Sara tiene cosas tan geniales.
Tuvimos que se separarnos sin que se hubiera agotado lo que había entre
nosotros.
Y separados, sigo viviendo cosas que alargan lo que tuvimos juntos.
"Nosotros hemos muerto, pero el cerezo de nuestro jardín sigue floreciendo
cada primavera".
Una vez Sara vio a una chica que iba por la calle de una
ciudad grande.
Caminaba por la vereda, una vereda muy concurrida, atestada de personas que
iban apuradas, seguramente trabajaban, llegaban tarde.
La chica, en cambio, iba como una zombie, como si caminara porque una vereda es
para caminar.
Iba llorando.
Sara se paró, de acercó a ella y a un paso de distancia le preguntó algo.
La chica le respondió, Sara se acercó más, le tocó el brazo y la chica le habló
más.
Hablaron, y en un momento Sara me pidió que yo siguiera, que ella me alcanzaría
más tarde. Comprendí que acompañaría a la chica a algún lugar.
Toda la escena me quedé de una pieza.
Al igual que las decenas de personas que iban y venían por la vereda, jamás se
me hubiera ocurrido detenerme.
Algo tan simple y tan humano, como detenerse si uno ve a alguien que llora y
preguntarle qué te pasa.
Sigo amando a Sara por esas cosas.
He rogado encontrar a alguien llorando para detenerme, acercarme y ponerme a su
disposición.
Aún no me ha pasado, pero no pierdo las esperanzas.
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