Estábamos en los primeros años de la universidad. En el departamento teníamos con mis amigos nuestra versión de Los Inútiles y siempre había otros amigos y amigas. Una de ellas me recordó estos días que una vez habíamos estado estudiando varios días para un examen final, y entre nosotros estaba Sandra, y que cuando se durmió alguien la ató como a un matambre y nos fuimos.
Una noche que andábamos caminando nos besamos. Aunque teníamos esa edad en que uno se enamora perdidamente, Sandra tuvo la sabiduría suficiente para evitar que fuéramos novios. Lo que tuvimos fue muy bueno, nunca arruinó aquella complicidad.
Años después supe que se había casado. Le pregunté cómo llevaba la estabilidad y me dijo que estupendamente. “Yo jodí mucho de pendeja, Chino”, me dijo, para explicarme por qué, casada, disfrutaba de las virtudes del aplacamiento.
Ahora me han dicho que murió. Uno no sabe dónde carajo ponerse, con las muertes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario