Uno de los planteos
más sólidos que dejan los Diarios de Emilio Renzi de Piglia es lo que dijo ¿Borges?
sobre el modo en que procede el pensamiento del argentino: esa reflexión, uno
al lado del otro, alrededor de un fogoncito, a la intemperie en medio de la
pampa, chupando un mate mientras miran el mismo horizonte tan lisamente cortado
contra el cielo como una línea de perfección cósmica. El pensamiento tiene todo
ese espacio, casi inabarcable, y todo ese tiempo, casi ilimitado, para
expandisrse. La conclusión más humilde es un reflejo de ese modo de
pensamiento: “el criollo es reflexivo”.
Y entonces el
escritor de esta tierra es reflexivo. Sarmiento entreveraba relatos y ensayos y
el gaucho Martín Fierro iba del duelo con el facón cuando se mamaba, a una
ontología profunda.
Posiblemente si
hemos crecido escribiendo aquí, el tema nos parezca tan natural que no lo
veamos. En todas partes hay escritores que no son reflexivos. No digo esas
maniobras de ser reflexivo a través de no parecerlo, escribiendo sólo acciones,
etcétera. Hablo de escritores que no pretenden plantear otra cosa que aquellos
que relatan. Incluso hay algunos escritores argentinos que escriben así (Roberto
Fontanarrosa, Guillermo Martínez), y resultan sorprendentes.
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