Era una de esas situaciones en que se generan varias charlas en medio de un grupo. En vez de que cada uno hable por turno y los demás escuchan, se llena de charlas cruzadas, de a dos, de a tres, uno sale de una charla y se mete en otra; ese cotorreo en que el ruido impide reflexionar y sólo se dicen cosas que se dicen siempre. Fue en ese despelote que me escuché decirle a una de las chicas, con la que teníamos una conversación de a dos, tratando de hablar más fuerte que los demás para escucharnos, que con mis hijos terminados de criar, sólo me quedan unas últimas tareas pendientes y que en cuanto las termine, me voy a ir.
A duras penas pude pensar, entre los gritos, que aún estoy muy bien, que puedo dar bastante vida, pero me respondí que ese argumento no es válido porque la muerte no deja de existir porque una persona tenga aún mucho para dar, salvo que esté muy decrépita, y entonces ya no está en posición de decidir irse, con lo cual su vida resulta un infierno para sí misma y para los demás.
En ese momento, en el momento en que dije que me iba a ir, decidí irme.
Fue como si se hubiera abierto la puerta y apareciera un hombre desconocido, pero a la vez inexplicablemente familiar.
Es una decisión que me lleva a asomarme a un lugar muy diferente. Desde allí, muchísimas cosas ya no me importan. Me resultan un trabajo inútil, en el sentido de construir proyectos que no terminaré. O en el sentido de trabajos que hago porque estoy en el medio de un movimiento, no porque tengan sentido para mí.
¿Para qué tanto afán?
¿Para qué tanta ambición?
¿Para qué cualquier ambición?
¿Para qué el deseo?
¿Para qué invertir en una carrera, si ya estoy en los últimos metros?
Ideas como disfrutar la vida, la resiliencia, la felicidad, honrar la vida, me parecen mandatos vacíos.
Miro alrededor las cosas de mi departamento. Hay pocas cosas para ahora: casi todo es para el futuro. Libros que leeré y releeré, documentos que guardo para cuando los necesite, ropa que seguiré vistiendo, muebles que usaré, cuadros, adornos que expresarán y nutrirán mi vida futura; platos, herramientas, una pizarra, una computadora que seguiré usando. Tendría sentido empezar a soltar todo esto.
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