A mí me gustan los
bodegones, los bares viejos, hasta diría un poco sucios, por lo menos
polvorientos, con el mozo con una chaqueta bordó, que no te da charla, pero que
si le das charla, charla, pero a mi prima Zoe no, y entonces cuando vino a Buenos Aires no la llevé
ahí, fuimos a los lugares que ella prefiere, que yo no los entiendo, que
todos se llaman green algo, green esto, green lo otro, “go green”, “green it”,
green it… ¿qué es eso?, y todo es orgánico, vegano, saludable, 100% alguna
cosa, con los jugos que cuestan lo que cuesta un almuerzo en el bar de aquel
mozo de chaqueta bordó, con ensaladas de brotes de alguna planta misteriosa,
cremas de colores, y toda gente como ella, jóvenes, ropita nueva, bolsas recién
salidas del shopping, zapatitos limpios, caras frescas, gente mucho, pero mucho
más linda que allá en lo del mozo, donde están los judíos del barrio, algunos
tacheros que fuman cerca de la ventana abierta, tipos con panza, no como acá,
que los chicos tienen unos cuerpos atléticos, ninguno con pancita, con la barba
y el pelo arreglados en la barbería, todos con el corte de Messi, y yo no sé
qué hago ahí, comiendo una hamburguesa hecha con porotos y un jugo de zanahoria
con achicoria.
Pero voy a decir
una cosa de mi prima: es completamente honesta.
Cuando le observé
que si se dice ecologista me parecía que esos lugares no son muy ecológicos,
porque el fondo del problema de la ecología es el sistema capitalista, que extenúa
y transforma en basura el planeta para que los más ricos ganen más, y para eso
necesita el consumismo, y esos bares son la apoteosis del consumismo; cuando le
observé eso me respondió “¿quién te dijo que yo soy ecologista? Me gustan los
lugares trendy, me gusta estar saludable. Vos hablás del consumismo: me encanta
consumir”.
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