domingo, 6 de noviembre de 2011

El amor al padre


El padre no ha sido un buen padre. Les ha faltado a los hijos, no les dio lo que necesitaban, ha sido egoísta. Pero un día el segundo hijo, quizás el más postergado, halla en sí un amor a su padre, tan abierto como el aire en la cima de una montaña. El momento arrasa al hijo en su soledad. Un ardor le quema el pecho, llora, necesita decir en voz alta, una y otra vez, “te quiero, papá”. Cuando al fin deja de llorar, sobreviene el pensamiento, ¿por qué habré de quererlo, si no se lo merece? Luego duda. Se pregunta si tal vez cuando era muy pequeño, en la época que no puede recordar, su padre lo amó. Quizás lo apretaba contra su pecho, le hablaba, lo besaba, lo miraba. Acaso lo amaba a su modo, sin importarle que lo reconociéramos. Y mucho nos ha enseñado madre que él nos despreciaba; ha de habernos influido.
Cuando ya no tiene palabras, el hijo busca y rebusca en sus sentimientos. Cualquier migaja la lleva a su estómago para saciar su hambre tremenda.
El amor de los hijos a su padre a veces nace espontáneamente, es obra exclusiva del hijo. Muchos de esos amores no son ganados por los padres. Es un sentimiento injusto para con ellos mismos el de esos hijos, pero no puede evitarse. Sucede en este mundo.



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