Cuando la petisa se mete en la cocina, parece que se metió Alf. Vuelan los pedazos de masa, hay bifes pegados en el techo, a ella le cuelgan fideos del cogote y tiene cáscaras de huevo en la cabeza, se hacen montañas de ollas, no ves nada porque todo es una nube de harina.
Todo eso, en silencio. Silencio absoluto. Y ella, concentradísima. Absorta. Le podés hablar y no te escucha. No sabe si está en Buenos Aires, en medio del desierto, en una isla o dónde, ni quién sos vos, ni quién es ella. Es un espectáculo, cocinando.
Y después te viene con una comida que, yo no sé si es porque uno la estuvo mirando, pero la comida que hace te causa un efecto… Es materia, y exquisita, pero te causa un efecto que no es de la materia. Te pasa algo afectivo, una mezcla de alegría y fluidez, y…
No sé cómo decirlo. Te causa algo que no sabés cómo decir qué es, algo desconocido y medio enigmático, que no terminás de en tender, pero necesitás entender.
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