Se ha popularizado la idea de que el carnaval es bastante universal como evento que abre un paréntesis en el que la sociedad descomprime la tensión que le causan las reglas que la oprimen.
Las máscaras otorgan el anonimato necesario para cometer actos prohibidos sin ser identificado y así evitar cualquier castigo.
El alcohol y el estado de desenfreno mental colectivo libera a las personas de sus constricciones internas.
Las reglas se trasgreden poniendo patas arriba la realidad y entonces el mendigo es rey, el rey es humillado, y todos terminan siendo iguales.
Dios desaparece y el Diablo anda suelto, las personas liberan sus instintos, cumplen sus deseos reprimidos, descargan sus fuerzas que todo el año han contenido.
Es posible que esto haya ocurrido literalmente en algunas sociedades, en algunas épocas, pero hoy el carnaval está muy domesticado.
El cuestionamiento al poder a través de la burla puede ser más o menos ácido, pero respeta los tabúes. Ninguna murga se burlaría de cualquier asunto políticamente correcto, por ejemplo.
La desnudez de las mujeres ya no es transgresión.
El alcohol se limita a algunas personas.
Las agresiones físicas y el sexo están prohibidos. La ley no se depone en ningún sentido.
Los disfrazados, los bailarines, quienes expresan la transgresión se han transformado en un show, que es contemplado por una mayoría pasiva.
Sin embargo, en algunos carnavales, como el de Lincoln, algunos elementos perviven.
En Lincoln está el carnaval de los “autos locos”. La zona es de fanáticos del automovilismo y esa pasión se ríe de sí misma fabricando autos que hacen cosas imposibles, como uno que se parte en dos y cada parte anda por sí misma, o un tractor que se para sobre sus ruedas traseras y da giros como un trompo, o un Citröen que se convierte en un robot humanoide.
Por otro lado, aunque en Argentina ya está perfectamente naturalizado que las mujeres están casi desnudas en piletas y balnearios, las chicas y señoras que desfilan exhibiendo sus cuerpos y bailando de un modo un poquito orgiástico, tienen la llama provocativa del carnaval primigenio.
No son vedettes o modelos profesionales contratadas para que desfilen, sino que son la chica que atiende en el patronato de los exconvictos, la profe de gimnasia, la señorita de la caja de supermercado, la dueña del salón de belleza. Y desfilan con mallas de mujeres, embardunados con aceite perfumado, felices y con una feminidad poderosa, los homosexuales del pueblo.
Ver en esas condiciones a las personas con quienes uno trata en el cotidiano, produce una conmoción, trastoca las relaciones para siempre, cambia el concepto de las personas que están desfilando, bailando o mostrando las carrozas que hicieron.
“Vi tu otro lado, tu lado oculto”.
“Y yo vi que me viste”.
Un toque de la liberación del carnaval.
Liberación del diablo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario