Siempre salgo a la avenida por esta callecita. Siempre sale el mismo olor a comida de esa ventana y se escucha hablar a una familia. Siempre está esa pared amarilla con nombre, como si tuviera dueño, ese poste viejo, esa pintada “ON PRENDRA / ON OCCUPERA” y aquella otra, “TULEQUE”, esa puerta cerrada, los adoquines, aquella vereda blanca pizarra. A veces aborrezco tener que pasar por esta callecita. Me horroriza que por repetidas, las cosas pierdan el gusto, se vacíen de sentido. Sé bien, sin embargo, que una vez que me haya ido de esta ciudad, cuando haya vivido en otros lugares, se me hayan lavado de sabor otras calles, otras casas, gente, trabajos, y regrese aquí, esta callecita se me antojará un refugio. Será un lugar al que podré regresar y cuando lo haga me tranquilizará: me dirá que existo.
No está tan mal, por tanto, que siga pasando por acá, que ame esta callecita, o que no la soporte; que me siente un día a dibujar la pared amarilla, o que busque calles alternativas para llegar a la avenida porque ya no quiero ni verla, no importa, pero que haga una vida con ella.
No está tan mal, por tanto, que siga pasando por acá, que ame esta callecita, o que no la soporte; que me siente un día a dibujar la pared amarilla, o que busque calles alternativas para llegar a la avenida porque ya no quiero ni verla, no importa, pero que haga una vida con ella.
Ahora que tengo la necesidad de regresar a donde yo nací, busco mis callecitas como si fueran una pariente muy querida. Cuando descubro que algo cambió: falta el árbol tabachín de flores coloradas, la puerta de madera, la ventana con las macetitas, siento que me olvidan sin avisarme.
ResponderEliminar¿Por qué las personas mexicanas escriben así de bien?
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