguien de mi generación despotrica contra los
jóvenes.
Ya es un clásico estar atacadísimos contra el celular.
Entrevistan a un rockero de ayer en un programa de radio. Se hace festejar por
los conductores contando sus excesos y locuras de "aquellas épocas",
y luego arremete: "a los jóvenes de ahora no les conocés la cara porque
están todo el día mirando para abajo, al celular". Así inaugura una serie
de acusaciones contra los jóvenes.
Obviamente se le podría ocurrir que los jóvenes no lo miran
a él porque están conectados con miles de personas, y además saben qué cara de
amargo reproche tiene en ese momento. Pero no se le ocurre porque quiere tener
qué reprocharle a los jóvenes, porque les tiene bronca y les teme.
Por otro lado, está el caso de mi madre. Desde que mi hija tiene
celular —se lo dimos hace seis años, cuando cumplió 12— mi madre, su abuela, se
queja de que la atiende "cuando quiere". Yo me siento un poco
responsable y le digo a mi hija que se deje de joder y atienda a su abuela,
pero de lo digo sin gran convicción y lejos de la angustia con que se lo dice
mi madre. Incluso creo que más bien refuerzo su punto de vista.
Esta semana, sin embargo, para mi sorpresa, cuando mi madre
me presentó su consabida queja de que "casi me muero: tu hija me
atendió", no lo dijo sufriente, sino feliz. Innovó. Y cuando le prometí
que le daría una paliza, me contradijo. "Yo ya me convencí de que los
chicos de ahora son así. Ellos manejan todo. No toman decisiones apuradas, no
actúan por culpa, no hacen nada hasta que están seguros. Te podés morir
rogándoles, pero ellos se mantienen en su criterio y no ceden. Y hacen bien. Yo
creo que son superiores. Son mejores que nosotros".
Recientemente ha habido reacomodaciones interesantes en la vida de mi madre. Se deshizo de sus propiedades, se buscó un novio, se operó las cataratas, se compró un auto, ahora sacó turno para rendir el examen para obtener la licencia de conducir. Me gratifica infinitamente que haya decidido vivir.
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