Hernán Terrizzano tiene una mente con hambre insatisfecha.
Ahora está
haciendo un juego con los caracteres chinos.
Juega con el lenguaje
chino.
Aprendemos
jugando.
¿Cómo, si no?
¿Obedeciendo?
¿Copiando?
¿Reverenciando?
Preferimos
aprender jugando.
Pero cuando he
hecho lo mismo, he sido amonestado con gravedad.
Por los chinos,
claro.
Pero también por
los profesores de idioma chino occidentales. Parece que lo primero que aprenden
es que con el idioma chino no-se-juega.
Igual que con la
comida, no-se-juega.
“Para los chinos,
lo trascendente es su Cultura. Esa es su religión”, me explicó el Profesor
Dragón, Maestro de Maestros.
Fue el más
paciente de todos. Escuchó toda mi larga disquisición sobre un signo que
significa aproximadamente envidia, integrando
los componentes agua, cabra, del otro
lado y persona. “Quizás significa que están cocinando una cabra, que es muy
sabrosa, pero que esta persona no puede comerla porque la están cocinando en
otro lugar, de modo que se le hace agua la boca”.
Cuando terminé me
observó que estaba bien mi vocación, pero que la cultura china es muy vasta,
que ya hace 600 años un hombre que aspiraba a ser ayudante de un funcionario
menor, de 6º o 7º rango, debía dar un examen vasto, recitando de memoria una
serie de libros interminables. Y eso, hace 600 años: ¿qué no debería conocer
hoy alguien para ganarse el derecho a especular sobre el idioma escrito?
“¿Lo conoces tú?”
En fin.
Es la crítica con
que se demuele a Pedro Ceinos (pero Pedro Ceinos tiene la seguridad en sí mismo que tienen los ibéricos, y ha seguido adelante y ha transformado su juego de exploración de los caracteres en un libro exitoso, y luego en otro).
Pareciera que las
situaciones de aprendizaje del idioma chino tienen como condición absoluta la
didáctica china.
A lo mejor
tenemos un problemita ahí.
Lo tenemos que
pensar nosotros, si queremos aprender y ellos, si quieren que lo aprendamos.
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