Me reporta mi hija que la profesora de Lengua les anunció que este año se concentrarán en los mitos griegos. Que esta semana leerán Edipo Rey. Le prologo el trabajo con este texto
Es el cumpleaños de su tío, el juez. Al sobrino le gusta ir a su casa, por el salón de juegos y porque le gusta estar con su prima. Recuerda que el tío es aficionado a “los libros”, y camino a la reunión pasa por una librería y elige un libro al azar, cualquiera, sin saber por qué ese en particular; ni siquiera lo atrajo más que los otros libros por algún detalle, menos conocía al autor, muchísimo menos conocía el libro.
“Sé que te gustan los libros”, le dice al tío al entrar, cuando le entrega el regalo, y el tío, complacido, festeja la ocurrencia felicitando a su sobrino, “sabés observar” y da una mirada al libro, sabiendo que será la última mirada que le dará, porque es un hombre que aprecia la literatura y su lectura sigue una estrategia que es exactamente lo contrario a la improvisación. En ese momento está leyendo cuatro libros a la vez y tenía en lista otros quince, todos seleccionados con el rigor de quien conocen y debe administrar su tiempo profesionalmente.
Da, entonces, una condescendiente mirada al libro que el chico le ha regalado, como modo de agradecerle el bonito gesto. No conoce el título, ni el autor, ni la editorial. Mira el libro con una sonrisa amable y estática, para que el chico vea que valora el regalo. Pero he aquí que pasando las páginas casi distraídamente, ha visto algo. Una frase le ha enganchado el ojo: “Es cierto, usted y su hija habitan las mismas aguas, pero allí donde usted nada, ella se ahoga”.
Lee la frase y queda suspendido. Ahora la situación es: el chico ya está en otra cosa (está en la sala de juegos, jugando a los dardos con su prima) y él, que debía haber pasado rápidamente a charlar con los invitados, se ha quedado mirando su regalo. Ya dejó afuera al sobrino, al mundo entero, de la relación que entabla con el libro. Porque habrá resultado que el libro es una clave que le da acceso a una realidad formidable, con tanto significado que su vida de golpe se hará más intensa, una aventura. Vivirá más, será otro y a la vez más él mismo.
Aquel libro, en fin, habrá tenido un efecto revolucionario.
Detengámonos unos minutos en el azar. Volvamos al instante en que el chico tiene el impulso de comprar un libro para su tío, y sobre todo en la elección del libro. Dijimos que lo eligió al azar. Esta pequeña historia es útil para definir qué es el azar. Un trillón de piedritas son inertes pero una contiene la vida. El tema es que el chico eligió esa. Y ese fútil, infinitamente exiguo instante en que alargó su mano y tomó ese libro, ese y no cualquier otro, habría de tener un poder tremendo, en la vida de su tío, en la de su tía, de sus amigos, sus alumnos, sus asistentes, las personas cuyas vidas serían fuertemente afectadas por las decisiones que él tomaría. La elección del libro acabaría teniendo consecuencias en la vida del chico, en la vida de la prima del chico.
Analizada la trama de la historia todo tiene lógica, salvo aquel momento. El azar no puede explicar la realidad. Sólo es admisible que alguien, alguno de aquellos ociosos dioses y diosas que se pasean con sus túnicas por el Olimpo, haya intervenido secretamente en el momento en que el sobrino alargó la mano hasta el libro.
Pero entonces comienza una tarea que puede resultar apasionante. Habrá que entender qué criterios, qué éticas, qué locuras, qué valores, qué inclinaciones y qué costumbres y formas de vivir tienen aquellos ociosos, porque de ello depende que hayan hecho que el chico eligiera aquel libro.
Es así como esos dioses tienen el poder de urdir nuestras vidas.
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