Hagamos eso de una aldea, un mundo.
La aldea tiene 100 habitantes, que equivalen a los de un país capitalista.
5 tipos tienen el 90% de la riqueza.
Emplean a 5 para que convenzan a todos cómo se debe vivir, qué está bien y qué está mal, quién es malo y quién es bueno, quién es lindo y quién feo, qué se debe desear, a quién se debe odiar, a quién hay que parecerse.
También emplean a otros 10, les dan armas y con los 15 someten a los 80 restantes, quitándoles casi todo lo que producen.
Los 5 poderosos desertifican, contaminan, extinguen casi todas las formas de vida e imponen ese modo de vivir a todos los demás.
Este estado de cosas no se queda así para siempre.
Entre los 80, los 10 armados, los 5 intelectuales, incluso entre los 5 poderosos, aparecen disconformes.
Estas resistencias pueden crecer hasta alcanzar una dimensión y potencia tal que hagan reventar el esquema.
Sin embargo, no siempre la resistencia termina en revolución.
Entre los disconformes pueden aparecer quienes culpen a los demás explotados por los desastres que causan los poderosos.
Se escucha: “nos estamos muriendo de calor por el calentamiento global, y eso se produce por el ganado. Todos los que comen carne son culpables”.
Con estas palabras, el tipo al que le sacan casi todo lo que produce y con lo poco que le queda hace un asado para el cumpleaños de su papá, además de ser explotado, tiene que sentirse culpable por lo que hacen los 5 de arriba.
Si la ecología no empieza por la distribución de las riquezas, es ecología de las petroleras.
Ecología sin justicia social es jardinería.
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